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Al son de: Cécile Corbel, Folia

La orina es un material tremendamente versátil.

No, no estoy bromeando. Aunque ahora nos lo parezca, no se trata de un residuo inútil cuya única finalidad sea la de desaparecer por el desagüe al tirar de la cadena. Tengo noticias, por ejemplo, de que una de sus últimas reencarnaciones como sustancia útil podría verla convertida en fuel para baterías de móviles (que nadie corra aún a comprar un pis-fono, que esto aún está en los laboratorios… y la carga, de momento, no dura mucho: unos 25 minutos de vida para un Samsung. Queda trabajo por delante).

Pero antes de la industria de la telefonía móvil, estaban los tintoreros.

Pues la orina fermentada, además de apestar de lo lindo, ofrece a las tinas de tinción un pH alcalino que resultaba especialmente útil a la hora de disolver y mezclar algunos tintes. Entre los colores que pasaban por tan perfumadas cubas figuran las coloraciones violáceas obtenidas a base de ciertos líquenes (ej. Ochrolechia tartarea (L.), o las urzelas, de la familia Roccellaceae),  o el índigo (a base de Isatis tinctoria L., la isatide o hierba pastel europea; o a partir de distintas especies de índigo, Indigofera sp.; u otras plantas que contienen el mismo pigmento).

Sin embargo, leyendo el libro de Delamare y Guineau, Colour Making and Using Dyes and Pigments (2000), encontré una afirmación curiosa, que elevaba a un nivel bien distinto el papel de la orina en el mundo de los colores: hablaba de un pigmento conseguido a partir de la orina de vacas alimentadas a base de hojas de mango.

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Hojas de (cf) Mangifera indica, L. ¡Y huelen a mango!

Wow.

Qué decir.

A parte de suscitar alguna que otra ‘pregunta mayonesa’ (“¿cómo diablos descubrieron por primera vez algo así?”), me pareció una espléndida adición a mi colección de informaciones curiosas que pueden animar una conversación—siempre con interlocutores a quien no sorprendan demasiado lo extravagante de mis comentarios.

Sin embargo, al cabo de un tiempo volví a tropezarme, con gran alegría, con una referencia a este famoso Indian Yellow, o amarillo indio, también conocido como piuri: en el libro, muy ameno por cierto, de Victoria Finlay (Colour, ed. de 2003), en el apartado relativo al color amarillo narra las aventuras en las que la autora se embarca tras haber sabido de la existencia de tal pigmento, para aclarar si son ciertos los relatos sobre su origen.

Para abreviar lo que vendrían a ser unas 15 páginas del libro: no parece haber pruebas de que el piuri fuese preparado a partir de tan pintoresca materia prima. Hay una sola referencia en el registro histórico de alguien que afirmó haber visto el proceso, pero no hay rastro ni de su prohibición oficial*, ni memoria histórica al respecto en la zona de la India en la que se habría sintetizado el pigmento.

*Algo que teóricamente había sucedido en el s. XIX, por la crueldad que suponía para las vacas implicadas.

El amarillo indio en cuestión pertenece al grupo de las xantonas, afiliación química que comparten otros pigmentos vegetales interesantes como la gomaguta (o gutagamba, de especies como Garcinia hanburyi Hook.), o la sangre de dragón.  Sin embargo, y pese a su enorme importancia para los tintoreros,  los vegetales no han proporcionado muchos pigmentos a la paleta de los pintores.

Aceites, sí; colores… menos.

Pero, ¿por qué? Si sirven para la ropa, ¿por qué no van a servir para la Gioconda?

Pues quizás porque pocos esperan que una camisa resista el paso de los siglos colgada en un museo, manteniendo sus colores intactos y tan brillantes como el primer día. (Brillantez que, por otro lado, probablemente no era mucha tratándose de tintes vegetales.)

En pocas palabras, los pigmentos vegetales tienden a decolorarse. Un día estás mirando una preciosa puesta de sol en un lienzo de J. M. Turner, y cuando vuelves a echarle un vistazo al cabo de unos años te das cuenta de que los colores yaaa no son lo que eran… Según algunos de sus contemporáneos, ni siquiera hacía falta esperar años para apreciar el deterioro de la coloración: en ocasiones era cuestión ¡de días!

Garcinia hanburyi (una fuente de gomaguta)
Garcinia hanburyi Hook.f., una de las fuentes de las que se obtiene la gomaguta

Uno de los pigmentos que vivían en la caja de acuarelas de Turner era precisamente la gomaguta, prima del hipérico (ambas de la familia de las gutíferas) originaria del sudeste asiático. De hecho, su nombre en inglés, gamboge, deriva de la palabra ‘Camboya’, uno de sus países de origen.

Este pigmento parece ser uno de los pocos que sobreviven en las paletas de los pintores, pero su toxicidad, y el hecho de que actualmente existan amarillos más intensos y brillantes en el mercado, ha hecho disminuir su uso.

 

Otro día continuaremos con las lacas orgánicas entre los pinceles y paletas de los maestros; por ahora, baste recordar el fiasco del amarillo indio, y aprender de ello que no hay que fiarse demasiado de las informaciones recibidas: no hay nada como ir a comprobar los hechos de primera mano (y si éstos implican orina, vacas, y mangos, aún más).

 

PD. Parece que no se sabe, por cierto, si realmente podría conseguirse el amarillo indio siguiendo la ‘receta histórica’… dudo entre si estaría bien que tuviésemos datos empíricos al respecto, o si sería mejor dejarlo en incógnita y no molestar a las pobres vacas…

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Referencias

Sobre los pis-fonos —técnicamente,  baterías de móvil cargadas con orina (que no son muy fáciles de transportar, por ahora: una de las posibilidades son seis cilindros de cerámica, de 10 cm de largo…), yo lo leí en las noticias de Science.

La primera referencia sobre las pobres vacas meando hojas de mango procesadas la encontré en Delamare, F. y Guineau, B. 2000. Colour. Making and Using Dyes and Pigments. Thames & Hudson: 81.

La investigación para demoler el mito del piuri (así como las referencias a Turner y sus colores frustrantemente fugaces), en Finlay, V. 2003. Colour. Sceptre.

La explicación más completa sobre la gomaguta que he leído, interesantísima, está en Eastaugh, N.; Walsh, V.; Chaplin, T. y Siddall, R. 2004. The Pigment Compendium: A Dictionary of Historical Pigments. Elsevier: 164-165. En ella se detalla, además de la etimología de la palabra, el mecanismo para obtener la resina, cómo se preparaban los colores a partir de ésta, las variedades más comunes, las xantonas que le proporcionan su poder colorante, así como algunas obras de arte en las que se ha identificado su uso. (Evidentemente, también habla del piuri, en la página 193.)

La entrada correspondiente a la gomaguta en Wikipedia, por cierto, es una de las pocas con las que me he tropezado cuya calidad es notablemente superior en la versión castellana respecto a la inglesa, con estupendas referencias (entre ellas el libro apenas citado, el Pigment Compendium).

Ilustraciones

Las fotos de las hojas de mango son de una servidora; la ilustración de Garcinia hanburyi se encuentra en la obra de Pierre, L., Flore forestiere de la Cochinchine, vol. 1: t. 73 (1880-1883), a la que he accedido gracias a la digitalización del Missouri Botanical Garden, pero sobre todo gracias a la herramienta de búsqueda de ilustraciones botánicas plantillustrations.com (más concretamente en la siguiente dirección).

 

2 comentarios en “El misterioso mear amarillo mango, y otros colores vegetales

  1. No, no, no, yo necesito saber si existe o no el amarillo indio, denle de comer mangos a unas vacas!!! y si nos estamos perdiendo el mejor pigmento del mundo!! Si existe ya miramos la manera de reproducirlo de otra manera… pero hay que saber si existe jajaajajaj.
    P.D. Me das permiso para compartir tu blog en facebook y darle así publicidad? Tp te voy a hacer mucha, ya sabes q tengo paca cantidad de amigos, pero los compenso con su calidad, jajajajjaj.

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    1. Of coursísimo que sí que te doy todo el permiso del mundo! :D (pocos, pero buenos, comparto plenamente esta filosofía)

      Y yo creo que la investigación en amarillo vaca-mango puede dar para trabajo de post-doc eh, yo te consigo las hojas de mango de Uganda, si tú pones las vacas, lo montamos…

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