(o, la importancia de una buena traducción)
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Al son de: Paige & Palermo, Walk Slow
Las farmacias, ay de mí, ya no son lo que eran.
En los viejos tiempos, uno podía entrar en una botica tapizada de madera, los estantes atiborrados de vasijas y tarros con sustancias de lo más pintorescas.
¿Que uno deseaba un bezoar para cubrirse las espaldas en caso de envenenamiento? ¡Ningún problema! Siendo, además, muy poco tiquismiquis en lo que a remedios médicos se refiere, el hecho de que los bezoares fuesen concreciones sólidas sacadas de los intestinos de cabras salvajes (u otros animales) no parecía importarle demasiado a nadie.

Sin embargo, quizás la sustancia más chocante con la que me tropecé al principio de mi investigación fuese leyendo el libro de Paul Freedman, Out of the East: Spices and the Medieval Imagination. ¿Pero qué puede ser más extravagante que una piedra intestinal caprina?, se preguntará el lector, quizás mirando de refilón el título del artículo y sospechándose ya lo que voy a decir a continuación.
Pues sí, sí. Momias.
Las originales, las embalsamadas con natrón y especias en el antiguo Egipto. Egipcios muertos y pulverizados. Codeándose tranquilamente con tarros de canela, azafrán, pimienta o almizcle, ahí tenemos cadáveres embalsamados en jarras, quizás ya pulverizados y listos para ser pesados y vendidos como panacea para todos los males.
(¿Qué había dicho yo sobre lo poco tiquismiquis que era la gente siglos atrás?)
Tal era su demanda, que incluso circulaban recetas para producir momias por la vía rápida: en caso de no tener restos antiguos a mano, ¡que no cunda el pánico!, uno podía obtener una momia artificialmente, según el practicante paracelsista O. Croll, a partir de un chaval pelirrojo que hubiese sigo ahorcado a los 24 años. Dejando el cadáver en remojo durante 24 horas en agua fría y expuesto al aire, se procede a trocear la carne y salpimentarla con mirra y aloe. El, ehm, compuesto se sumerge en licor vinoso y trementina otras 24 horas, colgado al seco 12 horas más, bañado de nuevo en la mezcla alcohólica durante otro día entero, y finalmente ya podía dejarse colgadito en un rincón a secar.
(Desconozco si alguien realmente aplicó esta receta en el pasado, pero ya es bastante saber que alguien la escribió muy seriamente…)
Ahora, podemos preguntarnos, ¿cómo diablos se le ocurrió a alguien que las momias, por Dios, tuviesen especiales poderes curativos?
Hasta el punto de que la London Pharmacopoeia, la lista oficial de sustancias medicinalmente activas, incluyese en 1618 la momia (junto con la sangre humana. En fin).
Bien, (casi) todo tiene una explicación en esta vida.
La primera pista que podemos encontrarnos está en la misma palabra momia: nos llega via latín (mumia), que a su vez lo tomó del árabe (mumiyah) o del persa (mumiya) con el significado de asfalto (a partir de la raíz mum, ‘cera’).
… ¿asfalto? ¿Estamos seguros de que estamos hablando de lo mismo?
Sí, sí, la conexión está ahí, tranquilos.
Resulta que originalmente, mumiya era el nombre que recibía la sustancia bituminosa, negra, obtenida en una montaña situada en la región persa de Darabjerd; su prestigio como remedio contra venenos, o al ser aplicado a huesos rotos, era notable entre los árabes.

La tradición médica que loaba las cualidades de las sustancias bituminosas enraizaba en los tiempos clásicos, con las venerables obras de Dioscórides y (quizás un poco menos venerable) de Plinio el Viejo citando y confirmando su importancia medicinal (aunque no conociesen la mumiya persa). Así, cuando las obras del mundo árabe medieval se traducen e introducen en la cristiandad, a nadie debió de sorprender encontrar en ellas alabanzas médicas para con asfaltos y similares.
Y ahí empiezan los problemas, porque como dicen en italiano, traduttore, traditore* («traductor, traidor»), y de comer asfalto pasamos a comer cadáveres embalsamados (que tampoco es que lo primero fuese muy apetecible, pero bueno). La mumiya se convierte en mumia, y de significar sustancia bituminosa natural se produce una deriva hacia «exudado, de aspecto y consistencia similar, que se halla en las tumbas de Egipto«.
*Precisemos que no fueron sólo los traductores e intérpretes cristianos eh… en la literatura árabe también se cae en abundantes confusiones necrofágicas.
Había una cierta conexión entre el embalsamamiento y el asfalto, todo sea dicho de paso; a partir del 500 aC aproximadamente, en Egipto entró el uso del bitumen como preservativo barato (sobre todo en épocas ptolomaica y romana para los cadáveres de los pobres). Sin embargo, todas las momias anteriores (que son muchísimas) habían sido embalsamadas con resinas y otros materiales; su color negro no delataba una conexión asfáltica, sino que simplemente se habían oscurecido con el paso del tiempo.
Durante el medioevo aparecen momias fraudulentas vendidas como si fuesen the real thing, pero esta momificación exprés, por decirlo de algún modo, llega a legitimarse en el mundo médico, que lo acepta como eficaz igualmente. El non plus ultra tal vez sea Paracelso (talentoso creador suizo-germano del x. XVI), que reinterpreta creativamente lo que ‘momia’ significa: nada más y nada menos que una “fuerza de la naturaleza, una virtud intrínseca, que debe ser manejada con fines curativos.” Y esta fuerza se halla en el cuerpo de un hombre, y no uno cualquiera sino uno que muriese de muerte violenta (pero estuviese sano).
Al menos así ya no hacía falta ir a asaltar tumbas egipcias, y nos dejaron a Tutankhamon bien escondido para gloria y alegría de los arqueólogos.
Los remedios extravagantes parecen aquejados de una tenaz resistencia a desaparecer; de hecho, a principios del siglo pasado, tenemos una publicación que anuncia (¡en 1908-1909) la posibilidad de ordenar «momia egipcia genuina, hasta que dure el suministro, 17 marcos por quilogramo» en el catálogo de E. Merck, Darmstadt.
Aunque no tenga conexión directa con el tema de este blog, que son los vegetales, sirva como ejemplo de cuán laxo era el término especia en el medioevo, que podía incluir cuerpos embalsamados…
Referencias
El libro donde di con la citación por vez primera: Freedman, P. 2008. Out of the East. Spices and the Medieval Imaginacion. Yale University Press.
Un poquito sobre el bezoar, otra fantástica rareza (que aparece en Harry Potter, por cierto): Eggleston, E. 1899. Some Curious Colonial Remedies. The American Historical Review 5 (2): 199-206.
Donde me tropecé con la primera pista de que la momia farmacéutica había sido una cosa muy distinta en origen: David, R. ‘Ancient Egypt’, en Hinnells, J. R. (ed). 2007. A Handbook of Ancient Religions. Cambridge University Press: 94.
La receta para momificar pelirrojos, así como la referencia en el catálogo de 1908-09 de momia egipcia genuina (y a la inclusión de momia en la London Pharmacopoeia de 1618), en: Gordon-Grube, K. 1988. Anthropophagy in Post-Renaissance Europe: The Tradition of Medicinal Cannibalism. American Anthropologist, New Series 90 (2): 405-409.
El resto, en el interesante artículo que narra las vicisitudes del bitumen/momia/similares en Europa: Dannenfeldt, K. H. 1985. Egyptian Mumia: The Sixteenth Century Experience and Debate. The Sixteenth Century Journal 16 (2): 163-180.
Ilustraciones
Pues sacadas de Wikipedia, como se indica en los pies de foto… sintiéndolo mucho, no tengo fotos de momias en estos momentos.