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Al son de: Ludovico Einaudi, Uno (Mercan Dede remix)
Hay quien dice que el ser humano puede acostumbrarse a todo. O casi.
Nuestra tendencia al ‘acostumbramiento’ tiene su razón de ser, y puede revelarse tremendamente útil en situaciones extremas (p. ej. puede salvarnos la cordura en un campo de concentración). Pero también nos afecta en lo cotidiano, en lo pequeño e insignificante: nos construimos nuestra idea de la realidad aprendiendo qué es lo ‘normal’ y previsible, nos ‘acostumbramos’ a ello… para dedicarle luego poquísima atención.
En general, ni siquiera notamos los estímulos que forman parte de nuestra normalidad—a no ser que cambien.
Esta tendencia a dar por supuesta la ‘normalidad’ puede adormecer nuestra curiosidad natural.
¿Quién se acuerda del cuadro en la pared del salón, hasta que se cae? ¿Quién está pendiente del runrún de coches en la calle mientras trabaja, hasta que cesa el ruido y uno se da cuenta de ese silencio imprevisto, que no es normal?
La mayoría de nuestras preguntas, supongo que para ahorrar energías, las dirigimos a lo desconocido, lo que nos resulta misterioso.

Y la familiaridad, como muchos matrimonios saben, tiende a erosionar nuestra capacidad para percibir lo misterioso en la normalidad a nuestro alrededor. Redescubrir el misterio es mirar con ojos nuevos una misma cosa o persona, sin dar por supuesto que ya sabemos todo lo que hay que saber de ella.
En general, éste parece ser un buen consejo para las relaciones humanas; lo he escuchado varias veces dirigido a parejas. Yo me atrevería incluso a decir que es característico de las relaciones que los humanos establecemos con cualquier cosa. Punto.
Que esa “otra cosa” sean personas, llaves inglesas, o melocotones, no cambia el quid del asunto: a saber, que
cuando nos acostumbramos a relacionarnos con algo y lo damos por supuesto, dejamos de hacernos preguntas sobre ese algo.
Aunque el algo en cuestión esconda interesantísimos misterios tras su apariencia engañosamente familiar…
Quizás sea éste uno de los vegetales más frecuentes en nuestras normalidades. Nuestra rutina cotidiana engulle su singularidad, evitando que nos fijemos demasiado en él (menos cuando está especialmente malo, o excepcionalmente bueno).
Quizás sea uno de los vegetales que mejor sirvan para explicar la base de partida de mis investigaciones/reflexiones durante los últimos cuatro años de mi vida*.
*Cuatro años con intermitencia, claro está. Las investigaciones/reflexiones no dan mucho de comer, y menos cuando se realizan por libre.
Café.
Definámoslo, así, a las bravas:
1. n. ms. Dícese de las plantas del género Coffea sp. (Rubiaceae), pero sobre todo haciendo referencia a la especie Coffea arabica L., de elevado valor comercial y comúnmente llamada Arabica; y C. canephora Pierre ex A.Froehner, llamada Robusta en jergo cafetero, de mayor vigor y resistencia, pero propiedades organolépticas* inferiores. La palabra más adecuada para referirnos sin ambigüedades a la planta es cafeto.
2. n. ms. Dícese de la bebida preparada a partir del fruto de la planta de café. Aunque hay varios modos de prepararla, los ingredientes fundamentales son el agua, y las semillas de café (tostadas, y generalmente molidas).
*me han tomado el pelo varias veces por usar ese palabro tan extraordinario: organoléptico. Vendría a significar “características sensoriales”: su sabor, olor, color, textura… y todos los subapartados que uno pueda meter, medir y valorar para cada una de estas categorías sensoriales.
Si yo fuese una bióloga “al uso”, probablemente me habría metido a estudiar… qué se yo. Las relaciones taxonómicas en el género Coffea sp. Su evolución. Su genética (por cierto que han secuenciado hace poco el genoma de C. canephora, con interesantes conclusiones). O la síntesis de cafeína, sus efectos, su función y utilidad para la planta. O con quién vive el cafeto en su hábitat natural, quienes son sus vecinos, sus amigos y sus enemigos.
Y todo eso está genial.
Pero a mí lo que me motiva es ir un pasito más allá. O más acá, según se mire. A mí lo que me gusta es preguntarme: ya, ¿pero por qué nos interesa estudiar el café?
Uno puede contestarme: pues porque es un vegetal muy valioso, que el mundo entero bebe casi a diario. Y entonces yo me pregunto: ¿Pero, por qué?
¿Por qué es tan valioso? ¿Desde cuándo? ¿Cómo llegó a ser tan importante para nosotros?
¿Por qué lo bebemos? ¿De verdad lo bebemos todos? ¿Hace cuánto? ¿Por qué?
Las respuestas a veces me dicen cosas del café, pero sobre todo me dicen cosas de nosotros.
Nuestra relación con una planta, el café en este caso, es como un espejo: permite que veamos partes de nosotros que quizás no habíamos visto o notado antes. O hace que veamos algo desde un ángulo distinto.
Este es el momento en que confieso que, en realidad, este blog no va sobre vegetales.
Los vegetales son el espejo que he decidido utilizar para arrojar luz sobre lo que de verdad me pica la curiosidad, que somos nosotros, la especie humana.
Mi investigación es descaradamente antropocéntrica (incluso filosófica, diría yo). Pero investigo por vías indirectas, a través de nuestros reflejos a medida que nos relacionamos con, por ejemplo, el café.
No hace tantos siglos que usamos las Coffeas: si la comparamos con plantas como el arroz, o el lino, nuestra “historia de amor” cafetera aún no ha pasado la etapa de flechazo. (Y la curiosidad susurra: ¿Por qué este flechazo? ¿Cómo se produjo?)
Si vamos a escarbar, vemos que esta relación se ha manifestado de mil modos distintos.
Lo hemos usado como medicina, llegando a idealizarlo como panacea.
Muchas personas creativas darán fe del papel que ha jugado en su trabajo… pero no sólo ha mantenido despiertos y activos a artistas y artesan*s: ha inspirado obras musicales, ha sido sujeto de pinturas, de poesías…
Para conseguir el suficiente café como para abastecer tantos deseos, no nos hemos ido a los bosques donde nació para recoger las drupas silvestres, no. Lo hemos mareado cultivándolo en jardines, moviéndolo de acá para allá. De contrabando, ha atravesado océanos para terminar sembrado en todos los continentes donde podía cultivarse.
Ha estado ligado a ceremonias y ritos místicos, a noches en vela recitando el nombre de Dios, a controversias sobre su legitimidad religiosa.
Ha creado instituciones a su paso nunca vistas antes (¡la cafetería!), ha cambiado el modo en que los miembros de una sociedad interactúan entre ellos.
Es objeto de deseo, por infinitos motivos.
Es uno solo, y muchos a la vez: cuán distinto sabe un espresso de un café americano, un 100% Jamaica Blue Mountain de un Kenya AA. Siempre que ojeo las descripciones de sus propiedades (¡organolépticas!), me parecen preciosas, y llenas de matices que yo personalmente no consigo apreciar, pero que me encanta leer: notas afrutadas, o de cereales, o regusto a cacao, intensidad, acidez…
Para mí, esta pluralidad asombrosa de maneras de relacionarnos con el café es una mina, un baúl del tesoro. Puede usarse casi como metonímia del libro entero, La Invención del Reino Vegetal, que va precisamente de eso: de las mil y una formas maravillosas con las que nos hemos relacionado con los vegetales, y lo que éstas nos dicen sobre nosotros.
En los próximos meses, iré hablando de todo este maravilloso bochinche, que reserva misterios y sorpresas a quienes decidan acompañarme.
{LEER el siguiente artículo cafetero: ¿Esclavos de la Cafe-ína?}
Notas&Avisos
Estoy pensando en cambiar el tema del blog. Yes, again. Qué desastre soy, ay. Aún no he dado con el ideal, pero si en algún momento aparece alguna cosa rara en pruebas, que nadie se asuste…
Referencias
Ya irán viniendo, en los próximos artículos de la mini-serie.
La única que he mencionado explícitamente es el artículo de Denoeud, F. et al. 2014. The coffee genome provides insight into the convergent evolution of caffeine biosynthesis. Science 345, 1181-1184.
Ilustraciones
Las fotos, de una servidora; la ilustración del cafeto está sacada gracias a plantillustrations.org: la obra concreta es Mordant De Launay, F., Loiseleur-Deslongchamps, J.L.A., Herbier général de l’amateur, vol. 5: t. 285 (1817-1827) [P. Bessa].
Del café a mí me interesan sobre todo sus propiedades vigorizantes, aunque leí un artículo sobre su historia que me hizo gracia. En el texto se comentaba que los imanes y los sacerdotes del siglo XVI consideraban que el café era un brebaje maligno. Quizás por eso los primeros en consumirlo a raudales fueron los intelectuales. Existe una máxima entre los creativos que dice: “usa el alcohol para tener ideas y el café para tener energía para llevarlas a cabo”. Imagino que Balzac iría siempre como una moto, pues era capaz de tomarse hasta 50 tazas al día.
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Heheh, cada uno tenía sus manías; yo había leído de Beethoven que se preparaba su café con 8 granos por taza, que tostaba y preparaba él mismo. Y también se dice que Verdi subsistió a base de café durante alguna etapa de su vida…
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Conclusión: ¡VIVA EL CAFÉ!
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