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Al son de: Cécile Corbel, Mary
En ocasiones veo sacuanjoches.
En portadas de libros, artículos en revistas de autoayuda; en etiquetas de champús (tan sintéticos, por cierto, que ni han olido de lejos una flor, y ¡mucho menos una de sacuanjoche!).
El mundo del marketing visual adora estas flores, con su simetría pentámera, sus colores tropicales que prácticamente susurran noches en islas hawaianas, retiros de meditación zen, los mil y un tratamientos raros en SPAs de lujo. Connotaciones que, por cierto, habrían sorprendido al naturalista en cuyo honor se bautizó esta planta… aunque quizás no tanto a las culturas mesoamericanas que la acogieron en su seno.
Se trata del género Plumeria, cuyo nombre científico no nos habla tanto de plumas, como de monjes Mínimos, y de aventuras vegetófilas al otro lado del Atlántico por real deseo del Rey Sol…
Cierra los ojos.
Ahora, imagina la banda sonora de Piratas del Caribe que suena en el fondo de nuestra escena bucanera.
No estamos en Port Royal (Jamaica, dominio inglés), sino un poco más al este: en Cap François (o Cabo Francés, el actual Cap-Haïtien), en la isla de Saint Domingue, parte de los dominios de Luis XIV. El Caribe es un polvorín inestable, en el que las cuatro grandes potencias navales de la época (españoles, ingleses, franceses y holandeses) se disputan islas y bienes caribeños a cañonazo limpio. Esclavos africanos, nativos belicosos (y con razón), europeos de varias nacionalidades… El comercio reina, por las buenas o por las malas. Pillajes, asaltos armados y contrabando están a la orden del día.
(Huelga decir que no hay SPAs; es más fácil que te corten los pies, que las uñas.)
Corre el año 1695, y el gobierno francés ha extraviado a un naturalista.
Dicen que salió a pescar desde la Martinique, rumbo a las Granadinas; nunca llegó.

Los rumores hablan de su captura por dos buques ingleses de cincuenta cañones, y lo imaginan languideciendo prisionero en Barbados, o en Tobago. Nada más y nada menos que el Secretario de la Marina, el conde de Pontchartrain, exige que sea intercambiado por otro prisionero si se confirma lo peor y está en manos inglesas, o que se demande su inmediato retorno en virtud de los acuerdos establecidos, si resultasen ser holandeses sus captores.
Al cabo de un tiempo, llegan noticias desde Saint Domingue. Su gobernador general Du Casse, que en una vida anterior fue bucanero, ha encontrado al naturalista perdido: “Le père Plumier, minime, arboriste du roi”, que según Du Casse no ha muerto de puro milagro. Tres semanas a la deriva no son cosa de broma, y menos cuando tu cantimplora va vaciándose sin remisión. Es el tercer viaje de este “arboriste du roi” a las Antillas, y a punto ha estado de terminar enterrado (¿o en-aguado?) en aquel mar corsario. Sin embargo, vivirá para volver a Francia, donde publicará los frutos de sus aventuras por los archipiélagos caribeños.

El père Plumier es un personaje poco dado a los aspavientos; el apelativo comúnmente dado a la orden religiosa a la que pertenece, los Mínimos de fray Francisco de Paula, parece irle como anillo al dedo. Mínimo orgullo, Mínimo interés en figurar. Lo imagino como la antítesis de Linneo, cuyo ego anunciaba su llegada con varios metros de antelación.
Al final, parece que tanta humildad ha hecho que la posteridad se olvide un poco de su existencia y de sus aportaciones— ¡que no fueron pocas! De hecho, si en la introducción a esta serie de bautizos vegetales mencioné a Linneo como el exponente cuyas ansias bautismales han pasado a la historia, otro tanto debería haber hecho con Charles Plumier (1646-1704), puesto que fue él quien primero dedicó géneros vegetales a compañeros naturalistas, protectores y amigos, como la Magnolia de Pierre Magnol. Linneo, que nació tres años tras la muerte de Plumier, recogió muchas de estas dedicatorias en su Systema Naturae, y cuando esta obra se convirtió siglos más tarde en la piedra angular de la nomenclatura botánica, también los bautizos plumierísticos quedaron fijados para siempre en los anales vegetófilos.
Plumier regala géneros a diestro y siniestro, algunos de los cuales son más famosos (Fuchsia, Begonia, Maranta…), y otros menos (Cordia, Hernandia, Dodonaea, Sloana…); los dedica a autores antiguos (Dioscorea, Plinia, Eresia), y a contemporáneos (Pittonia, Suriana, Ian-raia…). Algunos han sobrevivido el paso del tiempo, otros se han perdido por el camino, pero lo importante es que Plumier fue el primero en realizar estas dedicatorias de forma sistemática y extendida.
Pero… ¿por qué Plumier fue quien inauguró esta costumbre, y no cualquier otro naturalista del momento?
Al fin y al cabo, Europa entera rebullía de aficionados a la botánica, cuya fama fue mucho mayor que la de Plumier. ¿Por qué no Magnol, o el famoso Joseph Pitton de Tournefort —quien dedicaría, por cierto, el género Plumeria a su amigo y colega mínimo?
Personalmente, tengo la sospecha de que fue gracias a una combinación de circunstancias y carácter…
Circunstancias, porque Plumier fue uno de los primeros naturalistas modernos que viajó a geografías poco conocidas, con una flora que, en muchos casos, era completamente distinta a la europea. Si no existían parecidos razonables con vegetales conocidos, una solución sencilla podía ser darles un nombre nuevo.
Claro que podían adoptarse nomenclaturas indígenas, recoger los nombres propios de los vegetales en las culturas colonizadas; así hicieron otros naturalistas, como Francisco Hernández un siglo antes. Sin embargo, las culturas indígenas que había en el Caribe que visitó Plumier estaban al borde del colapso (los Caribes), o se habían desintegrado tiempo atrás (los Taínos).
Tampoco los esclavos africanos habrían sido capaces de ofrecer demasiada ayuda en lo que a etnobotánica respecta: la política francesa buscaba su aislamiento lingüístico y cultural al llegar a las Antillas, y para ello evitaban que esclavos de la misma etnia trabajasen en una misma plantación. Con ello se disminuía el riesgo de formación de grupos organizados de resistencia y motines, pero como efecto paralelo también se dificultó que pudiesen salvaguardar y transmitir su bagaje cultural.
Así que tengo la impresión de que Plumier fue uno de los pocos que se encontró frente a cantidades ingentes de biodiversidad más o menos ‘huérfana’ desde un punto de vista cultural.
Y, siendo un mínimo, orden cuya regla imponía votos de pobreza estrictos, ¿cómo agradecer los enormes débitos contraídos con amigos, conocidos, colegas y protectores que se habían mostrado tan generosos con él? No debían de sobrarle jamones, pero tenía mucha planta desnuda (herbae nudae: es decir, desconocidas para la tradición botánica clásica) a la que debía llamar de alguna forma… así que, ¿por qué no dedicarlas en señal de agradecimiento a quienes tanto lo habían ayudado, de una u otra forma?
Sin embargo, no es Plumier quien se auto-dedica un género, sino que es su amigo y colega Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708) quien incluye en el primer tomo de su Institutiones Rei Herbariae, publicado en 1700, el género Plumeria, justo entre la mandioca y la papaya.
… Un momento. Pero, ¿por qué Plumeria, y no PlumIeria?
Pues ese es un interrogante que no he terminado de aclarar.
Plumier firmaba sus obras, y se refería a sí mismo, incluso en latín, como Carolus Plumier; sin embargo, Tournefort no parece equivocarse ni un pelo cuando, bien a propósito, dedica la Plumeria a su amigo “Plumerio, Botanico Regio”, que no es otro que nuestro mínimo estrella.

Entonces, si bien hay quien lo considera un error de Tournefort, yo me inclino a pensar que éste tenía su propia forma de latinizar el apellido de su compañero de correrías vegetófilas Plumier, y esa fue la que empleó como base para su dedicatoria vegetal.
La planta en cuestión era conocida por los franceses como frangipanier, por los ingleses como jasmine tree, o wild jasmine tree; su exponente más conocido es la Plumeria rubra L., y si Tournefort hubiese sabido de las connotaciones seculares de que gozaba en Mesoamérica, quizás no la habría dedicado a un monje.
(O quizás a otro monje con antojos más mundanos, sí… Pero, por como parece que era Plumier, no me pega).
Pues las flores de sacuanjoche estaban ligadas, por un lado, a deidades asociadas a la fertilidad y a la vida, adquiriendo connotaciones eróticas; y, por el otro, se habían convertido en un símbolo de estatus en tierras de dominio azteca. Allá eran llamadas cacaloxochitl, que vendría a significar “flor de cuervo” (si bien existían variedades de colores distintos que quizás recibiesen otros nombres). Contaba Fray Bernardino de Sahagún en su obra Historia general de las cosas de nueva España (1577), que “son de suave olor: y confortan el coraçon [sic] con su olor”.
Habiendo tenido la oportunidad de meter las narices en una flor de sacuanjoche, no puedo estar más de acuerdo con él.
El género pertenece a las Apocináceas, un grupo de damas con mala leche: las integrantes de esta familia suelen producir látex blanquecino, que a menudo contiene sustancias poco apetecibles o incluso tóxicas, como es el caso de las adelfas (Nerium oleander L.). El látex de Plumeria consta como sustancia medicinal en las farmacopeas indígenas de, p. ej., México, y muestra aún su relación con la fertilidad femenina: uno de sus usos, “(…) además, de promover la concepción, calma las molestias propias de la menstruación y corta las hemorragias abundantes”.
Pese a su origen mesoamericano, el sacuanjoche se ha extendido por las zonas cálidas del planeta, tanto en Asia y el Pacífico como en África. Es posible que iniciase su dominación tropical desde las Filipinas (¡conexión española!), pero creo que se trata más de conjeturas (informadas, eso sí), que de otra cosa. De lo que no cabe duda es de que se han aclimatado a las mil maravillas allá donde han tocado tierra; en Hawai se han convertido en una de las flores preferidas para los lei (los famosos collares de flores hawaianos), en Vietnam se consagran a la esfera sagrada y se usan como flores de culto, son la flor nacional de Laos…
Un árbol de sacuanjoche adorna la tumba de un pintor francés en una isla del Pacífico: es Paul Gauguin, enterrado y ensacuanjochado en Hiva Oa, en el archipiélago de las Marquesas. Allí murió este contemporáneo de Claude Monet, casi doscientos años después de Plumier (quien feneció de pleuresía en un contexto menos exótico: Cádiz, en una España en plena guerra de Sucesión, a punto de embarcarse hacia el Perú para realizar estudios sobre la quinina).
Posiblemente no se habrían caído bien, el pintor y el monje; pocos puntos en común habrían encontrado en ética, aspiraciones o estilo de vida. Sin embargo, ambos respiraron aires caribeños a distancia de dos siglos; ambos tuvieron dotes para las artes plásticas (Plumier firmó sus ilustraciones, algunas de ellas francamente preciosas) y el trabajo de la madera.
Y la memoria de ambos permanece en una misma flor, que es dedicatoria de amistad al humilde mínimo, y corona viva en la tumba del pintor.
Anotaciones sacuanjochiles
Sacuanjoche no es la única palabra en español para designar a este hermoso vegetal, según el DRAE; también se lo llama cacalichuche, palabra que entronca precisamente con el náhuatl (cacálotl, cuervo, y xochitl, flor)). En su definición vuelven a columpiarse un poco (“Árbol (…) de ocho metros de altura (…)”; ah, ¿ocho clavados? Cachis, qué precisos son estos árboles…), pero bien, al menos me lo colocan en la familia correcta!
Las numerosas dedicatorias de Plumier se publican en su obra Nova Plantarum Americanarum Genera, en 1703. Leyendo la fecha, uno puede deducir que, en realidad, la dedicatoria de Tournefort se publica antes que la de Plumier, pero me parece muy probable que, en realidad, nuestro monje ya tuviese sus regalos vegetófilos listos apenas volvió de su tercer y último viaje a las Antillas en 1697. Publicar libros no era tan fácil en aquellos tiempos, pero Tournefort habría visto sin duda los grabados y anotaciones de Plumier a su regreso, con (estoy casi segura) aquellos montones de géneros regalados…
En Nova Plantarum Americanarum Genera, por cierto, Plumier también ‘sanciona’ como nombre oficial ¡el género Vanilla! No a todos los géneros nuevamente descritos les da nombre occidentalizado, sino que adopta nombres americanos en algunos casos, u orientales incluso.
Tengo dudas existenciales sobre el nombre del sacuanjoche en las otras lenguas europeas, frangipani… pero lo dejaremos para otra ocasión, porque tiene que ver más con guantes, fogones y pistachos, que con aventuras vegetófilas para bautizar habitantes del reino vegetal.
Referencias
La primera noticia (seria, extendida) que tuve de Plumier fue, cómo no, gracias al libro de Allorge, L. y Ikor, O. 2003. La fabuleuse odyssée des plantes: Les botanistes voyageurs, les Jardins des Plantes, les Herbiers. Paris: JC Lattès: 144:158.
La anécdota de su quasi-naufragio, así como copiosa información sobre la situación política de las Antillas a finales del s. XVII, se encuentra en:
Hrodej, P. 1997. Saint-Domingue en 1690. Les observations du père Plumier, botaniste provençal. Revue française d’histoire d’outre-mer 84 (317): 93-117 (disponible en línea aquí).
(Las fechas de los viajes de Plumier son un poco caóticas, pues hay distintas fuentes que ofrecen distintas fechas (¡incluso de su muerte!). El artículo de Hrodej, que ha trabajado con cartas y documentos archivados, me parece el que proporciona mayor fiabilidad a la hora de cotejar fechas, y por ello, ante la duda, he seguido sus indicaciones.)
La llegada de noticias desde Cap-François sobre el encuentro de Plumier, tengo que confesarlo, es una suposición geográfica mía, basada en el traslado de la ‘capital’ de Saint Domingue allí tras la nominación de Du Casse como gobernador general (su predecesor De Cussy, al que había conocido Plumier en viajes anteriores, la palmó durante un ataque español en 1691). Esto lo leí en
Latimer, J. 2009. Buccaneers of the Caribbean: how piracy forged an empire. Harvard University Press.
(De esta obra también provienen las referencias, un poco de refilón, sobre la suerte de los indígenas en el Caribe).
De las políticas francesas para evitar que los esclavos africanos trajesen problemas en las plantaciones, leí en
Doyle, W. (ed). 2001. The Short Oxford History of France: Old Regime France, 1648-1788. Oxford University Press
Las obras de Plumier pueden consultarse libremente en internet, a partir de Biodiversity Library; muchas de ellas están alojadas en la Biblioteca Digital del Real Jardín Botánico, pero yo prefiero las que pueden consultarse directamente desde la biodiversitylibrary, pues el sistema informático es menos farragoso…
También la obra de Tournefort en la que aparece la dedicatoria a Plumier puede consultarse desde aquí.
Sobre la simbología del sacuanjoche en Mesoamérica, el artículo más completo al respecto que he consultado es:
Zumbroich, T. J. 2013. ‘Plumerias the Color of Roseate Spoonbills’ – Continuity and transition in the symbolism of Plumeria L. in Mesoamerica. Ethnobotany Research & Applications 11:341-363.
En él menciona muchos de los datos que he empleado en el texto, como p. ej. el árbol en la tumba de Gauguin; en internet pueden verse fotos de la tumba, com por ejemplo en este blog (EN).
La obra de Sahagún está digitalizada y libremente accesible desde la World Digital Library, aquí (Volumen XI: de las cosas naturales).
La farmacopea medicinal indígena en México, cuya propiedad colectiva pertenece a los pueblos indígenas de México, está digitalizada y es libremente accesible en internet; la ficha correspondiente a Plumeria puede consultarse aquí.
El detalle sobre el uso del sacuanjoche en Vietnam para cuestiones sagradas, lo leí en
Trong Hiêu, D. 2000. Jardins du Vietnam: la nature entre représentations culturelles et practiques culturales. Extrême-Orient, Extrême-Occident 22: 135-151, accesible en línea aquí.
Ilustraciones
Los mapas están todos sacados de una misma obra (… en realidad, son todos el mismo ^^;; pero con aderezos Made in Aina): Las islas y tierra firme de las Indias Occidentales (1639), mapa realizado por el cartógrafo y grabador holandés Joan Vinckeboons (1617-1670).
Las fotografías de Plumeria son de una servidora :)
El grabado de Plumier está sacado de Wikipedia; los extractos de las obras de Tournefort i de Sahagún están sacados de las obras que cito, libremente accesibles en los enlaces detallados más arriba.
Gracias Aina, ¡por otro interesantísimo artículo!
Desconocía que hubiese sido Plumier quien empezará la (maravillosa) costumbre de regalar géneros, como gesto de agradecimiento, a quienes colaboraron con él en sus descubrimientos. Su historia (tu artículo) me ha hecho recordar a Eric R. Sventenius (creador y primer director del Jardín Botánico Canario «Viera y Clavijo») que estuvo viviendo en el convento benedictino de Montserrat, lo que le permitió cultivar grandes amistades con algunos monjes-botánicos. De hecho, honró su particular amistad con el padre Adeodato F. Marcet, dedicándole el bello género Marcetella.
¡Y qué decir de la valentía de esos primeros estudiosos de las plantas que se embarcaban (nunca mejor dicho) en empresas, que tenían mucho de aventura pero que también podían acabar incluso con su muerte! Es una pena que esas expediciones estuvieran también manchadas de actos viles y vergonzosos contra la cultura e idiosincrasia de los nativos. En Phoenix fui a visitar un museo indio y me impactó mucho un documental que proyectaban acerca del proceso de «escolarización» de los niños indios por parte de los colonos. Y, cómo no sólo les obligaron a renunciar a su lengua y a su religión sino incluso a su forma de vestir y de peinarse. Parece una nimiedad pero muchos niños explicaban el dolor (emocional) que supuso para ellos que les cortaran el pelo. ¡Los atentados contra la identidad de los pueblos, me parecen imperdonables!
Hasta el próximo post ;-)
Ruth
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Hola Ruth!
Gracias por el piropo ; ) y por presentarme la historia de Eric Sventenius! Por el apellido (y el nombre), parece más escandinavo, que canario… Siempre me ha fascinado la forma en que dar nombre a la realidad puede cambiar nuestra percepción, y de cómo se construyen culturalmente estas «visiones», que encierran un sinfín de historias detrás… llenas de chiaroscuros, como las consecuencias para los indígenas.
Es deprimente, la de cosas desastrosas que se han hecho en este mundo (¡y en ocasiones incluso pensando que se hacían por el bien de los demás!).
(Y habiendo sido una niña muy encariñada con su pelo largo, entiendo perfectamente que fuese un trauma para los nativos sufrir su pérdida. No será doloroso físicamente, pero tiene una enorme carga simbólica.)
Nos leeremos pronto, seguro ; )
¡Abrazo!
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Hola Aina,
Lo has adivinado, Sventenius, que en realidad se llamaba Eric Ragnar Svensson era sueco de nacimiento. Fue una suerte que tras ser Director Científico del Jardín Botánico de Blanes, dónde entra en contacto por primera vez con la flora canaria, acabara siendo el director del «jardín de sus sueños», un jardín botánico centrado en la flora endémica de Canarias (el «Viera y Clavijo»). Fue precisamente durante su estancia en Cataluña, cuando «Don Enrique» (como le llamamos cariñosamente en el jardín canario) decide cambiar su apellido de Svensson a Sventenius. Hay una anécdota sobre esto que tiene que ver con la dedicatoria por parte de un famoso entomólogo, de una especie nueva de coleóptero descubierta en Gran Canaria. El buen hombre tenía la intención de usar el epíteto “svensonii”, algo que al parecer molestó mucho a Sventenius (como se le venía conociendo en el ámbito científico), que ni corto, ni perezoso, le envió una carta diciéndole que no aceptaba el nombre y que de hecho lo daba por inválido. Como podrás imaginar, finalmente la especie se denominó: Cyphonocleonus sventeniusii. Este es un ejemplo más del carácter peculiar de Sventenius (ya se sabe como son los del norte, ja,ja) que, sin duda, fue ¡genio y figura!
Hasta pronto,
Ruth
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Desconocía por completo la práctica de asignar nombres con intención de honrar a alguien. Me parece un gesto muy bonito y, por qué no decirlo, sorprendente. Estoy más acostumbrado a los científicos y exploradores que ponen su marca a todo, como perros que mean encima de lo que acaban de “descubrir”.
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Je je, bueno, de eso también hay. Pero, en realidad, creo que en todos los casos es un reflejo de la persona: alguien generoso haciendo ciencia será un científico generoso (al igual que será un artista generoso si se pone con el arte, o un agricultor generoso si se dedica al cultivo… y suma y sigue).
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