Segunda entrega de nuestras Aventuras y desventuras en la EXPO2015 Milano, serializadas. Es… un poco largo. Porque ¡hay tanto que decir!
Útil para: curiosos que querrían ir a la EXPO pero no pueden; curiosos que sí piensan ir pero querrían tener más información sobre la «chicha» que se expone, a ver si vale la pena. Quien quiera detalles logísticos, que me escriba y le cuento.
Para la primera entrega (introducción), ver aquí)
El mapa de la EXPO2015 era una maravilla de archipiélagos-pabellón por explorar; algunos nombres eran más tentadores que otros, pero no teníamos una lista de naciones cuya visita fuese absolutamente irrenunciable. Por eso, el criterio fundamental que dictó las visitas fue, sencillamente, la cola.
¿Mucha cola? No entramos. ¿Poca o nula cola? Allá que vamos.
(La única excepción fue el pabellón de los Emiratos Árabes Unidos, a la que nos echamos de cabeza nada más entrar el segundo día, porque nuestro anfitrión nos había hablado muy bien de él, y a R le picaba la curiosidad).

Me llevé sorpresas, la verdad.
Mis pabellones preferidos no fueron aquellos por los que hubiese apostado a priori; otros, que habría deseado apreciar más, me decepcionaron un poco (o un mucho).
Sin embargo, como todos sabréis cuando visitáis una exposición, al terminar de verla el agua aún está turbia; sólo tienes impresiones, sentimientos, emociones. Una sensación de haber conectado con el mensaje, o ese ligero no-sé-qué indefinible, que te hace torcer el gesto cuando te preguntan si te gustó, arrastrar el “Síiii…” y añadirle un chasqueo de lengua y un “peeero… ”.
… algo, algo que no te ha convencido, si bien aún no sepas exactamente el qué, o por qué.
Tras darle muchas vueltas, he llegado a la siguiente conclusión.
Si tuviese que clasificar los pabellones nacionales en la EXPO, lo haría según dos criterios:
Hay más variables, claro, como el tipo de mensaje que transmiten (que puede conectar más o menos con la persona), la originalidad en el uso de los medios de comunicar el mensaje, el grado de ‘autobombo’ que se da el propio país, etc. Pero quizás estos dos factores son los que más me han quedado, a dos semanas de distancia de nuestra visita.
Empecemos por los países confusos, esos que están a la izquierda del gráfico.
Hay pabellones que no saben qué quieren decir exactamente.
No tienen un mensaje central fuerte, sino un murmullo de voces que se pelean entre ellas para ser oídas. He notado a faltar su “cuarta dimensión”: no saben contar historias, sino que se conforman con amontonar viñetas, más o menos inconexas, que tienen que ver con la gastronomía. Y ahí te las compongas.
Estos pabellones no me aportaron demasiado, tanto si intentaron complementar su carencia con medios multimedia de última generación, como si abusaron lo mínimo posible de luces, vídeos, pantallas enormes y demás argucias técnicas.
(Pero tengo que admitir que me molestan más los que intentan colarme un revuelto en el plato con luces de discoteca, que quienes me lo sirven en santa paz y tranquilidad.)
¿Ejemplos?
Ay, España. Revuelto con luces discotequeras.
Fue una decepción para mí.
Habría tanto que contar, y nos quedamos en una dispersión impresionista que quiere decir tantas cosas, que se atraganta y termina balbuceando sus excelencias. Alimentar al planeta es un reto tan enorme, y nuestra respuesta es “¡Mira qué bonitos nuestros olivos y nuestro aceite! ¡Qué buenos cocineros tenemos!”
Eso es lo que se me quedó. Un montón de maletas con palabras colgadas (era “un viaje”…). Botellas de vino colgadas del techo. Una sala grande y oscura tapizada de platos blancos que se iluminaban, como si fuese un híbrido entre Pachá y la despensa de El Bulli.
Y reggaeton en el restaurante tapas (cómo no: España = tapas), con unos palos que hacían las veces de techo, desde donde unos cientos de freseras descolgaban sus estolones lánguidamente.
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Otro país que no tenía muy claro qué es lo que quería decir era Turquía.
Pero Turquía me gustó más, porque apostó por áreas ajardinadas, con pequeños pabellones en los que te enseñaban fotos (preciosas), o podías ver botes de especias (sin explicaciones, eso sí), o una pequeña exposición de instrumentos para preparar café turco. Podías pasear, disfrutando del sol, del murmullo del agua, e ir leyendo los paneles o reflexionando sobre la riqueza agropastoral turca.
Nada del otro mundo: tampoco tenían claro qué querían contarme, pero fue una visita relajada y agradable.
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Brasil tampoco me entusiasmó.
Aunque admito que las condiciones no eran las mejores (lo visitamos a las 10 de la noche del último día), hubo partes que me gustaron, pero… me faltó sentido crítico, así como un tratamiento realista de los problemas que afronta Brasil en cuestiones agro-gastronómicas y energéticas.
El pabellón, seguramente diseñado por algún arquitecto genial, está estructurado en dos partes. Se entra subiendo a una red suspendida encima de un área ‘ajardinada’ (que fue lo único que me gustó: ¡las plantas de abajo!). Al principio pensé que se trataba de una metáfora plasmada en cuerdas y enganches, que me hablarían de la red de la vida, de cómo todo está conectado, y esas cosas… pero no. Es una simple red, una especie de atracción de parque para que la gente se lo pase en grande (y que disfrutas si las suelas de tus zapatos son buenas, y si no vas muy cargado; si llevas sandalias, y vas con bolso y cámara de fotos, la experiencia es muy mejorable).
Tras recorrer los dos tramos de red suspendida, por fin tocas tierra en el tercer piso, y vas bajando, con la oportunidad de ver infográficos y vídeos que pasan a la velocidad de la luz ante tus ojos, o pantallas interactivas con tal escasez de información relevante, que me dejó la sensación de ser un enorme ejercicio arquitectónico de greenwashing, marketing puro y duro. «Que se diviertan en la red un rato, y se quedarán tan contentos que no hará falta contarles mucho más». Ni mención de la soja, de los sem terra, de la caña de azúcar, del biodiésel, de los problemas de coexistencia entre agricultura y selva amazónica… Una gran decepción personal, la verdad.

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Otro pabellón que apostó por dar de jugar a sus visitantes, y dispersarse en mil casitas distintas contando detalles curiosos del país, fue Estonia. Columpios, un piso inferior totalmente dedicado a la zona bar/restaurante, y un piso superior en el que convivían rincones minúsculos a tema (“Danzas tradicionales”! “El bosque”! “Hazte una foto en las turberas estonas”!). Y un piano de cola.
No tenían la menor idea de qué querían decir, pero la gente seguro que recuerda los columpios. Si queréis verlos también vosotros, el vídeo-presentación del pabellón está aquí.
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Hay pabellones que han ignorado el tema todo lo que han podido, quizás porque no tienen claro qué quieren decir al respecto.
En lugar de contestar a la pregunta “¿Qué piensas sobre la cuestión de alimentar al planeta?”, contestaron a “¿Qué puedo hacer si vengo de vacaciones a tu país?”. Son los pabellones-agencia turística. Exposición Universal, vieja escuela, imagino. Ejemplos de estos son Bielorrusia o Lituania. (Bielorrusia tenía un pabellón arquitectónicamente muy original; pero con poca chicha dentro…).
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Después están los pabellones que combinan la venta de souvenirs con… algo. Ese algo puede adecuarse más al tema de la EXPO, o menos, pero siempre hay una parte del pabellón, igual o superior al 50%, que es un bazar donde comprar sombreros de paja, carteras, máscaras talladas, llaveros, o lo que se les haya ocurrido traer. Esto era tremendamente común en los pabelloncitos-cajas-de-zapatos de los clústers, pero para mi sorpresa, también había varios pabellones nacionales grandes que usaron esta estrategia, como Vietnam o Sudán.
Vietnam es un pabellón arquitectónicamente bonito para mi gusto, pero casi vacío de contenido. Lo que más me gustó fue la aparición de flores de loto por todas partes: pinturas, cartulinas para regalar, jarrones, esculturas de madera… ¡bien por Nelumbo!
En cambio, Sudán, que no valía un pimiento arquitectónicamente (y deben de ahorrar una barbaridad en recibos de luz, porque no se veía un pijo dentro, todas las fotos salieron oscurísimas), tenía una colección de vegetales secos que me encantó ver (frutos de baobab, de Balanites aegyptiaca, mijo, hibiscus…). Y un vídeo sobre platos tradicionales sudaneses, que no estaba mal.

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Otros que ahorran en luz, al límite entre aquellas naciones con un mensaje claro, y las que se perdían en mil direcciones distintas, son los belgas. No nos esperábamos mucho (… tras haber vivido en Bélgica varios años, y saber de primera mano que el súmmum de la gastronomía belga son las frittes y los mejillones, albergamos dudas más que razonables sobre las bondades de la gastronomía nacional). Quizás por eso salimos agradablemente sorprendidos.
Consta, en primer lugar, de un primer piso que casi ni recuerdo, a parte de una colección de joyas diseñadas en formas gastronómicas (granos de café, espárragos, etc.). El subterráneo oscuro, en cambio, sí recogía el reto de la alimentación para todos en el futuro, hablando de comer insectos (… ¡ñam! Heh), cultivo hidropónico, plantas silvestres comestibles, y hongos en balas de paja.
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China, en mi opinión, se desparramó un poco. Me sobraron los carteles de patrocinadores y fábricas varias (¡anuncios de fabricantes de vestidos! ¡Tiendas de jícaras en la entrada! En alguna zona había una ligera sensación de Bazar Yi Lu…).
Me faltó la constatación de un hecho incontestable: buena parte de ese mundo al que habrá que alimentar es china. Con lo mal que tienen los suelos por ahí, y el montón de problemas hídricos a que se enfrentan, la ‘colonización’ de África no es ningún secreto en los medios de comunicación nacionales (por lo que me cuentan, el gobierno lo anuncia tranquilamente).
Su pabellón habla de historia, sí, pero no creo que nadie que lo visite se quede con una idea clara de qué querían decir exactamente, o de la importancia caudal de la política china en cuestiones de seguridad alimenticia en el futuro (ni tampoco la que tuvo en el pasado). Una pena.
Las flores en la entrada, eso sí, eran bonitas.
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También EEUU tenía un pabellón algo disperso, poco memorable si no llega a ser por el jardín/huerto vertical que tenían montado. (De hecho, casi casi me olvido de escribir sobre él, lo cual da una idea de la leve impresión que me dejó. Pero tenía unas vistas preciosas desde la azotea).
Pero no todos los pabellones nacionales se desparramaron tanto, no.
¿Que cuáles acertaron más afinando el mensaje, de los que visitamos? Dejadme que os los enseñe…
(¡En la próxima, en la próxima!)
Vaya Aina, por lo que cuentas espero que estos pabellones «más o menos» decepcionantes los alternaran con pabellones sorprendentes en vuestra visita, porque si no ¡pobrecitos! ¡Qué pena! da la sensación que la propuesta de la EXPO (a mi particularmente me parece de lo más interesante y atractiva), se quedó nada más que en un buen «título» como reclamo para los visitantes, con lo que podía haber dado de sí!
Algunas de las ideas dan ganas de llorar, empezando por «casa». ¿Cuántas oportunidades va a seguir perdiendo España? Lo que más duele es que encima lo ha hecho en un tema en el que, por productos y por talento, debía haberse lucido. «Reggaeton» y tapas ¿de verdad? Es evidente que lo de la «marca España» no lo tienen nada claro.
Estoy deseando ver y leer sobre los pabellones que si te/les gustaron, y espero que compensaran algo la subida por la red suspendida de Brasil (si les hubieses asesorado, les hubiese ido mucho mejor, ese símil a las redes de interacciones de las especies y el medio que las rodea es fantástico), porque dudo que hayan podido compensar, el que tuvieran que pasar por el «Bazar Yi Lu» ;-)
Ruth
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Ay, no, la verdad es que España fue una decepción. Hablamos a menudo en familia sobre el extraño caso de la Ausencia de Fama Internacional de la gastronomía española, quizás algo así como lo que pasa con la comida griega; mediterráneas, con historia para regalar, excelente materia prima, tradición… sin dudarlo, a la misma altura que la gastronomía italiana (admitido por un italiano, que eso ya es difícil…). Y, sin embargo, ahí nos tienes. Reggaeton y tapas. Y paella, olé. En fin.
Pero sí, valió la pena… y seguro que te gusta una de las razones de peso por las que disfrutamos del tour: café! ^___~ (pero sobre eso ya te cuento más adelante, con los clústers).
(¿verdad que sí que habría quedado bien el tema metafórico con la red? Si es que… ah, oportunidades perdidas. La próxima vez les llamo, a ver si cae algún encargo de asesoramiento metafórico, ese nuevo campo de trabajo que acabo de sacarme de la manga, je je).
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