(Gibson, Oxford University Press 2015)

Al son de: Ed Sheeran, I See Fire (Kygo remix)

 

Enero es el mes de los buenos propósitos; entre ellos, a menudo está el de organizarse mejor —ya sea la vida, las ideas, o los armarios—.

Mientras escribía La Invención, uno de los capítulos que más disfruté investigando fue el dedicado a nuestros afanes nomenclaturales y taxonómicos (por si alguien quiere irse derechit* a consultarlo, es el núm. 33). En él, escribía:

El orden es una necesidad humana (¿casi?) fundamental. Al llamar al universo cosmos, estamos ya reconociendo que la realidad, o revela una estructura ordenada, o se la imponemos nosotros.

Como ya hemos visto, no se trata en absoluto de algo circunscrito al ámbito científico; el orden funciona como estrategia en todas las actividades humanas por un simple motivo: procesamos la información de forma más eficaz cuando está estructurada, ordenada de algún modo.

El orden nos da seguridad, serenidad mental. Cuando los psicólogos dicen que el niño necesita una estructura familiar estable, límites que regulen lo que está permitido y lo que no, nos hablan de poner orden en el mundo infantil.

Curiosamente, y por paradójico que pueda parecer, vivir aferrados a las certezas ordenadas es un obstáculo para evolucionar. El crecimiento, el aprendizaje, las revoluciones… se dan en la zona inestable de arenas movedizas. Allá donde nos movemos entre líneas dibujadas con trazo seguro, en los espacios en blanco henchidos de posibilidad.

Vivir en la pregunta, más que instalarse en la respuesta.

Sin embargo, la incertidumbre nos aterra. Codearnos continuamente con puntos interrogativos sin reemplazarlos por un punto y final (o aparte) puede resultar tremendamente incómodo para muchos —incluso tratándose de interrogantes pequeñitos y sin mayor trascendencia.

Pero… ¿qué pasa cuando las preguntas son semillas de rebelión contra el orden establecido?

¿Qué pasa cuando hay demasiado en juego?

La premisa del libro de Susannah Gibson va por ahí. Bien elegido está el título, no tanto por las palabras cuanto por los signos de puntuación: cierra su título tripartito un interrogante que habla de esos espacios entre líneas, desde los que podemos empezar a cuestionarnos la existencia y definición misma de las líneas.

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Pero dejadme que os lo cuente

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  • TitleAnimal, Vegetable, Mineral? How eighteenth-century science disrupted the natural order
  • Author: Susannah Gibson
  • Editorial: Oxford University Press
  • Año: 2015

El libro, en tres líneas (o en tres preguntas):

¿Cómo clasificamos a los seres vivos (y a los no vivos)? ¿Existe una forma “natural” e inmutable de hacerlo? ¿Qué consecuencias pueden tener estas respuestas para la sociedad y los individuos?

En estos berenjenales inciertos se metían de cabeza, con más o menos brío, allá en el siglo XVIII; y Susannah Gibson nos cuenta sus historias con pisada ligera.

I loved:

–  La premisa (es que, de lo contrario, no me lo compro… O, mejor dicho en este caso: no lo pongo en la carta a los Reyes).

Es raro ver a los tres reinos aristotélicos incluidos en un mismo tomo. En un panorama de especialización científica galopante, en el que las teselas del conocimiento son cada vez más y más diminutas, me encanta que se rescate la forma de pensar, más inclusiva, del periodo histórico que abarca el libro (s. XVIII).

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Las primeras páginas de la introducción hacen un gran trabajo al comunicar este popurrí cultural que se salta a la torera las fronteras —más o menos ficticias— entre áreas del saber. En mi experiencia, es poco frecuente que alguien me recuerde que naturalistas como Newton o Linneo compartieron siglo con Bach y con Mozart, con Goethe y con Kant, con Casanova o con Watt. Y lo agradezco.

  • Las reflexiones sobre los marcos de interpretación de la ciencia.

En la tesis de R aparece una cita del matemático John von Neumann, que dice (más o menos) así:

Las ciencias no intentan explicar —a duras penas intentan interpretar—; se dedican principalmente a hacer modelos. Por un modelo se entiende una construcción matemática que, junto con ciertas interpretaciones verbales, describe los fenómenos observados. La única justificación de tal construcción matemática es, sencillamente, que esperamos de ella que funcione.

Quizás en matemáticas lo tengan más claro, pero muchos de los que actualmente retozan en el barro de las ciencias de la vida* a menudo están convencidos, no ya de que “explican” o “interpretan”, sino que directamente describen La Verdad.

*Y posiblemente en muchos otros, pero me refiero a este campo, por ser el que conozco más de cerca, y el que toca el libro de Gibson.

Ni modelos, ni cuentos chinos. La Verdad.

Así, en mayúsculas y cursiva.

Un resultado científico no conduce necesariamente a un “hecho” aceptado por todos; los resultados siempre están sujetos a la interpretación humana— entonces, como ahora.”

La historia (en este caso, de la ciencia), esa cuarta dimensión que tanta falta hace, nos dice que los tiros van por otra parte. Que hay que estar vacunados contra el olvido, y no pasar por alto que toda actividad humana pasa por un filtro de interpretación. La elaboración de los modelos, el diseño de experimentos, la lectura de los resultados son subjetivos.

Lo cual no implica que sean incorrectos, ojo.

Me encanta que Gibson haga hincapié sobre este aspecto.

–  Gibson no plantea sus historias en modo científico-triunfalista.

Suele decirse que quienes blanden la pluma de la historia son los vencedores. Es curioso que esto pase incluso cuando quien vence es un concepto abstracto, como un modelo o una idea científica.

Las historias que nos cuentan sobre las ciencias naturales (que es el caso que nos ocupa) suelen ser algo triunfalistas: escogen una “verdad” actualmente aceptada por la comunidad científica, y van tirando del hilo en busca de su genealogía. Todo lo que pertenezca a su línea ancestral se convierte automáticamente en ‘lo bueno’; todas las ideas y modelos que explicaban el mundo de forma distinta quedan tachados como ‘la competencia errónea’.

Y, en cierta medida, en nuestra cabeza se forman constelaciones de naturalistas heroicos y visionarios, versus aquellos infelices miopes, o bien incapaces de diseñar experimentos lo suficientemente buenos como para desechar sus ideas equivocadas.

Yo creo que, en estos casos, podría ser instructivo pensar en clave menos heroica y más evolutiva. Recordar que la evolución sencillamente permite que la naturaleza pruebe diseños alternativos, que en sí mismos no son ni buenos, ni malos; que no hay nada que a priori nos permita separar a “los mejores” (los que sobrevivieron) de “los peores” (que no lo hicieron).

Los modelos compiten por describir la realidad; algunos tienen más éxito, otros menos. Y la cantidad de tiempo que llevan ‘funcionando’ no garantiza al 100% que funcionen mañana, o dentro de una década. Como decía Feynman, no tenemos certezas absolutas; sólo probabilidades.

Y todo esto me viene a la cabeza gracias a la lúcida narración que Gibson hace de Johann Beringer y sus fósiles falsos.

Para resumirla mucho: en 1725 Johann Beringer, dean de la Facultad de Medicina de Würzberg, empieza a recibir extrañas rocas, en las que aparecen representados “todos los reinos de la naturaleza”: mariposas, insectos en vuelo, flores y hojas, tortugas, serpientes… Y otras en las que aparecían “el sol, la luna, los cometas, e incluso algunas en las que aparecía el nombre de Dios en latín, árabe, y hebreo”.

Quien lea esto desde el cómodo s. XXI ya adivinará que eran un fraude, perpetrado por colegas envidiosos de Beringer que deseaban estrujarle la reputación hasta dejarlo hecho un trapo sucio.

Sin embargo, Gibson aborda la cuestión de forma ecuánime, delicada, sin apresurarse a tachar a Beringer de tonto.

beringer-1En un panorama en el que no existe ningún consenso sobre qué son los fósiles o cómo se forman; en el que los datos aún son relativamente escasos, y cada hallazgo tiene el potencial de dar un giro carnavalesco a toda interpretación previa… mucho depende de la suerte. De haber apostado, con los ojos medio vendados, por el modelo que terminó por ser el ganador.

Gibson no cuenta ‘historias de vencedores y vencidos’, incluso invalida este enfoque de forma razonada. Y yo me sumo a sus esfuerzos.

Tres hurras por el enfoque evolutivo, ya sea biológico, o en la cultura científica.

I liked:

–  No sabía de las dos sátiras publicadas en Inglaterra sobre botánica (The Man-Plant) y sobre generación vía animálculos (Lucina sine concubitu) de las que habla Gibson… y me ha encantado conocerlas.

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Descripción de los «nectarios humanos (femeninos)», con adjetivos como ‘dobles’, ‘globosos’, ‘suaves’, ‘blancos’… Ahem.

Me he reído mucho leyendo las descripciones à la Linneo del “Hombre-Planta” (Class. Dieciae; Ord. Monandria. Monogynia; Gen. Homo), estableciendo paralelos subidos de tono entre la anatomía de flores y mujeres en latín (hay que admitir que queda mucho más fino decir que se prefieren los “nectarios grandes”, a los “melones” grandes…).

Conocer mejor a Aristóteles en la introducción. Hasta ahora, los textos que había leído sobre él (lo admito, tampoco es que hubiese ido a informarme muchísimo, eh) no habían entrelazado su historia vital con sus ideas; en cambio, ahora puedo imaginármelo saltando de pozuela en pozuela en la hoy tristemente famosa costa rocosa de Atarneus (en Turquía, frente a la isla de Lesbos).

– Hay anécdotas curiosas sobre personajes que ya conocía (p. ej. Linneo y la relación entre su apellido y el tilo mágico de Småland). En cierta forma, la lectura ha sido como volver a encontrarme con viejos conocidos, pero vistos desde un ángulo ligeramente distinto, añadiendo detalles que los hacen más humanos e interesantes.

Reflexiones&Thoughts:

Tras haber leído las parrafadas anteriores, uno podría pensar que este es el libro del que más he disfrutado desde que empecé a hojear cuentos en mi más tierna infancia.

Yyy la verdad es que no.

Me ha pasado algo curioso: y es que me gusta más la idea que hay detrás del libro, que el resultado de su ejecución. Y aún más curioso es el hecho de ser incapaz de decir exactamente por qué.

Pero quizás yo no fuese su lectora ideal. Me recuerda un poco a la sensación que se me quedó (atentos, aviso de blasfemia para muchos) tras leer Verde Brillante, de Mancuso y Viola. Ambos pensados como textos de divulgación general, para un público sin mucho contacto previo con los temas tratados, pueden tener un efecto shock sobre quienes no hayan oído hablar de este tipo de cosas antes. En cambio, si son ideas que no te resultan del todo nuevas, puede ser una lectura agradable, sí, pero no especialmente memorable. No por culpa del libro, sino porque ya conocías de antemano el guión de la película que iban a contarte.

En el caso del libro de Gibson, y considerando el precio que tiene (más de 16 esterlinas), me esperaba algo más… Efecto Bombilla. Alguna revelación conceptual que me golpease como un bate, o que cristalizase con las palabras perfectas alguna sensación previa, de esas que se quedan flotando en mi mente sin forma bien definida.

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Tras hablarle de mis impresiones, Mr G también está pensando en leerlo. Quizás mientras mordisquea una algarroba.

Y no ha resultado ser así. Repito: conceptos interesantes, pero un tono muy ligero, poco pelágico. No me ha llevado a bucear más allá de la zona fótica del océano que ya tenía más o menos vista.

Otro factor que ha contribuido a mi impresión algo nebulosa del libro es que las ideas se presentan prácticamente todas a la vez, y se repiten todas, sin especial orden ni concierto, en todos los capítulos del libro. No hay una gran secuencialidad narrativa a la hora de presentarlas. No tengo la sensación de ir tirando del hilo, porque no me parece que haya hilo.

Hay incluso historias que me parecen estar en el reino que no corresponde (como las ranas con pantalones de Spallanzani en “Vegetal”; tiene su razón de ser, pero me lía). Y sin anclar un personaje a una idea, a una pregunta, a un concepto… ahí tengo un ejemplo perfecto de cómo haber ordenado más la exposición de las preguntas y debates, habría aumentado mi disfrute de la obra.

 

Ha dado la casualidad de que, al mismo tiempo que leía Animal, Vegetable, Mineral? he estado metiendo las narices en una obra francesa del s. XVII, de Guy de la Brosse: De la Nature, virtu et utilité des Plantes. Esta yuxtaposición ha hecho que algunas de las ideas y conceptos que Gibson presentaba como novedosos, o como noticias candentes un siglo más tarde, se me antojasen mucho menos recientes y revolucionarias. Al fin y al cabo, estoy leyendo cosas parecidas en un libro del 1628…

En fin, que no ha estado mal; pero no repetiría.

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Referencias, Recursos et al.

Las imágenes que no son mías, están sacadas de las obras a las que se hace referencia en el texto: The Man-plant: Or, Scheme for Increasing and Improving the British Breed, por Vincent Miller (libremente disponible en Google Books), y la Lithographiae Wirceburgensis (…) de Beringer, igualmente disponible en línea.

El original en inglés de la cita de Neumann es:

«The sciences do not try to explain, they hardly even try to interpret, they mainly make models. By a model is meant a mathematical construct which, with the addition of certain verbal interpretations, describes observed phenomena. The justification of such a mathematical construct is solely and precisely that it is expected to work.»

(según Wikiquote, sacado de «Method in the Physical Sciences», in The Unity of Knowledge (1955), ed. L. G. Leary (Doubleday & Co., New York), p. 157)

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Un comentario en “[Hojeando libros] Animal, Vegetable, Mineral?

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