(Fell. Frances Lincoln 1991)

Al son de*: The Cinematic Orchestra, Les Ailes Pourpres (BSO)

*Me han sugerido, muy acertadamente creo, que ponga enlaces a las canciones que acompañan mis pesquisas y redacciones. Se abrirán en ventana nueva si pincháis en el título, llevándoos en volandas hasta Youtube.    |    {The English version of this review may be read here}

 Cuando los colores están vivos, pintamos jardines”.

Así se me ocurrió titular un capítulo de La Invención del Reino Vegetal, inspirándome en las exhortaciones de algunos paisajistas-artistas a «plantar el suelo como si se pintase un paisaje con seres vivos».

La relación entre el arte y los jardines es cuestión espinosa. Para algunos, la jardinería es arte; para otros, ni se le parece. Personalmente, no albergo dudas al respecto: un jardín puede ser una obra de arte. Quizás no todos los jardines lo sean, al igual que no todo garabato nos merece el calificativo de «arte». Pero haberlos, haylos.

Visto en retrospectiva, puede que el movimiento que más haya hecho por encumbrar a los jardines como sujeto artístico digno de admiración y respeto haya sido el Impresionismo, con la famosa aseveración de Claude Monet refiriéndose a su jardín en Giverny como a “su más bella obra de arte”.

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‘Summer Landscape’ (1875), Pierre-Auguste Renoir, en el Thyssen Bornemisza según Wikiart, de donde sale el cuadro.

La fascinación que ejercen los jardines sobre muchos de los impresionistas es fuerte.

Se han escrito libros, montado exposiciones, rodado películas y series sobre la relación Impresionismo-jardines. Algunos de los personajes son archiconocidos, incluso entre personas poco interesadas en el mundo de la pintura. Es el caso del mismo Monet, el “príncipe” del equipo, el protagonista —casi sin quererlo— de todo el tinglado.

Dejad que aclare una cosa: me encanta leer, ver, investigar cosas sobre Monet. En la serie de la BBC The Impressionists, mi preferido era Claude. We all love Monet, nos fascinan sus ninfeas, sus glicinias, los agapantos, los campos de amapolas, las casas henchidas de rosas, y toda la tropa. Nos gustan incluso las flores que no pintó, mira tú por dónde.

Sin embargo, me chiflan las historias que, por algún extraño motivo, la posteridad ha considerado menos dignas de interés, y se olvida de sacarles brillo, si no es muy de vez en cuando. Es sabido que me gusta hablar de las flores de las que nadie habla; puede que razones análogas me lleven a querer hablar, más que de la posteridad, de la oscuridad. De esos jardines que se han quedado oscuros, y quizás por ello retienen aún secretos que me atraen, que puedo intentar desentrañar.

No estaba buscando nada sobre los jardines de Renoir adrede; de hecho, ni siquiera sabía que existiesen jardines concretos, el análogo a un Argenteuil o a un Giverny, en la vida de Renoir. Me enteré de su existencia gracias a Amazon, que (tras haber yo comprado en la web unos cuantos volúmenes de segunda mano sobre Monet) con su magia algorítmica muy amablemente me sugirió que “Quizás pudiesen gustarme” una serie de títulos, entre los que se hallaba el de Derek Fell, Renoir’s Garden.

Y descubrí entonces que existía un jardín, al menos uno, de Renoir.

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Lo compré porque estaba barato (los libros usados son una bendición), porque me gustaban las capuchinas de la portada… y porque nunca antes había leído nada al respecto, así que cualquier cosa que pudiesen contarme iba a ser una sorpresa.

Tras haber leído sus escasas 100 páginas de texto intercalado con enormes fotografías y pinturas, resulta haber sido una inversión excelente, de la que estoy más satisfecha que de otras relacionadas con Monet.

(Es cierto que, de haberlo comprado a su precio original, tal vez hubiese arrugado la nariz: 13 esterlinas son un poco mucho para mis bolsillos).

Dejad que comparta con vosotros las reflexiones que ha sembrado en mí el libro…

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  • Title: Renoir’s Garden
  • Author: Derek Fell
  • Editorial: Frances Lincoln
  • Año: 1991

El libro, en tres líneas:

Un agradable paseo ilustrado por la geografía y la historia de los últimos años de Renoir en Les Collettes (la propiedad que adquirió en Provenza). Lectura ligera a la vez que profunda, con reflexiones que aún resuenan en mi memoria y que me apetece explorar.

I loved:

– Las comparaciones entre los estilos de Monet y Renoir, y las distintas relaciones entabladas con sus respectivos jardines.

La díada jardines-Impresionismo me atrae mucho. Quizás no haya podido dedicarme a investigarla todo lo que me hubiese gustado, pero sí he tenido la suerte de leer varios títulos sobre el tema: In the gardens of Impressionism (Willsdon, 2004, Thames & Hudson), y varios libros Monet-céntricos, como Monet’s Water Lilies (Rusell, 1998, Bulfinch Press), o Monet at Giverny (de Caroline Holmes; no recuerdo la edición ni el año de mi copia…).

Vamos, que no estoy del todo verde bosque en estas lides.

Y, sin embargo, al comprar el libro sobre Renoir y Les Collettes, inconscientemente pequé de ingenua. Pensé que me encontraría una especie de Giverny 2 al adentrarme en “el jardín de Renoir”, salvando las distancias geográficas y climáticas. Al fin y al cabo, ambos eran pintores, ambos impresionistas, amigos y amantes de la luz…

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‘The View from Collettes’ (1911).

Me equivocaba al esperar una historia análoga a la de Monet con Giverny, al creer que existe un patrón abstracto de “relación pintor-impresionista-con-su-jardín”, que se ramifica en pequeños detalles pero que es esencialmente la misma.

Puede haber puntos en común, claro que sí; pero el jardín de Renoir tiene poco que ver con el de Monet, y no por ningún detalle estructural, sino de base: Monet y Renoir parten de visiones distintas en sus respectivas relaciones con el jardín y la naturaleza, y me encantó que Fell profundizara un poco sobre este aspecto.

Ello debe matizarse con las limitaciones de cada uno de ellos: allá donde Monet gozó de bastante buena salud (cataratas aparte) durante sus años de senectud, Renoir había sufrido accidentes que lo dejaron con ataques de reúma y dolor articular, una parálisis facial parcial, y problemas crecientes para caminar. La enfermedad le anudó las manos huesudas hasta tal punto, que prácticamente tenía que atarse los pinceles a la mano para poder pintar.

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Autorretrato de Renoir con un sombrero blanco (1910).

Renoir no podía, físicamente, ser el jardinero de su terreno.

Sin embargo, se adivina una mirada distinta a la de Monet con Giverny desde el principio de su relación con Les Collettes…

Renoir adquiere la finca en 1907, pese a tener ya una casa confortable en la Borgoña, región de su mujer Aline. Y no la compra para rehacer su jardín de cabo a rabo, no se trataba de forjar una relación totalmente nueva y distinta a la que habían establecido antes los distintos moradores de Les Collettes. No.

Renoir la compra para salvar el olivar de la finca, una extensión de unos 150 árboles de troncos tan nudosos y retorcidos como las manos del pintor.

Corrían rumores de que unos viveros iban a adquirir el terreno para cultivar claveles; para ellos, los olivos estaban de trop. Al recibir la noticia, la simple idea de que aquellos viejos olivos terminasen convertidos en pisapapeles o cucharones le resultó tan insoportable a Renoir, que decidió comprar Les Collettes a los antiguos propietarios.

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La adquiere, pues, para preservar lo que en ella hay, tal y como está: Les Collettes en sí misma era ya “naturaleza perfecta”. Lejos de desear rehacer, reconstruir, rediseñar… la relación de Renoir únicamente pretende añadir un eslabón más, su eslabón, a la vieja cadena que conectaba aquellos olivos, aquellas tierras, al pasado y a la tradición.

Los pinta, por supuesto. Pero me resulta más espontáneo, más familiar.

Según cuenta Fell, allá donde en Giverny Monet cava, limpia, planta, arregla, ensancha, construye un jardín como nunca antes se había visto, Renoir no construye, apenas cambia nada.

Por no cambiar, ni siquiera quiere que “se limpien las malas hierbas” de los caminos.

Me pareció fascinante explorar cómo dos pintores tan cercanos en amistad y talento artístico, entablaron relaciones tan diferentes, ambas muy interesantes, con sus jardines. Me he quedado, de hecho, con ganas de más. Bravo, Mr. Fell.

Descubrir cuán completas eran las funciones del jardin en Les Collettes: no sólo producían cuadros e inspiración artística, sino también alcachofas y cebollas, y todo tipo de hortalizas; aceitunas, uvas y flores para vender.

Les Collettes era una explotación agrícola plenamente funcional, y era prácticamente autosuficiente en muchos aspectos.

Me encantó descubrir que las flores de los naranjos* se recogían y llevaban a Grasse, donde eran vendidas para destilar aceite esencial de neroli. Y tenían también invernaderos, en los que se cultivaban claveles, rosas y verduras todo el año.

*amargos, imagino; Renoir había sustituido algunos de los dulces, para evitar que sus hijos los desnudasen de naranjas y lo privasen así del placer de contemplarlas colgando de las ramas

La descripción de Les Collettes y su funcionamiento destilan un aire familiar y campechano, vivido con buen humor por Renoir a pesar de sus disminuciones físicas, y gestionado por su mujer, cuyo papel es crucial para entender este jardín polisémico y polifacético, que igual proporciona aceitunas para la almazara, o inspiración para los lienzos del pintor.

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‘Manzanas y Uvas’ (c. 1910). Las frutas y verduras de la huerta aparecen a menudo en los lienzos de Renoir, pequeños estudios de fresas, albaricoques, limones, cebollas…

Los detalles en los que no habría reparado de no habérmelos hecho notar, pero que fueron cruciales para la existencia de Les Collettes y sus jardines.

Aunque a día de hoy mantener un gran jardín en la Provenza mediterránea pueda parecernos coser y cantar, los Renoir se lo pudieron permitir gracias a una innovación clave: el agua corriente.

De no haberse instalado cuando se trasladaron a vivir allí, habrían tenido que regar los geranios, los irises, las coles… con agua sacada del río Cagnes, y acarreada a mano por las colinas hasta la casa y los terrenos circundantes (Les Collettes es colinoso: el mismo nombre hace referencia a las colinas en el territorio de Cagnes, en el que se encuentran).

Así como en Giverny, al ser un clima mucho más lluvioso, el riego puede ser una consideración más secundaria, en Cagnes difícilmente podría existir jardín sin agua

I liked:

– Conocer mejor la técnica pictórica de Renoir en su periodo provenzal.

Si bien conocía algunos de sus cuadros, ninguno de ellos era de sus vejeces en Les Collettes; y no me había empleado nunca a fondo para leer una descripción de cuál era su proceso creativo.

Fell me lo presenta en las palabras de amigos de Renoir (Albert André) y críticos de arte que han estudiado su obra. Las descripciones son luminosas, hermosas:

Con su pincel, Renoir aplicaba el color en capas finas y transparentes, unas sobre otras; cada una de ellas velaba la anterior sin ocultarla, consiguiendo así una textura lustrosa, sedosa, lisa, rebosante de reflejos límpidos a la vez que profundos.”

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La íntima conexión entre las rosas, flor preferida de Renoir, y la piel; pintar flores como preparación para pintar personas (sobre todo, niños y mujeres; le encantaba la forma femenina); conocer su faceta como escultor, de la que no sabía absolutamente nada… son aspectos artísticos de Renoir que desconocía, y que han dado profundidad a la imagen que ahora tengo de él.

(Aunque me ha creado una duda sobre los tipos de aceites empleados en los óleos: se menciona linaza, pero había leído yo en otra parte que era de adormidera… hmmm. Tendré que investigar).

Estoy acostumbrada a libros ilustrados que han nacido en la era digital. Apenas recuerdo siquiera las viejas fotos que sacaba yo durante viajes y ocasiones especiales antes de las cámaras digitales, no tengo casi memoria de lo que significaban los carretes, la espera. Nunca aprendí el arte de fotografiar con película; el gustirrín me llegó tras el salto a lo digital.

Quizás por eso no reparo en el arte y el trabajo que debió de suponer preparar las fotos para ilustrar este libro, que es del 1991; y no hubiese pensado mínimamente en ello, si el autor (que también es el fotógrafo) no se hubiese entretenido compartiendo algunos detalles de sus elecciones técnicas al final del libro, con un tono cariñoso y de respeto hacia la fotografía.

Hizo que viese las fotos con ojos distintos, menos despistados. Y lo agradezco.

– Fantástica lista de especies botánicas presentes en los jardines de Renoir, con sus nombres científicos correctamente escritos. Nada demasiado extenso, pero tampoco pobre.

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Es una delicia contar también con un plano de Les Collettes, y unos anexos con información extra sobre otros jardines en la zona. Son detalles maravillosos que me hablan de un autor con gusto, que se esfuerza por dar ese punto extra: en lugar de dejarte el pastel coronado con una única guinda, le pone siete, y dibujando una carita sonriente.

Reflexiones&Thoughts:

Discutíamos con R sobre la visión de Monet vs. la de Renoir, preguntándonos sobre cuál de las dos se aproxima más a la idea japonesa de lo que es un jardín. Por lo poco que sé, creo que es Monet y su anhelo por humanizar la naturaleza sin que se note la mano del hombre, “extrayendo su esencia” a base de mucha manicura y cuidados, quien más próximo está al espíritu nipón.

Renoir, en cambio, me sugiere algo mucho más espontáneo, que se obsesiona menos por los detalles. Allá donde otros gustarán de flores exóticas, a Renoir le gustan las mimosas y las margaritas, las rosas.

La sencillez de un puñado de fresas en la mesa. Menos intervencionista, quizás más beatífico.

Dice Fell que la visión edénica de Renoir necesita de la presencia del hombre, y son los elementos del paisaje que han absorbido, o que son emblema de esta relación, los que más lo atraen. Al fin y al cabo, Les Collettes se salvó por los olivos, con sus connotaciones milenarias de relación entre humanidad y vegetales—y su utilidad al proporcionar aceite (pues exprimían la cosecha y fabricaban su propio aceite. Se dice que Renoir, quien gustaba de probar el primer chorrito de aceite de la temporada sobre una rebanada de pan caliente y con un pellizco de sal, distinguía por el sabor el aceite de “sus” árboles, que consideraba superiores a los demás).

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A Renoir le dedicaron una variedad de rosa en 1909, «Peintre Renoir»; las rosas reales que salen en la foto son R. banskiae ‘Alba’, que no estaba en el jardín de Renoir – pero sí su hermana ‘Lutea’.

Allá donde Monet es prácticamente sinónimo con Giverny, y supervisa prácticamente todos y cada uno de los aspectos del jardín, puede decirse que Renoir confía a su mujer la entera gestión de Les Collettes, pese a que cualquier intervención en el jardín tuviese que obtener su aprobación antes de ser llevada a cabo. Y aunque Aline asume con facilidad su papel como gestora de aquel pequeño mundo, Renoir vive en el centro del mismo; todo gira a su alrededor, pero de forma amistosa, nada despótica.

Tras haber leído el libro de Fell, me doy cuenta de que Giverny ahora me parece un jardín más solitario y umbrío, más centrado únicamente en el deleite personal de Monet. En cambio Les Collettes rezuma luz y sonrisas, una pieza más en una vida familiar plena, sencilla, llena de niños (el hijo menor de Renoir, Claude, nació cuando su padre rondaba los 60 años), de coliflores, de rosas, de pintura.

Admiro a las personas que son capaces de enfrentarse a una vida con achaques y dolores, y transmutarlos en belleza. Fell cita en un momento determinado una declaración de Matisse, quien visitó a Renoir en Les Collettes en 1918. Aline había muerto, las manos del pintor estaban hechas un cuadro, sus nudillos terriblemente deformados,

… y pese a todo realizó sus mejores trabajos… A medida que su cuerpo se apagaba, el espíritu en él parecía volverse más y más fuerte, expresándose con mayor y radiante facilidad.

Eso sí me parece arte allende los lienzos y los vegetales.

Y me han entrado unas ganas tremendas de visitar ese jardín.

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Referencias&Recursos

Todos los lienzos de Renoir están sacados de Wikiart; las fotografías del libro (en las que aparece el libro, no las de dentro del libro eh, se entiende) son de una servidora.

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4 comentarios en “[Hojeando libros] Renoir’s Garden

  1. He disfrutado mucho con la lectura de esta entrada. Siempre es interesante conocer más detalles sobre la vida y los procesos creativos de los genios del impresionismo. Les Collettes realmente parece un lugar de encanto bucólico, a mí también me ha suscitado curiosidad.

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