[+ 20 minutos de lectura]

Al son de: Brooke Fraser, Magical Machine

{Estas reflexiones personales no se refieren al proceso de escritura de La Invención del Reino Vegetal, sino a lo que ha venido luego. A lo que pasó después del “y vivió feliz porque le publicaron un libro”. Los motivos por los que escribí lo que escribí —y sigo en ello— pueden leerse aquí}

Hace un año, más o menos por estas fechas salía a la venta mi primer libro. Acurrucados entre sus páginas, viajaban como polizones invisibles un montón de sueños, esperanzas, e ideas sobre cómo cambiaría mi mundo tras una proeza de tal magnitud.

No es fácil publicar un libro, me decían todos. Más difícil aún, que sea una editorial de la altura de Ariel; y, ¿que te apadrine alguien como Jose Antonio Marina? Como dicen en la tierra de mi niñez, eso es cosa de “soñar tortillas”.

Interiormente, oscilaba (y sigo oscilando) entre dos pensamientos:

1) Soy la lessshe, ¡he publicado un libro (y con la bendición y protección de Jose Antonio Marina)!

Y, luego, el más pragmático y pincha-uvas:

2) Bien, vale, guay. ¿Y qué? Tampoco es para taanto, y lo tuyo tampoco es que le interese a mucha gente…

Y así seguimos. He vivido los últimos doce meses en una especie de perpetuo estado de sorpresa: sorpresa perpleja y con una puntilla de satisfacción cuando alguien se muestra impresionado con el libro, y lo considera algo importante. Y, sorpresa picada e incluso ligeramente resentida, cuando no parece tener valor alguno para mi interlocutor(a) en una conversación, propuesta, etc.

No tengo bien calibrada la balanza interior que mide cuánto valor tienen las cosas.

¿Cuán importante es, que haya sido Ariel quien haya publicado La Invención del Reino Vegetal, o que alguien de la talla humana e intelectual de Jose Antonio lo considere una obra lo suficientemente buena como para querer “producirla”, usando su terminología?

Pues no sé medirlo bien, la verdad. Quizás sea porque, en el fondo, no me impresiona demasiado ni la titulitis, ni el postureo, ni la fama, sino la chicha que hay detrás. Y porque tengo tendencia a relativizar las cosas, y aunque los privilegios son maravillosos (¡y estoy tremendamente agradecida por las oportunidades que he tenido!), si no me cambian la vida de alguna forma práctica y tangible, ni aunque sea un poco… no me parecen taaaan estupendos.

Tras un año de camino con la cara al descubierto y el libro campando a sus anchas (o a sus estrechas, no sé) por el mundo, me parece un buen momento para hacer un alto en el camino, y pararme a reflexionar.

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A plantearme preguntas difíciles, y darme respuestas honestas. Preguntas cuya exploración a veces duele, y cuesta; respuestas que pueden ser menos rosas perfumadas, y más arañazos y espinas clavadas.

Preguntas que a algun*s parecerán sacrílegas, como por ejemplo:

¿ha valido la pena? ¿Lo volvería a hacer?

(Y, por si acaso, aclaro: me refiero a publicar un libro, no a escribirlo; escribir es otro rollo totalmente distinto…)

O, ¿cómo me siento a un año de distancia del pistoletazo de salida? ¿Qué he aprendido, qué me queda aún por aprender en este proceso?

Estas son las 5 principales lecciones que han salido de esta reflexión…

1   |   «It’s your emotions, stupid»

La primera gran lección es que los principales problemas a los que te enfrentas tras compartir públicamente algo que has creado, son emocionales.

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Todo lo demás, para mí, es secundario. He aprendido conceptos, estrategias; a preparar contenido, a formatear artículos; a ofrecer y aceptar colaboraciones varias; a usar tecnologías que, un año atrás, no tenía la menor intención de emplear. Sin embargo, el aprendizaje mayor ha sido, con diferencia, el emocional.

Aunque no me entusiasme la cosa, soy perfectamente consciente de que es imposible escapar al dolor de una bofetada cuando te arrean un sopapo, por mucho que lo hayas ensayado en tu imaginación, o por muy bien que conozcas los circuitos neurológicos de los nociceptores. Da igual, y duele igual, y quienquiera que nos diga que “no podemos ni debemos sentirnos dolid*s”, o tristes, o furios*s, frustrad*s o desolad*s ante un fracaso, una equivocación o un rechazo… con todos mis respetos, creo que está diciendo una tontería.

Porque los fracasos, grandes y pequeños, van a producirse. Alguien criticará, ya sea por escrito o directamente a la cara; alguien ignorará tus esfuerzos por colaborar con su plataforma (ya sea una revista, una página web o un semanario de crucigramas). Escribirás a alguien proponiéndole algo, y te dirá que no, aunque sea educadamente. O directamente ni te contestará, y te dejará esperando en el limbo del silencio denso que nubla las conversaciones que alguien olvidó cerrar.

Quizás te entre el gusanillo, yo diría casi inevitable, de la comparación; y te encuentres pesando tus méritos y los de algún otro que “tiene más éxito*” del que tú estás teniendo.

comparacion

Quizás tendrás que lidiar con la envidia y los celos, quizás te salga del estómago ponerte a criticar todo lo que hace el otro, o encontrar justificaciones que te salven, de alguna forma imposible, de hundirte en la desoladora idea de que “no valgo para esto, todos son mejores que yo, soy un fracaso”.

*Los parámetros empleados para medir ese ‘éxito’ son variados, y no siempre realistas, que conste; quien tiene 1000 “seguidores” pero sólo 10 le hacen caso, está peor que quien tiene ‘sólo’ 100, pero a más de la mitad escuchando con atención. Sin embargo, manejamos información incompleta, y 1000 son más que 100, y nos deprimimos.

Probablemente te equivocarás en público, y habrá momentos en los que desearás no haberte levantado de la cama ese día, no haber cogido nunca papel y lápiz (o pincel, cincel, o lo que sea; creo que es válido para todos los menesteres creativos, la verdad…).

Incluso si has nacido bajo la estrella del éxito, a la Dan Brown, y tu obra se convierte en un bercele* de fama internacional, habrá momentos de fracaso (¿una mala crítica inesperada?), desilusiones, y rechazos.

*bercele: dícese de un éxito de ventas. Adaptado del inglés bestseller (por alguien cuyo nombre y dirección no recuerdo, pero a quien va todo el mérito por haber acuñado un término tan útil).

Y si no te tomas tu tiempo para estar triste y decepcionada, o furiosa, o desesperada… si no te das permiso para llorar, aceptar lo que te pasa y por qué te sientes así… pues terminas hecha unos zorros. Con un resentimiento frío y amargado que puede ser maleducado con los demás, que se niega a aceptar sus propias equivocaciones con elegancia (o, cuando menos, con humor), que sólo encuentra fallos en lo que hacen los demás, y en el gusto (o la falta del mismo) de tu “público”. Salen a colación los topicazos de “es que no me entienden”, o “si les gusta tanto la obra de X, es normal que yo no tenga seguidores; por favor, si lo que hace X es basura…”.

El camino no es fácil, pero si vas enterrando esa tristeza y rabia y decepción sin vivirlas, entenderlas, y trabajarlas… terminas con un montón de materia en descomposición anóxica, enterrada bajo la superficie de tu jardín aparentemente alegre y fantástico, pero sembrado por doquier de bolsillos de metano: un campo de minas potencialmente explosivas.

Lo curioso de esto es que, cuanta más capacidad de “digestión y procesado” desarrollas, y menos te amargas y enfurruñas al sentirte ignorad*… mejor salen las cosas. Mantienes conversaciones de forma más constructiva, no te rindes a la primera ni te encastillas en la vieja idea, repetida ad nauseam con tonillo ofendido, de “¿Pero es que no se dan cuenta de lo espatarrantemente bueno que es mi trabajo? Anda y que los zurzan…”.

En mi experiencia, hacer las paces con el “fracaso” (o el sentimiento de haber fracasado) es el primer paso para salir de él.

 Si estás en esto de la creación/publicación de lo creado, y pensando en algo a largo plazo (y no quieres convertirte en alguien insoportable, nos entendemos), mi experiencia es que la inversión de tiempo más urgente e importante no es tecnológica, ni de estrategias de marketing, ni ná: es trabajo interior, trabajo emocional.

(Si me apuras, todas las lecciones tienen algo que ver con lo emocional, así que, estáis avisad*s…)

2   |   (Too) Great Expectations

La segunda gran lección que me llevo este primer año en la mochila, y que está relacionada con la primera, se refiere a las expectativas.

No era consciente de ello cuando el libro salió a la luz, pero el hecho de que desde entonces haya atravesado momentos de desengaño, de decepción y de resentimiento, son claros indicios de que estaban ahí. Se colaron en la bodega sin presentarme el pasaporte y sin avisar de que se acoplaban a la travesía, pero ahí están, sí, tricotando tortillas imaginarias con tanta maña, que engañaron a mi estómago haciéndole creer que la aparición de tan sabroso manjar era inminente y casi segura.

expectativas

Por muy cauta que una intente ser, por poco que intente esperar, por mucho que te emperres en que tus esperanzas se enfunden alas de mosca y renuncien a los vuelos de halcón… a veces, te la juegan. Se construyen sus alas de Ícaro a hurtadillas, se lanzan a los vientos, y antes de que hayas podido darte cuenta, ya te la has pegado.

Sí, ya estaba avisada. Ya sabía que es imposible, materialmente imposible vivir de escribir libros, y no esperaba que las cosas fuesen distintas.

Sin embargo, ahora me doy cuenta de que sí esperaba que esto me abriese más puertas, más posibilidades para acercar un poquito más este tinglado a la sostenibilidad. Que sucediese algo, o una cadena de algos, que ayudasen a limar (o incluso vaporizar) mi sentido de culpabilidad por dedicar tanto tiempo a investigar y compartir historias de relaciones entre naturaleza y personas, sin más contraprestación que el disfrute propio (y el chute de júbilo que trae la llegada de los comentarios de alguien que participa de mi disfrute, y me lo cuenta).

Quizás esperaba también conectar con más lector*s, experimentar la satisfacción de haber tocado con palabras, y tal vez haber mejorado un poquito, la vida de más personas. En esos momentos locos de desmelene absoluto, sueñas con series multitudinarias de ceros (pues ya dicen que tres es multitud…), no en la cuenta corriente (… ja ja ja ja) sino en la cantidad de personas que se han acercado a ti, que han conectado con tus palabras y con tu mensaje y tienen ganas de más. En el negocio —y digo negocio con enorme y cariñosa ironía— de dedicarte a contar historias porque quieres cambiar el mundo (y comer, y tener una vida digna mientras estás en ello), la clave es conectar con el mayor número de personas posible, para:

a   |   Lograr que tu mensaje tenga un impacto mayor, y

b   |   Tener alguna (¿remota?) esperanza de convertir esta vocación en algo sostenible a nivel económico algún día, preferiblemente antes de morir de vieja (o de inanición).

Sin embargo, en mi interior se desarrolla un animado combate de boxeo entre los sentimientos de decepción por esta expectativa agrietada, y la idea (errónea, lo sé) de que está mal sentirme así. Porque es una afrenta a quienes sí están, una falta de reconocimiento a lo importantes y maravillos*s que son, una falta de gratitud por esas diez* personas que están interesad*s en compartir viaje conmigo.

*… sí, es una exageración; son más de diez.

Pero es inútil, y estoy aprendiendo y haciendo las paces con el hecho de que puedo sentirme simultáneamente decepcionada por no lograr conectar con más gente, y tremendamente agradecida por l*s que sí han conectado, y valorar y apreciar cuán fantástic*s son (a tod*s vosotr*s, que sabéis quienes sois: ¡hola! ¡GRACIAS! Diría que os quiero, lo cual siempre me ha sonado falso cuando leo a alguien decirlo a personas que no conoce bien, pero ahora entiendo por qué lo dicen… por inmensa gratitud, no imagináis cuánta).

Cada conexión es un regalo, y aunque creo que sería un error ponerme las anteojeras emocionales y llorar a mares por lo que no tengo sin prestar una brizna de atención a lo que sí tengo, también sería pernicioso intentar auto-convencerme de que no estoy desilusionada, de que todo es magnífico y no debería sentir nada más que gratitud y alegría y arcoiris y flores por todas partes.

3  |  Valor: Connecting people&books

La tercera gran lección está directamente relacionada con esa expectativa no cumplida de conexión, y ha protagonizado innumerables momentos de desánimo, e incluso discusiones encendidas con R. Y es que, cuando decides compartir con el mundo lo que has creado, nadie te prepara con un cursillo pre-mamá sobre cómo cortar el cordón umbilical, y separar creador de criatura.

(No, no voy a decir que los libros son como hijos, ni esas cosas. Pero dad por buena la metáfora un momento.)

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Sospecho que crear, cualquier cosa, es un ejercicio cargadito de vulnerabilidad. Y cuando a la creación le toca bailar en la tarima del mercado, y tiene que ganarse el pan (o contribuir algo, como mínimo), nos toca asignarle un valor.

Y ya la fastidiamos, por dos motivos: primero, porque no hay una valoración única, correcta, universal y atemporal. Y, segundo, porque como creador, estás demasiado cerca de tu creación, con una doble consecuencia: te resulta difícil valorarla ‘adecuadamente’ (¡ni siquiera conociendo los estándares sociales que más o menos rigen tu entorno!); y, peor aún, puede resultar difícil separar el valor de lo que has creado, de tu valor como creador y como persona.

Si me defino como escritora vocacional (y, por lo tanto, bióloga accidental), si siento que soy escritora, el valor y la calidad de quien soy se refleja en lo que escribo. Y se corre el peligro de que el cordón umbilical entre libro y escritor sea tan corto y tan grueso, que mantenga la ilusión quevediana de una persona con un apéndice colgando que resulta ser su libro.

Pero incluso si logras cortar el cordón, algo queda. Un ombligo, un apéndice fantasma. Esas ilusiones acurrucadas entre páginas que, de vez en cuando, levantan el vuelo con el polvo al hojear tu copia del libro. La ilusión de haber creado algo valioso para alguien. Preferiblemente, para muchos alguienes.

Y ahí estamos, de vuelta al núcleo del problema, pues…

¿qué significa que un libro sea valioso? ¿Qué libros son valiosos para mí?

Rumia que te rumia, llego a la conclusión de que los libros que más valor tienen para mí son libros que han significado algo, que estuvieron en el lugar y el momento adecuados para regalarme algo que necesitaba cuando los leí.

De ellos saqué alguna clave de lectura vital nueva, alguna comprensión emocional interesante o útil, una hipótesis intelectual que me hizo ver las cosas de forma distinta.

Conectaron conmigo, y me conectaron a algo más grande, a una especie de ‘tribu’ invisible y nebulosa que sin embargo existe, y cuyos miembros son todos los lectores que se han sentido como yo cuando han leído ese mismo libro. Mis libros valiosos, los que me llevaría a una isla desierta, son los que realmente arrastro dentro de la maleta en cada mudanza.

Creo que todos queremos crear obras que conecten, cambien, mejoren la vida de quien interactúa con ellas. Que nuestras creaciones tengan asiento reservado en la maleta de quienes nos leen, y que la reserva no caduque nunca.

Sin embargo, la realidad es que, en la mayoría de casos, no tenemos ni idea de lo que está pasando con nuestra creación emancipada. Si realmente pudiésemos comparar libros con hijos, serían los peores descendientes de la historia. No llaman, no avisan de cómo les está yendo la vida, si se han encontrado en apuros, si están haciendo amigos. Nada.

En la mayoría de casos, se corre el riesgo de no tener ni flores de si tu libro ha resultado valioso para alguien o no, ni tampoco para cuántos. Dependes, necesaria e inevitablemente, de la colaboración de quien ha leído tu obra.

Alguien podrá decirme (y me han dicho), ¡pero lo importante aquí, y la medida del éxito, es saber cuántos libros se han vendido! A lo que respondo: con todos mis respetos, no estoy de acuerdo. La cantidad de libros vendidos es una información que te llega una vez al año (¡una!), y con la que puedes hacer bastante poco.

Pongamos, por ejemplo, que se venden 1000 copias; pongamos también que es una cifra bastante potable, dado el género de que se trata y el precio que se le ha puesto. ¿Estoy contenta? Bueno, sí; y frustrada también. Porque como información, no puedo hacer prácticamente nada con ella. No sé cuántos de éstos se han leído; no sé dónde se han vendido, ni a quién (¿son de marte o de venus, jóvenes de la primera o de la tercera edad…?), ni qué gustos tienen. No sé si les ha gustado, si lo han dejado a medias, y no podré saberlo nunca. Si las ventas van mal, no tendré la menor idea de por qué, y por tanto tampoco tendré la menor idea de qué puedo hacer para mejorarlas, si es que puedo hacer algo.

No tengo datos, y para alguien con (de)formación científica, es para tirarse de los pelos. Lo único que puedo saber es cuánto se supone que cobraré por derechos de autor… este año.

Entonces, está claro: la cantidad de libros vendidos queda descartado como indicador; ni siquiera puedo usarlo para predecir si van a venderse más, o cuántos van a venderse, el año que viene. Es el mundo de la lotería y las quinielas.

Siendo una escrito(i)nvestigadora avispada (o, al menos, me gustaría pensar que tengo mis momentos), ya contaba con ello, y puse en marcha un mecanismo de conexión a distancia: una web/blog, y una lista de correo electrónico. El razonamiento es el siguiente: quien lea el libro y lo encuentre valioso, se animará a visitarme en la web/blog, me confirmará que le mola esto de la vegetofília, y le apetecerá estar al tanto de mis pesquisas mensuales. Lógico, ¿no? Si me confías tu dirección de correo electrónico para que pueda compartir contigo mis andanzas, lo interpreto como una señal clara de que estoy aportando algo de valor a esta persona.

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Todo el mundillo del marketing anglosajón va repitiéndote la canción de que “necesitas una lista de correo electrónico, necesitas una lista de correo electrónico”, y entiendo perfectamente por qué no se hartan de decirlo: no hay nada más potente, esperanzador e inspirador que tener una prueba tangible de que, sí, existen. Personas que han conectado con tu mensaje y tu forma de contarlo, personas a cuyas vidas has añadido un poquito de valor… ¡no son la fantasía febril de una escritora desquiciada! ¡Existen! Personas que viven en otros lugares, en otros países, que tienen sus vidas y sus preocupaciones y proyectos, y aún así se sienten vegetófil*s y quieren reservar un asiento para compartir tus aventuras, o como mínimo saber de ellas de vez en cuando. Música celestial para mis oídos.

El séptimo cielo ya es cuando me escriben directamente, claro. (Lo cual hace que me plantee seriamente empezar a escribir emails a mis autor*s preferidos, porque sé lo que se siente al recibir un email de ese tipo).

Estos son los únicos datos válidos que tengo, lo único seguro en un mar de posibles realidades desconocidas e imposibles de conocer.

El único índice para estimar cuánto valor ha añadido mi creación al mundo es la cantidad de personas que quieren seguir leyéndome y mantener el contacto conmigo.

El que sean pocas no significa que lo que escriba no vale para nada, o que vale poco. Cada conexión es valiosa, y saber que he tocado ni aunque sea una sola vida con mis aportaciones, da sentido a la publicación de La Invención.

Claro que tampoco puedo engañarme, o esconderme de las consecuencias que siguen a la afirmación de que “no ha generado tanto interés como esperaba”; es el momento de valorar y atesorar cada conexión-que-es, hacer las paces con las conexiones-que-no-han-sido, y aceptar que quizás el mensaje no importe al suficiente número de personas como para dedicar tanto tiempo y esfuerzo a esto, sencillamente porque no es sostenible.

4   |   Contexto, contexto, contexto

La cuarta lección, importantísima, y que sirve para matizar las anteriores, se refiere al contexto.

Ya lo sabía desde mis tiempos de estudiante: en biología, no existe ni bueno ni malo, ni siquiera “más adaptado” o “menos adaptado” en términos absolutos. Jarabe de palo podría cantar la teoría de la evolución al son de “depende, ¿de qué depende?, del contexto que se escoja, todo depende…”.

La evolución me enseña a no creer a pies juntillas en las soluciones universales y absolutas, ya sean cosa de seres vivos, apps tecnológicas, o ideas y estrategias de marketing*.

*Entendiendo marketing, según la definición de Tim Grahl, como “el acto de cultivar relaciones duraderas con otras personas, concentrándonos en mejorar sus vidas ofreciéndoles algo de valor para ell*s”.

Y es que hay soluciones maravillosas en el mundo anglosajón, que no funcionan igual de bien en el hispano-parlante. Hay estrategias y trucos que, según lees por todas partes, está demostrado que funcionan, y luego vas, los implementas, y… ni por asomo. Tras haberlo estudiado del derecho y del revés, preguntándome qué estoy haciendo mal, y por qué no funciona “como debería”, al final llego a la conclusión de que, si bien puede haber principios universales, hay otras cosas que no lo son.

Esta sensación de ‘desconexión contextual’ se ha agudizado con el paso de los meses, en todos los sentidos. “¡Esta estrategia es infalible!” Uhm, no, no lo es. Si operas fuera del contexto de quien aconseja, desconfía del consejo—o, al menos, ponlo en cuarentena y somételo a tus propias pruebas.

Esto del contexto, claro está, no se limita a las “estrategias de marketing”; también plantea la pregunta: ¿está mi libro adaptado a su contexto? Lo veremos el año que viene al medir su tasa de reproducción, supongo, pero a veces una parte de mí se pregunta si La Invención no es una inadaptada ‘social’, al menos un poquito. Si escribirla y publicarla en español no ha sido como irme tan feliz a China para abrir una chocolatería*.

*donde, aclaro, el consumo de chocolate per capita es bajísimo: unos 300 g ¡por persona y año!

5   |   No al masoquismo

La última lección importante que he aprendido es la siguiente: si bien es cierto que vas a pasarlo mal de todas formas, hay formas de pasarlo un poco menos mal.

Tras muchos meses de sufrir en silencio, más o menos como las hemorroides, en mi experiencia personal ha habido dos cambios que han aligerado el cargamento lluvioso de la nube psicológica y emocional que a menudo sobrevuela a quienes salen de su cueva para enseñar al mundo los frutos de su creatividad.

a ) Adoptar una actitud mental de experimentación,

lo que llaman “an experimental mindset”. Muy resumido, consiste en plantear toda la estrategia de creación&conexión con lectores reales/potenciales, como una serie de experimentos científicos, con sus hipótesis bien definidas, su medición cuidadosa, diligente recopilación de datos y tratamiento de los mismos hasta llegar a una conclusión que, o bien confirmará nuestra hipótesis, o bien la refutará.

actitud experimental

Imaginar cada actividad realizada como un experimento no impide que duelan los fracasos, pero ayuda a que cambies el chip, y analices con una cierta calma y distancia emocional lo que vas a hacer.

Y te obliga a definir tus objetivos, que a largo plazo pueden ser p. ej. vivir de los cuentos (que no del cuento); o conseguir lo suficiente para pagar el alquiler; o conseguir conectar con 10.000 personas vegetófilas; o lograr el premio Nobel de la paz. Y a corto plazo, otro tanto. Lo que sea, pero que sea claro y explícito, y puedas preguntarte en cada instante del camino, ¿esto me está acercando a mi objetivo a largo/corto plazo?

¿Que me invitan a escribir para una revista? Pongamos en pausa la película de la lechera, calcémonos las botas de la curiosidad aventurera, y definamos a qué puerto queremos llegar, qué podemos hacer para que este artículo nos acerque más a nuestro objetivo final/inmediato, y cómo vamos a medirlo.

Personalmente, yo necesito ponerlo por escrito, para crear esa distancia que tan necesaria resulta, y meterme más en el papel de científica curiosa, en lugar de escritora exaltada y angustiada por el recibimiento que tendrá su creación.

Además de distancia emocional, también ayuda a llevar la cuenta de qué estás haciendo realmente para aportar valor a quien te lee, y para intentar localizar a más personas que podrían disfrutar de tus palabras. La memoria es un laberinto con tantos vericuetos, tantos focos de luz, tantas sombras… que a veces es difícil hacer corresponder tus impresiones, con la realidad de tus acciones.

b ) No viajes sol*.

meglio-essere-compagnia

Hace tiempo leí que todo innovador/creador necesita al menos a dos figuras a su lado: a una, hay que rendirle cuentas de lo que se está haciendo; al otro, hay que pedirle consejo y opinión. Yo, que soy más chula que un ocho, me salté el consejo a la torera (bueno, no, me pareció estupendo en la teoría, pero no hice nada para implementarlo en la práctica).

Durante la fase de la redacción de La Invención, que para mí fue la fácil —aun teniendo sus momentos de Sturm und Drang, rayos y centellas—, contaba con la inestimable mirada crítica y feroz de mi madre. Pero cuando el libro emergió de las tinieblas y fue catapultado a la luz pública, me quedé siendo mujer-orquesta en cuestiones de promoción y seguimiento de mi primogénito.

Craso error.

Sin aplicar una mentalidad de experimentación científica, y manejando el timón yo solita, es un caos absoluto, tormentoso, de euforias cuando algo funciona y casi-depres cuando algo fracasa. Y estás sola. Todo vive en tu cabeza, tienes que mirarlo todo, hacerlo todo, controlarlo todo. La web, el blog, las estadísticas; las redes sociales, el correo electrónico; las charlas, las estrategias, las ideas, las colaboraciones… No importa lo mucho que te estrese o lo poco que te guste revisar las estadísticas de la web (¿cuánta gente ha venido? ¿Qué ha hecho? ¿Qué les ha gustado?), todo depende de ti. Buscar oportunidades para compartir tu mensaje con más gente, llevarlas a cabo, medir si realmente ha dado un buen resultado o no… es agotador, y consume cantidades bárbaras de energía emocional.

Todo cambia cuando consigues un equipo. Basta otra persona, que se implique y lo sienta como algo suyo. Que no te esté “haciendo el favor” de echarte una mano, siempre supeditado a sus otras prioridades vitales, y al que no puedes exigir nada si no cumplen (pues, al fin y al cabo, era un favor…). Tener un equipo, alguien con quien poder sacar las ideas a la cancha y pelotear un poco, darles vueltas, escuchar otros puntos de vista… alguien que te enfrente a las preguntas más difíciles, que te ponga fechas límite, objetivos, desafíos. Que te salve de los pajares mentales en los que uno puede perderse, en la soledad de quien es persona-orquesta.

Eso, para mí, ha sido liberador, y maravilloso.

Bueno, eso, y escribir por las ventanas (al más puro estilo John Nash, pero sin la esquizofrenia, ahem, ni la genialidad tampoco). Y una implementación casera de una kanban board con post-its de colores.

Y lo esencial ya está. Estas cinco perlas de sabiduría (aplicables a mi caso, se entiende; para otros tal vez no sirvan) quizás no den para un collar, pero espero poder ensartarlas al menos en pulsera.

breakspace-2

En resumidas cuentas, ¿ha valido la pena publicar un libro?

.

¿Volvería a hacerlo todo exactamente igual?

… eh, no.

break-pabajo-1

Recursos & Referencias…

Información y recomendaciones sobre trabajo emocional, gracias a amigos y conocidos (Jordi & Montse, Amalis). Un libro para pensar: de Brené Brown, Rising Strong (con el maravilloso título —ironía— en español de: Más Fuerte que Nunca. No tengo la menor idea de cómo se habrá traducido, pero en inglés fue un disfrute…).

Últimas lecturas sobre creatividad, Liz Gilbert y su Big Magic. No estoy del toodo de acuerdo en ciertos puntos, pero it made me think Aquí, un comentario en El País.

Sobre la posible coexistencia de la gratitud y la ambición (y, entiendo yo, en cierto modo la ‘decepción’, o las ganas de más), escuché a Janice Kaplan (autora del libro The Gratitude Diaries; no lo he leído) hablar de ello en un podcast, que puede escucharse aquí (en inglés)

Definición de marketing, propuesta de lo que es la experimental mindset, y esas cosas, gracias a Tim Grahl. Muchos recursos interesantes para escritor*s (pero en inglés…).

Sobre kanban boards, Wikipedia siempre es un buen punto de acceso; en Google se encuentran multitud de recursos en línea y experiencias, sobre todo del mundo de la empresa y la emprendeduría. Los que yo he consultado están en inglés, pero quizás haya algo en español…

¿Me he dejado algo de lo que querías que hablase? No te preocupes: tú pregúntame sin vergüenza : ).

3 comentarios en “Un año de ser ‘escritora de verdad’: 5 lecciones/reflexiones

  1. Siempre he tenido la impresión de que eras una de esas personas que suele llevar la procesión por dentro; pero compartir las dudas y el malestar no puede ser intrínsecamente malo. ¿No acabas de escribir sobre los beneficios de la correcta digestión del fracaso? Aun así, yo soy de los que opina que “el fracaso” no es tal. Es cierto que la acogida de un libro tan específico puede resultar fría. Los libros de ensayo tienden a alejarse de las listas de los “berceles” (odio esa palabra con todo mi ser) y las presentaciones concurridas. Cuando me devuelvas el ejemplar que te di, FIRMADO, te cuento mis impresiones. ¡Espero que eso te anime!

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    1. Ayyy lo sé, lo sé. Tengo firma pendiente. Cambio dedicatoria por ánimos xD (& ensaïmada con choc/caf en el lote).

      Pues yes, creo yo tb que el fracaso es relativo; todo depende de los objetivos que uno se marque, supongo. Si el objetivo es aprender, sólo fracasas si no aprendes nada de la experiencia… y creo que en eso he tenido un modesto éxito personal, je je. Y como pueden marcarse objetivos de forma retrospectiva, estamos salvados!

      (últimamente me estoy volviendo mucho más abierta con estas cosas. Será que me estoy volviendo como las Nepenthes (esas plantas carnívoras con jarras-trampa) y aprendiendo a exo-digerir las experiencias…)

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