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Al son de: Blackmore’s Night, Galliard

Érase una vez un mono parlanchín que entendía el mundo a través de historias.

Dicen que su carrera de cuenta-(y escucha-)cuentos compulsivo pudo empezar al calor de aquellas primeras hogueras, durante las horas que yacen entre la cena y el sueño. Sin embargo, hace ya tanto que sucedió (miles, tal vez millones de años!), que posiblemente no sepamos nunca cómo fue.

Sea como fuere, pocos discuten ya que nuestra especie lleva en la sangre el contar historias; de hecho, el storytelling (porque, claro, necesitábamos una palabra inglesa para darle el toque de clase…) se está poniendo de moda, y encontrarás a mucho coach que trabaja en narrativa más o menos esotérica/pragmática, prometiendo cosas que abarcan desde mejorar tu vida y tus relaciones, hasta conseguir vender zapatos mejor.

Parece que no concebimos la interacción sin narración: incluso las inteligencias artificiales robóticas que imaginamos en galaxias muy, muy lejanas, las inventamos capaces de reunirse alrededor de una hoguera ewok y contar una historia, con efectos sonoros incorporados.

C3PO's story around an ewok campfire

Al empezar a escribir La Invención del Reino Vegetal, se me ocurrió la idea de estructurar el libro entero alrededor de los cuentos de hadas. Cualquiera que haya hojeado el volumen (o su índice) puede observar que no lo hice del todo, pero logrará encontrar numerosas referencias (sobre todo en los primeros capítulos) a muchos cuentos: Los tres cerditos, La bella durmiente, El sastrecillo valiente, Blancanieves, Hansel y Gretel, Los siete hermanos… y, por supuesto, Cenicienta, protagonista de mi versión ‘vegetofilizada’ de la historia en el capítulo 6.

Hoy en día quizás nos hayamos auto-convencido de que los cuentos de hadas son cosa de niños; a ciertas edades, es verdad, ya no esperamos con ilusión la nueva película Disney del año (ay, sí; en mis tiempos mozos era sólo Disney). No obstante, si lo pensamos bien, nos percataremos de que la fascinación de los cuentos no tiene edad. ¿O es que no os vienen a la cabeza la cantidad de reinterpretaciones que han ido sufriendo a lo largo de los años, la aparición de “versiones adultas*” de Cenicientas (yo vi una hace poco), Caperucitas, y demás?

*Adultas”, por el tratamiento más serio de los personajes; pues los cuentos tienen un componente oscuro y brutal que, aun cuando no se explique con pelos y señales, alude a realidades para nada ‘infantiles’ (asesinatos, infanticidios, torturas, maltratos, violaciones…).

Los cuentos han ido cambiando, claro; se han diversificado, y a lo largo de la historia han incorporado algunos elementos y perdido otros. A su evolución se han aplicado incluso análisis filogenéticos y lingüísticos, para llegar a la conclusión de que algunos cuentos podrían tener milenios de antigüedad.

Como repositorios de cultura popular que son, han sido estudiados para entender estilos pretéritos de pensar, de concebir el mundo, el modo de asignar valor a las cosas o a las relaciones. Encontramos, por ejemplo, temas que se repiten, como la convicción de que los animales tienen su lenguaje*. Los animales salvajes del bosque suelen ser astutamente malos (si los lobos fuesen abogados americanos, probablemente habrían demandado a los hermanos Grimm por difamación y daños de imagen pública). Los otros animales, en cambio, suelen ser amigables, llegando a recompensar con creces la generosidad que el héroe o la heroína les muestra.

*Un ejemplo “moderno” de esta idea es el pársel, la lengua de las serpientes del mundo harry-potteriano, aunque la capacidad de hablarlo/entenderlo se considere ‘genética’, y no adquirida como pueda serlo en cuentos como La Serpiente Blanca.

Y todo esto, en general, nos parece bien. No protestamos mucho (salvo si eres lobo, supongo).

Sin embargo, en los últimos decenios nos hemos dado cuenta de que los cuentos tradicionales no nos valen de cualquier forma: tienen que estar alineados con el Zeitgeist, el espíritu del tiempo, pues nos preocupan los valores culturales que pueden transmitir a nuestros niños.

snowdrop
Blancanieves y los siete enanos, o: Cuidado con la manzana.

Ejemplo paradigmático son las cuestiones de género: hoy las chicas de cuento ya no tienen porqué ser princesas —o, si lo son, tienen que saber kung fu y tener superpoderes—, y la dulce cancioncilla que suspiraba “Un día mi príncipe azul vendrá” es anatema en círculos modernos.

Tengan o no razón quienes abogan por no toquitear en exceso los cuentos “originales”, lo cierto es que estamos escribiendo historias que reflejan mejor los valores que apreciamos; y estos mundos imaginarios, a su vez, pueden influir en nuestro comportamiento de formas inesperadas a la vez que profundas.

Sin embargo, hay ocasiones en las que la mera adaptación del cuento tradicional no basta; necesitamos crear historias nuevas que den mayor protagonismo a ideas en alza, como puedan ser el respeto por la naturaleza, la conservación de las especies y los ecosistemas, la sostenibilidad, y similares. De hecho, me tropecé con un ejemplo curioso en un artículo académico que trataba sobre la religiosidad/espiritualidad ‘medioambiental’ generada tras el estreno de la película Avatar entre las comunidades de fans, alrededor del concepto de “diosa-Tierra-Eywa” (y que se traduce en acciones concretas, como pueda ser el reciclado, un rechazo a la economía tradicional, o la compra y consumo de productos biológicos, además de “reconectar con la naturaleza y con tu ‘verdadero yo’”).

Es la paradoja de la ficción, que cambia el mundo a través de su impacto en las ideas y los valores de las personas.

Entonces. Ya estamos convencid*s de que las historias pueden ser un potente aliado para mejorar el mundo, y escribimos historias de urogallos simpáticos* que nos familiaricen con los problemas que afronta esta especie en la península, o cuentos de polinización abejil para dar importancia a la labor insustituible de estos insectos.

*Cuento de Freddy Saldaña sobre Gus el urogallo rockero, «Si otro gallo nos cantara».

Y yo pregunto:

¿qué papel puede jugar ese “otro reino”, ese tema pendiente que son los vegetales?

Cierto es, que tienen apariciones estelares como el Árbol de las almas o el Árbol Madre de Avatar (ya que lo mencionaba hace poco…), o la venerable Abuela sauce de Pocahontas. Sin embargo, las plantas se prestan menos que los animales a ser pensados con rasgos humanos. No tenemos grandes cuentos protagonizados por plantas, que suelen quedar siempre relegadas al papel de segundonas (o peor).

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Adivina el cuento y encuentra al vegetal (o al instrumento que lo ‘representa’) en la imagen… :)

Ahora bien. El gran interrogante que me planteo es: ¿supone ese vacío de cuentos vegeto-céntricos un obstáculo insuperable? ¿Tenemos que esperar de brazos cruzados a que a alguien se le ocurra escribirlos?

Yo creo que no.

Yo creo que podemos empezar, sencillamente, reivindicando el papel y la importancia de los vegetales en los cuentos que ya tenemos.

La ubicuidad de los vegetales en nuestras vidas, además, nos brinda una oportunidad única: y es que pueden emplearse los cuentos como punto de partida para mirar con ojos nuevos, vegetófilos, nuestra realidad cotidiana.

Los cuentos pueden servir como instrumento de concienciación sobre la importancia central de los vegetales en nuestra existencia.

Escoger un cuento e ir desgranándolo poquito a poco como un ejercicio de “encuentra al vegetal oculto”, puede ser un juego a la vez que una experiencia de toma de consciencia de que el palo de la fregona de Cenicienta también puede ser el palo de fregona de tu casa, y que no nació en el supermercado, sino que antaño fue árbol, y creció en algún bosque o plantación.

La manzana de Blancanieves puede emplearse para hablar de pesticidas; el huso y la rueca de La bella durmiente, para entablar conversaciones sobre de dónde vienen los vestidos (¿habéis reparado en que en los cuentos de hadas nunca aparece el algodón, por ejemplo?). Si uno presta atención, hay vegetales (más o menos importantes) en todos ellos, desde Rapunzel con su rapónchigo hasta el guisante de la princesa delicada.

No hace falta que sean protagonistas a la usanza humana. No hace falta que hablen siempre. Basta mirarlos un poquito más, para ir encontrándonoslos hasta en la sopa.

(Y si rescatamos versiones antiguas, ya ni os cuento. La «cenicienta» de los Grimm tiene que recoger lentejas entre cenizas, y tiene ‘árbol-madrino’ en lugar de hada madrina. Observad, observad los detalles en esta preciosa Cenicienta de papel del siglo pasado…)

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Referencias

Sobre el auge del «storytelling«, basta hacer una búsqueda en Google para encontrar numerosísimos resultados.

Sobre el análisis evolutivo de los cuentos de hadas, y el hallazgo de aquellos que parecen mejor conservados en el acervo cultural indo-europeo, el artículo de referencia (y muy reciente, por cierto) es: da Silva, S. G. y Tehrani, J. J. 2016. Comparative phylogenetic analyses uncover the ancient roots of Indo-European folktales. R. Soc. open sci. 3: 150645, libremente legible y descargable aquí.

Se entiende mejor tras haber echado un vistazo a la base de datos de cuentos populares (clasificación Aarne-Thompson-Uther), aquí.

Sobre el ‘no-toquitear’ los cuentos para quitarles violencia, lado oscuro, etc., quizás la obra más famosa sea la de Bruno Bettelheim, The Uses of Enchantment: The Meaning and Importance of Fairy Tales (existe traducción al castellano).

El artículo sobre las conexiones espirituales/medioambientales y Avatar es Istoft, B. 2010. Avatar Fandom as Nature-Religious Expression? JSRNC 4.4: 394-413, doi: 10.1558/jsrnc.v4i4.394.

Ilustraciones

Todas las ilustraciones están sacadas de las obras ilustradas por Arthur Rackham (imagen inicial + la bella durmiente en busca de la rueca, sacadas de la obra The Sleeping Beauty; Blancanieves sale de Snowdrop & other tales).

Para quien no esté familiarizado con el universo de La Guerra de las Galaxias (Star Wars), aclararé que C3PO (el droide dorado) y su hoguera de cuento en Endor es un fotograma capturado de la película El Retorno del Jedi.

2 comentarios en “Las cuevas de cuento se abren con sésamo

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