Plantas empleadas contra el mal de ojo en Cerdeña, Italia
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Al son de: Elena Ledda, Pesa
{This article first appeared on The Planthunter#35 and may be read in English here | Este artículo se publicó en inglés en el núm.#35 WOMAN de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí.}
Nueve granos de trigo; un poco de sal; agua.
No son el tipo de ingredientes que uno se esperaría encontrar en una fórmula mágica, ¿no?
Y cierto es que estos humildes elementos no tienen poderes en sí mismos. Poco harán por ti sin haber sido previamente animados mediante oraciones rituales, pronunciadas por la mujer adecuada.
Rituales. Siete años después de mi llegada a la isla, tengo dudas sobre si llamarlos magia, ni siquiera superstición; para quienes creen en ello, es cuestión nada más que de fe —el factor más importante al determinar si te curarás (o no). Y yo, curiosa estudiante de la naturaleza humana que busca entender más que juzgar, callo, escucho, y observo.
En esta tierra, ideas que rozan lo mágico alean* a flor de piel, y creencias tan viejas como el suelo mismo se aferran al modo en que la gente interpreta el mundo. Para ciertas cosas, no se traza una división neta entre natural y sobrenatural; como si de un campo de jaras se tratase, nadie duda de que el perfume invisible que impregna el aire sea menos real que los arbustos requemados por el sol que lo desprende.
*alear, significando «mover las alas». Preciosa e infrautilizada palabra, en mi opinión.
En esta isla se teme que una mirada pueda matarte —o, como mínimo, hacerte enfermar seriamente— si te pilla sin un saquito de milenrama e hipérico al cuello, o si se deja sin diagnosis ni tratamiento por parte de la ‘curandera’ del pueblo, que entiende de medicina contra aojamientos: sa mexina de s’ogu.

Pero lo que me parece más fascinante de estos rituales es lo comunes que son para muchos isleños. Forman parte de su normalidad, como ir a comprar tomates, salir a tomar un café con un amigo (siempre espresso después del desayuno; el cappuccino es estrictamente bebida matinal), o visitar al dentista. Pocas veces saldrá en las conversaciones de cada día, pero si sacas el tema, la gente más inesperada te contará alguna historia personal al respecto.
Quizás sea la señora de cuarenta y pocos quien, caminando a tu lado durante una excursión, te comente que siempre visita a la ‘señora’ de su localidad antes que al médico cuando su hija se encuentra mal.
O quizás menciones tus pesquisas a una amiga de la familia, y ella te cuente que su abuela solía hacer medicina contra aojamientos, y que una vez incluso se ofreció a enseñársela (pero ella no aceptó, pues non se la sentiva, así que nunca aprendió).
O nos tropezaremos con un agro-turismo en plena montaña donde el camarero resulte ser aficionado a estas cosas, y nos explicará curiosidades sobre las plantas usadas para preparar amuletos contra el mal de ojo (especialmente efectivas si se recogen la noche de San Juan).

Plantas como la milenrama, la ruda, el poleo, el verbasco, el romero, la verbena o el hipérico eran (¿son?) algunos de los elementos vegetales que se secan y cosen en redzèdas, pequeños saquitos que protegen del mal de ojo a quien los lleva. La confección de tales amuletos no es prerrogativa femenina; algunos frailes también los preparan, generalmente para niños recién nacidos, aunque estos saquitos rellenos de hierbas aromáticas y bendiciones varias ejercen su función protectora incluso sin llevarlos encima: basta que permanezcan cerrados.
Si bien se considera que los niños son especialmente vulnerables al mal de ojo, cualquier ser vivo (adultos, pero también animales y plantas) es una víctima potencial.
Muchas personas (sobre todo, gente que vive en la ciudad) no admitirán abiertamente que creen en ello, pero tampoco lo negarán; quizás tengan un amuleto en casa, por si acaso.
Otros, sin embargo, aceptan estos rituales como parte de una tradición “de toda la vida”, que se concreta de mil formas distintas según de quien se haya heredado.
Existe, sin embargo, un hilo común que las une: y es que son siempre mujeres quienes las hacen.

Durante las últimas semanas, me he embarcado en una cruzada para lograr conocer a una de estas mujeres. Atraída inexplicablemente por la idea de experimentarlo en primera persona, ando buscando a alguien que me enseñe el rito y los elementos vegetales que en él participan.
Aunque imagino que podría localizarla indirectamente por internet (buscando entrevistas colgadas en youtube, o artículos que mencionen pueblos específicos), no me gusta un enfoque tan impersonal. Prefiero hacerlo a la manera tradicional —es decir, a través de personas: tengo que encontrar a alguien que conozca a alguien que conozca a la sanadora.
En mi caso, una amiga que tiene una prima que conoce a alguien en su pueblo.
Sin embargo, admitiré que no sé muy bien qué podría preguntarle a mi hipotética sanadora, que no sepa ya. Al fin y al cabo, ya conozco cuáles son los ingredientes vegetales más comunes en la medicina contra aojamientos (cuando están presentes, claro; las plantas no son siempre necesarias).
Sospecho que cualquier pregunta sobre por qué sigue tal o cual paso ritual, será totalmente inútil.
Los rituales en los que depositamos nuestra fe no suelen cuestionarse; se realizan, repiten y transmiten como una caja negra que poco interesa abrir.
Pues si heredas sa mexina, comprender por qué funciona no es el objetivo; basta que entiendas cómo funciona, y que respetes rigurosamente el ritual.
Puede que en mi soñado encuentro no descubra absolutamente nada nuevo.
Y pese a todo me siento extrañamente atraída por verlo con mis propios ojos. Quién sabe, puede que incluso descubra que alguien me ha echado el mal de ojo, y una vez liberada de su influencia me convierta en escritora rica y famosa.
Sin embargo, estas cosas tienen sus ritmos. Mi amiga tiene que preguntar, la prima tiene que contestar… lleva su tiempo. Así que, mientras tanto, voy a la caza de información armada de preguntas, y peino los libros a mi disposición para acumular cuanta más información me sea posible sobre plantas, plegarias, creencias.

Por lo que he visto, quienes acuden a sanadores tradicionales creen que, mientras algunas enfermedades tienen un origen biológico, las hay que están causadas por la influencia de otras personas sobre nosotros. Que nuestros cuerpos son tan permeables y susceptibles a las bacterias que vuelan en un estornudo, como a la envidia que empapa una mirada codiciosa.
Creo que estarás de acuerdo conmigo en que a veces una mirada —intangible, inmaterial— puede sentirse tan sólida y aguda como una aguja. Al igual que las manos, los ojos son tradicionalmente imaginados como herramientas activas en nuestra relación con el mundo, capaces de realizar cambios a nuestro alrededor: a veces para mejor, pero fundamentalmente a peor. En un mundo pequeño y estrechamente conectado como el de una isla, las desigualdades en la comunidad (ya sean ligadas al dinero, o incluso a la suerte) pueden alimentar envidia y celos, sentimientos capaces de envenenar la vida tan eficazmente como la cicuta… y los ojos son los primeros que delatan lo que esconde el alma.
Tales creencias no son exclusivas de esta isla; en algún momento de la historia, ideas parecidas han estado ampliamente extendidas a lo largo y ancho del Mediterráneo, África, Medio Oriente o India, por mencionar unos pocos ejemplos. En aquellos lugares, otras plantas (y otros objetos) han desempeñado el papel de protectores, como sucede con el índigo, la alheña (Lawsonia inermis), o el ajenjo. Y cuando todas las protecciones fallan y te aojan, otros rituales se ponen en marcha, con recetas que pueden incorporar vegetales como el arroz, la alharma (Peganum harmala, también llamada ruda siria) o incluso el olíbano.
Pero vivo en una tierra de trigo y aceite, y muy probablemente eso será todo lo que llegue a ver… si es que lo veo, claro.
Entonces, llega el aviso que estaba esperando: ¡por fin mi amiga ha recibido noticias de su prima!
La invito a comer, y mientras le lleno el plato con balilah de garbanzos salpimentados de curiosidad, me da la triste noticia: su prima sentía comunicarle que la mujer que conocía en el pueblo se murió hace poco.
… jarro de agua fría.
Ahogo mis penas y desilusión en un bis de ensalada de tomate, haciendo las paces con los acontecimientos. Pues, ¡qué se le va a hacer! Parece que me tocará vivir sin la fama y las riquezas otro ratito más.
Mientras tanto, y por lo que pueda ser, ya tengo mi ramito de hipérico seco colgado junto a la puerta… por si acaso.
Referencias
La mayor parte de la información son testimonios orales y experiencias propias recopiladas a lo largo de los años por moi; la lista de plantas empleadas en ritos protectores contra el mal de ojo (que es, por cierto, una de las muchas posibles formas de (d)escribir este tipo de rituales) ha sido recopilada/confirmada consultando el monumental libro de Enrica Campanini, Piante Medicinali in Sardegna (Ilisso, 2009).
(Ah! Los nombres científicos de las plantas mencionadas en el artículo que no he aclarado en el texto/fotos son: Ruta chalepensis -ruda-, Mentha pulegium -poleo-, Verbascum spp -verbasco-, Rosmarinus officinalis -romero-, y Verbena officinalis -verbena-).
Aojamientos en otros lugares del mundo, y componentes vegetófilos en tales ritos:
Para el índigo (Indigofera spp): p. ej. Balfour-Paul, J. 2011. Indigo: Egyptian Mummies to Blue Jeans. The British Museum Press; o Abu-Rabia, A. 2005. The Evil Eye and Cultural Beliefs among the Bedouin Tribes of the Negev, Middle East. Folklore 116 (3): 241-254.
Para la alheña (Lawsonia inermis): p. ej. Loewenthal, L. J. A. 1972. The Palms of Jezebel. Folklore 83 (1): 20-40.
Para la alharma (Peganum harmala): p. ej. Grami, B. 2013. Perfumery Plant Materials As Reflected In Early Persian Poetry. Journal of the Royal Asiatic Society 23: 39-52 doi:10.1017/S1356186312000715.
Para el ajenjo (Artemisia spp): en el caso de A. judaica en pueblos beduinos egipcios, véase Osborn, D. J. 1968. Notes on Medicinal and Other Uses of Plants in Egypt. Economic Botany 22 (2): 165-177.
En Toscana (Italia): Pieroni, A. y Giusti, M. E. 2002. Ritual botanicals against the Evil-Eye in Tuscany, Italy. Economic Botany 56 (2): 201-203.
Si alguien necesita alguna de las que no he mencionado, que me avise.
Ilustraciones
Todas de una servidora.
Un artículo muy interesante. Si al final consigues averiguar más detalles sobre cómo quitar el mal de ojo, házmelo saber. En estos momentos me iría de perlas una ayudita.
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Según todas las tradiciones que conozco, necesitarías a un(a) especialista en estos temas. Sigh. Puedo preguntar si alguien ofrece estos servicios a distancia… (en un libro que consulté, tronchante –aunque muy serio su autor, no se lo tomaba para nada a broma–, se contaban los ritos de una señora para evitar que las aves se comiesen las uvas, y ella aseguraba que había realizado el rito para una amiga suya que vivía en Milan, por teléfono. Y que había funcionado. En fin…)
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Simplemente hipnótico Aina, narras las historias hilando perfectamente cada uno de los invisibles hilos de la trama
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¡Muchas gracias, Joan! Aunque yo creo que el mérito es también tuyo ;) pues el éxito de todo escrito depende de la curiosidad y las ganas de quien lee… así que, ¡gracias por tu mirada! Es un honor que me leas, de verdad.
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