[~ 7 minutos de lectura]

Al son de: Jocelyn Pook, Caótica Ana BSO

{This article first appeared on The Planthunter#33 and may be read here | Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #33DESERT de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí}

Supongamos por un momento que las Upaniṣads indias tuviesen razón, y que en tu próxima vida pudieses regresar como árbol. ¿Cuál escogerías?

La decisión no es moco de pavo, teniendo en cuenta la longevidad (al menos, potencial) de los árboles. En primer lugar, podrías reflexionar sobre las características intrínsecas de tu futura versión fotosintética (¿alto y bien plantado, o más humilde en forma y estatura? Flores: ¿sí, o no? Y así, suma y sigue)… o bien escoger en función del vecindario que más te atraiga.

¿Dónde preferirías vivir? En una selva tropical, tal vez un bosque templado… ¿qué tal instalarse en un desierto?

Ya, ya sé. La descripción del barrio no es para tirar cohetes. Temperaturas extremas todo el año; hambre y sed frecuentes. Intensa presión de herbívoros hambrientos. Largos períodos de silencio y soledad. Se aconsejan tendencias eremíticas: compañía escasa y ruda.

Más bien poco tentador.

Sin embargo, no todos pueden darse el lujo de escoger, o así nos lo cuenta el poeta romano Ovidio en sus Metamorfosis: en estas historias de “mutadas formas a nuevos cuerpos”, ceñirse corteza y hojas suele ser resultado de una tragedia. Violencia, incesto, traición, amor, pérdida… los dioses caprichosos juegan con las debilidades humanas, aun necesitándonos para que les rindamos culto. ¿Quién honraría sus altares con incienso, si no la humanidad?

Estando así las cosas, a pocos sorprenderá que los orígenes míticos de los aromas anhelados por los dioses estén envueltos en sufrimiento. Destaca, con todo, un detalle curioso:

y es que las muchachas cuyos cuerpos metamorfoseados destilan las fragancias más preciosas resultaron convertirse en árboles del desierto.

"Apolo acariciando a Leucótoe", de Antoine Boizot (1737)
Pocas representaciones tenemos de la pobre chica (el colmo, vamos…). Este Apolo acariciando a Leucótoe, de Antoine Boizot (1737), es una de ellas.

Tal fue la suerte de la pobre Leucótoe, princesa de un reino oriental lejano cuya belleza obnubiló el juicio del dios Sol de tal manera, que la deslumbró —literalmente— hasta seducirla. El rey, como suelen hacer los padres comprensivos al descubrir pecadillos de este tenor, la castigó enterrándola viva. A su vez el inconsolable (y ¿sorprendentemente inútil?) amante regó su tumba con néctar perfumado, que penetró en el cuerpo de la joven hasta hacerla rebrotar bajo una forma nueva.

Y quiere la leyenda que el árbol resultante, de agradable aroma y henchido de sol, fuese el árbol de olíbano: Boswellia sacra, más conocido como franquincienso.

Ovidio nunca había visto al olíbano creciendo en su hábitat natural*; su historia metamórfica sencillamente contaba las desventuras de una muchacha, del sufrimiento destilado hasta tornarse perfume digno de ser ofrenda divina.

*de hecho, ninguno de sus contemporáneos parecía tener la menor idea de qué pinta tenían siquiera tan míticos vegetales.

Y si bien los árboles de olíbano no sufren como nosotros, no cabe duda de que les toca soportar no pocas dificultades y estrecheces, viviendo como viven en una tierra apenas tocada por la lluvia, de suelos pobres y calor aplastante. Ser árbol enraizado en la antigua Arabia Felix (Omán, Yemen) o en el Cuerno de África no suena exactamente a vida fácil; si estuviese yo en el lugar de Leucótoe, me parece que estaría bastante irritada (“no bastaba con enterrarme viva y convertirme en planta, noo; ¿encima me toca vivir en un desierto? ¿En serio?”).

olibanum-map-signed

Hablando con propiedad científica, está claro que no podemos transformarnos en plantas, ni siquiera imaginar qué significa ser planta: nos es imposible figurarnos cómo siente la sed un árbol de franquincienso.

La ciencia nunca podrá decirnos si las plantas del desierto “sienten subjetivamente” más estrés que sus compañeras en la selva.

Sin embargo, la poesía y la metáfora no son tan puntillosas como la ciencia, y nos permiten hallar en el reino vegetal un espejo verde en el que vernos reflejados —ideas, conceptos, incluso dilemas y lecciones de vida… y así sucede con el olíbano.

Ya en tiempos de Ovidio, todos sabían perfectamente que no todos los granos de incienso son idénticos: pueden variar en color, tamaño, en perfiles aromáticos… resumiendo, su calidad es variable. El momento de su colecta puede afectar al resultado (se dice que el mejor se recoge durante la estación del monzón, cuando el calor es mayor), pero aún y así existen diferencias entre árboles crecidos en lugares distintos.

Uno podría argumentar que la calidad es un concepto muy resbaladizo (lo es), y que a veces las diferencias existen únicamente en nuestra mente y nuestros sentidos (también cierto). De hecho, puede que una de las mayores sorpresas para el sistema tradicional omaní de gradación de incienso haya sido descubrir que los aceites esenciales de sus olíbanos de mayor y menor calidad tienen perfiles químicos prácticamente idénticos.

Orobias de olíbano iluminadas

Sin embargo, aceptemos por un momento que las diferencias en calidad son objetivamente reales; podríamos preguntarnos entonces, ¿por qué tales diferencias? ¿Es debido a las cualidades intrínsecas del árbol, o es por culpa de sus circunstancias ambientales?

Quince años atrás, un estudio intentó responder a la pregunta… y los resultados parecen un curioso guiño a Ovidio y sus trágicas doncellas. Al comparar distintos ambientes —algunos más estresantes, otros menos—, los investigadores hallaron que los árboles que producen olíbano de mayor calidad son aquellos que viven bajo condiciones más duras, con suelos más pobres y sin recibir lluvia alguna (¡apenas sí les llega el rocío del monzón!).

Poéticamente se diría que las dificultades y escaseces sufridas se subliman y condensan en un perfume más exquisito del que se obtiene mimando y regando a los árboles con nutrientes y agua.

Cierto, los árboles no son personas.

Y sin embargo, podría sacarse una moraleja olibanística que me suena bien…

Uno podría contar cómo la adversidad y las circunstancias más duras pueden ser el cincel que, eliminando lo superfluo, revela la esencia, las cualidades más ‘fragantes’ de la persona.

Claro que no siempre sucede así.

Pero si estás pensando en tu próxima vida como planta, te sugiero que consideres el desierto como un buen vecindario en donde expresar lo mejor de ti mism*.

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Referencias

Hoy, pocas :)

El mito de Leucótoe en las Metamorfosis de Ovidio puede leerse libremente aquí (vía Cervantes Virtual).

El artículo que analizaba correlaciones entre las condiciones ambientales y la calidad del olíbano obtenido es Al-Amri, M. y Cookson, P. ‘A preliminary nutritional explanation for variations in resin quality from wild frankincense (Boswellia sacra) trees in the Dhofar region of the Sultanate of Oman’, en Horst, W. J. et al. 2001. Plant nutrition – Food security and sustainability of agro-ecosystems: 328~329.

Del olíbano en todo su esplendor tengo una serie de tres artículos sobre esta fascinante sustancia vegetal, que puedes consultar aquí.

Ilustraciones

La fotografía que encabeza el artículo es un estupendo árbol de Boswellia sacra en el parque omaní de Wadi Dawkah, cortesía de Kathi Ewen del blog wanderingquilter :)

Hay frustrantemente pocas pinturas de Leucótoe (más de la tercera en discordia en el mito, Clitia… pero de la pobre Leu, casi ná). Una de ellas es la obra que incluyo aquí, del francés Antoine Boizot, y actualmente en el Musée des Beaux-Arts de Tours (al menos, según Wikipedia). Otras imágenes y grabados pueden verse aquí (explicaciones en italiano).

El resto de fotografías son de una servidora.

5 comentarios en “Las enseñanzas de un árbol de incienso

  1. ¡Me encanta! Una pregunta, though. Dices: «los árboles de olíbano no sufren». Y yo me pregunto ¿no sufren los árboles? Lllámame animista ;)

    ¿Qué tal tu taller-conferencia? ¿Cómo fue todo?

    Abrazoooooooooooooo

    Bea

    Dra. Beatriz González Moreno Profesora Titular Beatriz.Gonzalez@uclm.es / Tfno. 926 295300 Ext. 6729 Universidad de Castilla-La Mancha Facultad de Letras Departamento de Filología Moderna C/ Camilo José Cela, s/n 13071 CIUDAD REAL – SPAIN

    ________________________________

    Le gusta a 1 persona

    1. Jejeje tienes razón, debería haber especificado que «no sufren como nosotros» (no tendría sentido evolutivo… ¡están todo el día con alguien comiéndoselas! Incluso a algunas favorece y todo).
      Entre hoy y mañana te escribo y te cuento las aventuras de la confe y del taller ;)
      Biiiiiig hug!!!!

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  2. Me encanta su resina! No sólo se conoce su gran poder en cosmética, productos de la piel, aromaterapia…sino que se han hecho recientes investigaciones científicas que señalan que «la elevada concentración de Alfa pinenos, monoterpenos, fenoles, Incensol y ácidos boswélicos, que le confieren propiedades antiinflamatorias, podrían también ser inhibidoras de las células cancerígenas malignas y restauran la información genética almacenada en el ADN de las células.»
    Un festival!!!

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    1. ¡Síii! Qué gusto encontrar a otra fan como yo :D
      Para quien lea nuestra conversación, añadiré yo también mi granito de arena… Se han hecho estudios sobre todo centrados en los ácidos boswélicos que justificarían su empleo tradicional como infecciones bucales y problemas digestivos. Si cito bien la cosa, existen datos que apuntan a su capacidad para «inhibir el crecimiento e inducir la apoptosis» de células tumorales en el cerebro, en gliomas malignos, cánceres de colon y casos de leucemia.
      Hay que estar atentos, sin embargo, porque estas moléculas no suelen figurar en el aceite esencial de olíbano (¡son demasiado pesadas!), sino que están en la resina ‘entera’…
      En resumen, y como bien decías: un festival jejeje!!

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