Las plantas que componen nuestros instrumentos musicales
[~ 6 minutos de lectura]
Al son de: Secret Garden, Chaconne
{This article first appeared on The Planthunter#41 and may be read here | Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #41PLAY de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí}
Hace unos meses, la historia vital de un bosque de cedros de Alaska se convirtió en canción. Tres minutos, un piano y un celo encapsularon un siglo de cambios forestales a través de una técnica llamada sonificación de datos, una forma innovadora de conjurar una magia tan vieja como la humanidad misma: la transformación de plantas en música.
Una de las primeras cosas que aprenden los niños sobre la naturaleza es que el reino de los sonidos activos pertenece a los animales. Aullidos, ladridos, maullidos, cacareos, rugidos, trinos… «¿Qué sonido hace el nenúfar?» es una pregunta que jamás escucharás (y con razón).
Sin embargo, el mundo de los sonidos pasivos está lleno de hierbas meciéndose al viento, de hojas convertidas en tambores repiqueteando bajo la lluvia, de madera y semillas crepitando bajo el lamido del fuego.

La naturaleza compone grandes obras musicales con las voces sutiles que ofrece el reino vegetal, y no tardamos en reconocer a sus integrantes como la materia prima que nos permitiría (re)crear todos los sonidos del mundo.
Allá donde nuestra voz desnuda no alcanza, descubrimos que las plantas pueden cantar como los pájaros y retumbar como elefantes pisoteando el suelo— y así las convertimos en nuestros tambores y nuestras flautas, capaces de transformar nuestras palmas en las patas de un búfalo o nuestro aliento en el trino de un ruiseñor.
La mayor parte de las tradiciones musicales del mundo florecieron en la intersección entre la versatilidad vegetal y el ingenio humano, dando frutos que revelan la habilidad de quien hizo el instrumento, el talento de quien lo toca… y la historia vital del material vegetal que se transformó en herramienta para crear sonidos.
Pues las plantas dan forma al alma de la música, y lo que llevan escrito en su interior —su identidad, geografía, experiencias pasadas— otorgará colores distintos a las canciones que toquemos. Los instrumentos de boj (Buxus sp) no suenan igual que los shakuhachis de bambú, y no todos los árboles pueden convertirse en una viola da gamba con igual elegancia.
Las plantas dan forma al alma de la música, y lo que llevan escrito en su interior —su identidad, geografía, experiencias pasadas— otorgará colores distintos a las canciones que toquemos.
Colaboraciones vegetófilas para crear instrumentos musicales
Sin embargo, la mayoría de los instrumentos no deben su existencia a una sola especie vegetal, sino a la armoniosa colaboración de muchas plantas trabajando en concierto, donde cada una aporta sus talentos singulares al conjunto.
Pongamos, por ejemplo, el piano.
La pícea de Sitka (Picea sitchensis, también llamada abeto Sitka) es la madera más empleada para la caja de resonancia, mientras que la faja quizás provendrá de los troncos del arce azucarero (Acer saccharum), las tapas pueden hacerse de álamo (Populus sp), los brazos de los macillos en madera de abedul común (Betula pendula)…

Incluso instrumentos como los violines o los violoncelos, que de buenas a primeras diríamos no ofrecen tantos nichos colaborativos como un piano de cola, son el resultado de un trabajo en equipo: prácticamente cada parte del cuerpo de un violín puede provenir de una especie arbórea distinta, desde arce blanco (Acer pseudoplatanus) hasta pícea… ¡y eso sin contar los muchos ingredientes que figuran en los barnices de su acabado!
Así, la madera (y los bambúes) ha dado forma a la historia de la música que tocamos, y la música, a su vez, ha terminado por dar forma a los bosques de donde provienen nuestros instrumentos.
Si los bosques desaparecen, también lo harán las canciones que tocamos a través de ellos, en ellos, gracias a ellos.
Arcos de pernambuco: una breve historia
Un ejemplo paradigmático puede que sea la curiosa historia de la madera de pernambuco (Paubrasilia echinata*).
*Hasta hace poquísimo, su nombre científico era Caesalpinia echinata.
Cuando navegantes portugueses se tropezaron por primera vez con estas plantas en los albores del siglo XVI, creciendo en tierras ignotas al otro lado del Atlántico, no estaban pensando en música, sino en colores: aquellos árboles se parecían mucho al palo brasil, vegetal del que se obtenía un tinte del mismo nombre muy empleado en Europa, y que otorgaba tonalidades rojizas a vestidos y pinturas.
En realidad, los navegantes no iban muy desencaminados: el palo brasil “original” provenía, efectivamente, de especies asiáticas parecidas (p. ej. Caesalpinia sappan) a aquellos árboles recién descubiertos, que demostraron ser también un excelente material tintóreo. De hecho, tan lucrativo resultó el comercio en tintes, y tan valiosas aquellas especies americanas, que Brasil se convirtió en el nombre de facto de aquella tierra recién descubierta, tan rica en madera de brasil.
Siglos más tarde, alguien decidió que podrían buscársele otros usos a aquella madera tintórea… y, por algún motivo que desconozco, algún cargamento de pao brasil terminó en manos de un archetier anónimo*, convirtiéndose en el primer arco de violín hecho de pernambuco, allá en el s. XVIII, e inaugurando una larga historia (¿o tal vez balada?) de amor que aún perdura en nuestros días.
*Pues al parecer, y hasta que François Xavier Tourte estableció un estándar nuevo para el diseño de los arcos hacia 1785, la mayoría de los artesanos del arco permanecían en el anonimato (y, si acaso, los arcos terminaban asociándose ¡a los violinistas que los empleaban!).
Y es que suele hablarse mucho de la técnica, del genio y de los secretos del romántico oficio de luthier, del arte y de la ciencia necesarios para la elaboración de un instrumento de cuerda como un violín, una viola, un violoncelo o un contrabajo. Pero los violines están diseñados para cantar bajo las órdenes de un arco, hasta el punto que hubo quien declaró que «Le violon, c’est l’archet»: El violin, es el arco.

Aquello que antaño servía para luchar contra los enemigos, ahora se emplea —al más puro estilo Orfeo— para amansar bestias a través de la música, y el mortal tejo se tornó pernambuco.
Sin embargo, la madera favorita de los artesanos de arcos es una especie amenazada en su región natal, donde— como se cuenta en el documental The Music Tree, “el árbol de la música”— la sobreexplotación, el desarrollo agrícola incontrolado y los incendios han diezmado este recurso natural.
Por desgracia, el pernambuco no es la única madera tropical que da voz a problemas ecológicos en nuestro mundo. El conmovedor sonido del oboe del Padre Gabriel en la película La Misión probablemente debe su existencia al granadillo o mpingo (Dalbergia melanoxylon), uno de los materiales preferidos para los instrumentos de viento —y también en peligro de extinción.
Pero no creas que necesitas ser un árbol exótico para convertirte en indispensable en el reino de la música vegetófila; de hecho, incluso la planta más común y humilde puede codearse con maderas preciosas venidas de lugares lejanos… si haces tu trabajo formidablemente bien. Y he ahí el motivo de que los oboes y clarinetes también le deban su voz a la caña (Arundo donax), a partir de la cual se elaboran las cañas de la mayoría de instrumentos de viento.
Casualidad (o no), el A. donax es también el material que el dios griego Pan empleó en la construcción de su siringa (conocida, por evidentes motivos, como flauta de Pan), para tocar música rústica en las tierras silvestres.
Una única planta, pero muchos instrumentos y muchos sonidos, en función de las alianzas (o falta de las mismas) que establezcas con otros vegetales.
Porque al final, nuestras canciones son el vástago híbrido de plantas y personas, determinadas tanto por las propiedades idiosincráticas de nuestro material vegetal, como por las habilidades y conocimientos de l*s artesan*s e intérpretes.
Y el mundo de la música vegetófila es una meritocracia colaborativa basada en la belleza —tanto acústica como visual— en la que cualquier planta que esté dispuesta a seguir las reglas puede añadir su voz al conjunto.
Referencias & Recursos
+ Aunque consulté varias fuentes durante la redacción de este artículo, el mejor artículo al respecto, que resume prácticamente todo lo que (a nivel básico) puede interesar sobre el tema, es: Wegst, U. G. K. 2008. Bamboo and Wood in Musical Instruments. Annu. Rev. Mater. Res. 38: 323–49. Y aún más: está libremente disponible en línea.
¡Una mina!
+ Los tipos de madera empleados para un piano de cola, así como varios de los materiales para los instrumentos de cuerda (violines & cía) están sacados de Carlsen, S. 2008. A Splintered History of Wood: Belt Sander Races, Blind Woodworkers, and Baseball Bats. Harper Collins.
+ Sobre el cambio de género de la especie Caesalpinia echinata a Paubrasilia echinata, puede leerse algo al respecto en A New Scientific Name for Brazil’s national tree (EN).
+ Puedes escuchar el resultado de la sonificación de datos del bosque de cedros de Alaska en el artículo The Haunting Sound Of Climate Change Over 100 Years (EN).
+ Sobre el granadillo (mpingo), puedes leer al respecto aquí (EN, Global Trees Campaign); algunas casas de instrumentos ya incorporan maderas de extracción sostenible para la realización de sus clarinetes, oboes & etc., como puedes leer aquí (EN).
Ilustraciones
Son todas de una servidora :) Si quieres emplear alguna, hazlo sin problemas: basta que indiques autoría, y añadas un enlace a imaginandovegetales.com, o ainaserice.com!
Vivo maravillada con cada una de tus publicaciones, Aina. Conseguí el libro La invención del reino vegetal, aquí en Lima y estoy tan encantada! Gracias
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Ohhh, qué alegría leerlo Claudia! Me emociona que las palabras viajen a tan grandes distancias y logren conectar a personas que tenemos pasiones y curiosidades afines, así que mil gracias por estar al otro lado y disfrutar conmigo ;)
Me gustaMe gusta