Deambulares otoñales por el Orto Botanico di Pisa
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Al son de: Francesca Michelin, Vulcano
Se entrevé el mármol blanco, inconfundible, entre el follaje; la torre casi parece una altísima muchacha escondida tras un tronco que se inclina a un lado para comprobar si la estás mirando.

Creo que fuimos un duro golpe para su ego, pobre Torre de Pisa. No fuimos a verla.
Yo diría que quizás seamos los únicos turistas que llegaron a la ciudad toscana, aparcaron, se fueron derechitos al orto botanico, y varias horas más tarde volvieron corriendo al coche y se largaron echando virutas.
En nuestra defensa diré que la saludamos con la mano, eso sí —y que ya había paseado por la Piazza dei Miracoli años atrás.
También había estado en el Orto Botanico di Pisa, pero, vergüenza vergonzante donde las haya, no recordaba prácticamente nada de la visita. Había que remediar un vacío de memoria vegetófila tan sangrante, así que…
El orto de Pisa es uno de los primeros —si no el primero— jardines botánicos universitarios del mundo: fue fundado en 1543-44, y si has leído La Invención del Reino Vegetal, en ella te presenté al artífice tras su creación, Luca Ghini:
“Ghini fue uno de los (médicos) naturalistas del Renacimiento que no se dedicó a publicar libros, sino a desarrollar y transmitir ideas.
Una de sus convicciones docentes era que los estudiantes debían ver con sus propios ojos las plantas frescas cuyas virtudes terapéuticas debían aprender, para poder reconocerlas e identificarlas correctamente. Como uno de los promotores de las salidas de campo, sin duda le parecería bien ir a la montaña a buscar los vegetales en cuestión. No obstante, había otra solución, que de hecho llevaba siglos practicándose en monasterios y huertos: traerse las plantas al jardín cerca de casa.
Nace entonces el orto botanico como complemento a las facultades de medicina italianas, muchos de ellos como consecuencia directa de la influencia de Ghini.”

Al jardín botánico de Pisa le pasó, sin embargo, lo que a otros muchos: que el emplazamiento original a orillas del río Arno se le quedó estrecho, y terminó siendo cambiado de sitio dos veces hasta llegar a su actual ubicación en 1591, a tiro piedra de la Piazza dei Miracoli.
No iba yo con muchas expectativas, pues hasta hace poco su página web era de lo más triste, dándome la sensación de que el orto estaba un poquillo… desatendido.
Se han puesto las pilas con la web para mejorarla, y espero que también se las pongan con el jardín, pues podría sacársele mucho más partido del que observamos —si bien admito que tiene un cierto… encanto Romántico, en el sentido artístico de la palabra: rincones pintorescos, zonas un poco “rústicas”, descuidadas…
Y disfruté, claro que sí, porque siempre disfruto en los jardines botánicos.
Pese a no ser muy grande (3 ha; el de Barcelona tiene 14 ha, el de Gijón, cerca de 25 ha), me dio sensación de amplitud; de hecho, hasta que comprobé su superficie ¡pensaba que era más espacioso de lo que es realmente! A ello ayuda la subdivisión en distintos espacios que no se ven entre sí, separados por barreras visuales (ya sean árboles o edificios).
Hay tres grandes zonas: (1) la llamada Scuola Botanica o “escuela botánica”, con sus parterres geométricos y sus fuentes-estanque del s. XVII; (2) el Orto del Cedro o “jardín del cedro”, un área umbrosa y recogida, digna de un poema Romántico; y (3) un área tipo arboreto, de gusto paisajista con cubierta de césped salpicada de árboles varios. Y luego están los invernaderos, con colecciones de plantas tropicales, suculentas & etc.
Quizás el encanto de este orto yace, al menos en parte, en su misma dejadez. Si los jardines botánicos fuesen casas, el de Pisa quizás se parecería bastante a la mía, que jamás jamás podría aparecer en una revista de decoración, pero que —como digo yo cada vez que intento defender su, ajem, estado— es un espacio muy vivido.
En el Orto di Pisa, sobre todo en el área del arboreto, ves estudiantes que deambulan por los senderos, que se sientan a comer un bocadillo en un banco; parejas de amigas que repasan juntas un examen de genética; parejas que se besuquean a la sombra del pequeño bambusque de Phyllostachys nigra. El césped es libre: puedes acercarte a los árboles, acariciar hojas y abrazar troncos si te apetece.
De igual modo, al doblar una esquina te encuentras con carretillas, palas y montones de restos orgánicos que algún jardinero ha dejado por allá; hay secciones con un ligero aire a “trastero”, en las que faltan carteles y las macetas se agolpan sin ton ni son, albergando huéspedes que sólo conoce quien trabaja con ellos (o al menos eso espero…).

Curiosamente, los carteles que sí están acompañando a la planta correspondiente (y son la inmensa mayoría, que conste) están a la última moda taxonómica, algo que me sorprendió. El naranjo espinoso, por ejemplo, que yo había visto como Poncirus trifoliata, aparecía correctamente etiquetado según su última reasignación taxonómica, que le devuelve el nombre que Linneo le dio originalmente: Citrus trifoliata.
Fui feliz de tropezarme con algunos vegetales que ya conocía, pero que no veía desde hacía tiempo, como la preciosa orquídea de otoño Spiranthes spiralis, o —mi preferida— una variedad de avellano de cuento de hadas, Corylus avellana var contorta, cuyas ramas retorcidas parecen sacadas del bosque de Blancanieves:

Quizás otoño no sea el mejor momento para ir a visitar el apartado dedicado a los simples medicinales y a la “escuela botánica” del jardín, pues se notaba la ausencia de muchas plantas (ya sea porque son anuales que la palmaron con los calores extremos de este verano, o porque aún no han salido de su madriguera estival). Algunas notables excepciones en flor eran las preciosas Haemanthus, género sudafricano que nunca había pillado en todo su esplendor, o las Alstroemeria atigradas despuntando del suelo tapizado de hojas-abanico doradas (responsable: Ginkgo biloba).
Y, cómo no, mi queridísima mandrágora…
En los invernaderos, grandes alegrías y grandes indignaciones.

Las alegrías fueron tres: conocer a un baobab (pequeñito), a mis adoradas pimienta negra (Piper nigrum) y pimienta larga de Java (Piper retrofractum), ¡y a Viky (Victoria cruziana)! Pensé mucho en el Jardín Botánico-Histórico de La Concepción, donde también tienen a Vicky feliz y floreciente.
La gran indignación fue en el invernadero de los cactus, cuando me di cuenta de que la turista delante de mí se estaba frotando algo verde en el brazo… y al fijarme con más atención, esa cosa verde resultó ser un trozo de Aloe vera que la tía, ni corta ni perezosa, había arrancado tan panchamente del pobre ejemplar que había en el invernadero.
Estuve a un tris de buscar a algún jardinero para hacérselo notar, pero R me detuvo —y yo me dejé detener, quizás por ese viejo mantra escolar pensado para acallar los impulsos chivatos. Aina mala. Ahora un poco me arrepiento, la verdad.
Nos faltó tiempo, ay, para ver con tranquilidad el Museo Botánico, de fachada muy hermosa (aunque no puedo ver esos corales adornándola sin que se me agriete un poco el corazón) y contenidos fascinantes. Apenas pudimos disfrutar de las colecciones de modelos botánicos y fúngicos en cera (!), la colección de fibras textiles de origen vegetal, o la sala con información sobre los herbarios.

Además, la chica que vigilaba el museo era un encanto; se ve que no recibe a muchos visitantes, porque las ganas de contarnos informaciones interesantes sobre el lugar la desbordaban completamente, siguiéndonos al piso superior para hacernos notar esta u aquella pieza, explicarnos una anécdota aquí, otra allá… Nos supo mal dejarla a medias, y tener que salir corriendo para no arriesgarnos a encontrar una multa de aparcamiento en el coche.
Pero no hay mal que por bien no venga: no habrá más remedio que volver para saludar a la torre y a la chica del museo. Qué se le va a hacer, nos sacrificaremos otra vez…
… pero quizás en primavera.
Los jardines botánicos son para mí como la miel para las moscas; si tú también compartes mi vicio, puedes encontrar mis impresiones sobre el Jardín Botánico de Sóller (Mallorca) aquí; darte una vuelta por el Jardín Botánico Histórico de Barcelona durante un festival celebrado en el 2015, aquí, y por su Jardín Botánico en un verano achicharrante aquí; o adentrarte en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón (Asturias) en un precioso día de invierno, aquí.
Jajajajajajaja «puedes abrazar troncos si te apetece»… ya sabemos quien practica estas actividades!!!! ;)
Oooooh!!! moi aussi j’adore el bosque brujeril del avellano!!!! <3
Jajajajajaja los impulsos chivatos!!! M'ha encantat. Pobre Aloe!!!!! Y Vicky… Me pregunto quien sera Cristina?
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Jajajaja si he de ser sincera, I just shot at them… pictures, that is. I did lovingly lean against a few though, if that counts! (menos davall una Araucaria, que tenia avís de peligro… per si te queia qualque cosa damunt es cap!)
Saps que de avellano brujeril tb n’hi ha al Real Jardín Botánico de Madrid? In case one of these days te vienes al otro lado del charco and you pay a visit… ;)
I should’ve. I really should’ve. Tengo la foto incriminatoria de la pareja, still keeping it as prueba del delito!
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