[~ 10 minutos de lectura]
Al son de: Azam Ali y Loga R. Torkian, Flowers of the Storm
No sé si fue realmente así, pero me gustaría pensar que la prehistoria de los perfumes se escribió a fuego y humo, como su nombre indica:
per fumum, a través del humo.
El humo tiene algo de hipnótico, esa cualidad enigmática de los entes que fluctúan en la orilla que separa lo material de lo inmaterial. Humo, el olor de la metamorfosis ígnea, la ascensión hacia las alturas. Evocador.
Trascendente.

Quizás inventamos la palabra trascender para poder hablar del incienso. De hecho, la primera acepción en el diccionario (DRAE) es muy sugerente al respecto:
“Exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia.”
Durante milenios, es probable que esa gran distancia que debía salvarse fuese, nada más y nada menos, la que separaba a dioses y mortales.
Y el único mecanismo para emprender ese viaje perfumado tenía que ser ese elemento fascinante a la vez que voluble, tan íntimamente ligado a lo sagrado que había quien lo consideraba un dios —o, como mínimo, un bien precioso sisado al Olimpo—: el fuego, what else?
Pues la palabra incienso no designa en su origen a ningún vegetal en concreto. Sencillamente, significa
“aquello que es quemado”.