Notas sobre antropología & etnobotánica de la luz
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Al son de: Ravi Shankar, Asato maa
Asato mā sad gamaya,
tamaso mā jyotir gamaya,
mṛtyor mā amṛtaṃ gamaya.
Guíame de la falsedad a la verdad,
Guíame de la oscuridad a la luz,
Guíame de la muerte a la inmortalidad.
— Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad
Cuentan que la diosa vaga entre los mortales durante la noche más oscura, buscando un lugar de acogida; las moradas donde entre de puntillas serán recompensadas por su invitada divina con fortuna y riquezas. Anhelando el premio prometido, los mortales encienden miles de luces para atraer la mirada de la diosa y gozar de sus bendiciones.
La invitada divina en cuestión es la diosa Lakshmi, y durante muchos siglos las luces han sido lámparas de aceite.
Esta es la versión mítica simplista y “oficial” tras la celebración hindú de Diwali o Dīpāvali, que este año (2017) cae en 17 de octubre.
La luz es el centro de celebraciones religiosas en muchísimas culturas, sobre todo durante los meses más oscuros del año: cerca del equinoccio de otoño (ej. festividades de los muertos, Samhain de impronta celta hacia el 31 de octubre), o del solsticio de invierno (Santa Lucía el 13 de diciembre), a caballo entre ambos (como el Janucá hebreo, entre noviembre y diciembre del calendario gregoriano), o a principios de febrero (Imbolc celta, la Candelaria cristiana, entre el 1 y el 3 de febrero).
Como es lógico, para celebrar la luz debemos crear luz; y hasta hace muy poco, el único modo seguro para lograrlo era conjurar una llama inofensiva —un fuego manso, dócil, controlado (nada de incendiar casas o bosques, por favor). Crear luz significaba quemar algo, y ese algo solía ser animal… o vegetal. Seguir leyendo