Una visita al Koishikawa botanical garden, Tokyo
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Al son de: Marika Takeuchi, Roots
Ironías de la fortuna, este artículo se ha fraguado entre dos confinamientos: uno menor y muy localizado (en un hotel de Tokyo; duración de 1 día, por alerta meteorológica), y otro mayor y global (en casa; duración aún por determinar, por alerta pandemia).
Empecé a escribir las siguientes líneas en Tokyo, mientras esperábamos a que el tifón Hagibis dejase el área metropolitana atrás. Las he terminado al cabo de cinco meses, esperando a que la situación de alarma por el COVID-19 arrecie. Viajes cumplidos, viajes abortados. Extrañas simetrías.
A veces, el destino tiene un sentido del humor perverso.
Más de 20 años esperando el momento de viajar al país del sol naciente, y a los dos días de aterrizar en Tokyo, salta la alarma tifón. Efectivamente, la ciudad está encapotada desde antes, gris y lluviosa y pesada, lo cual obliga a la cámara de fotos a vivir de forma casi perenne en valores de ISO de 200+, y hace que las imágenes salgan algo tristes y deslucidas.
Me he llevado grandes sorpresas en Japón. Para empezar, adoro al ministerio del ambiente japonés* —no sé si al presente o a alguno de los pasados, pero lo cierto es que cualquier ministerio que cuide el verde de su capital con tanto esmero, y que encima ME PONGA CARTELES CON LOS NOMBRES CIENTÍFICOS de las plantas por la calle… es que me derrito. LO ADORO, así, en mayúsculas.
*Bueno, o alcalde… pero es algo generalizado en varias partes de Japón, así que quizás sí sea un ministerio.
Si lo comparo con mi fugaz visita al jardín botánico de Bangalore, la experiencia en Tokyo está en sus antípodas para muchísimas cosas… y se parece en otras (sorprendente pero cierto). Seguir leyendo