La cuarta dimensión de la calabaza: un manifiesto

Conoce la(s) historia(s) de lo que comes

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Al son de: Blackmore’s Night, Home Again

No hace falta ser un lince para observarlo: la gastronomía está de moda.

Hasta hace poco, la cocina era el bastión femenino por excelencia, donde imaginábamos a nuestras madres preparando esos caldos mágicos capaces de curar corazones rotos, o de devolvernos un pedacito de infancia perdida en un plato de sopa de estrellitas. Parece que hacía falta convertir la cocina en un espacio unisex, y trasladarla a un plató televisivo, para darle ese toque de distinción, de clase. Ahora, ser chef es sexy —en algunos países, tanto (o incluso más) que ser bombero: la seducción, mejor con delantal que con manguera—.

Sin embargo, ‘estar de moda’ puede ser un arma de doble filo.

En primer lugar, porque la moda no escarba necesariamente más allá de la superficie de las cosas: puede conformarse tranquilamente con la gastronomía glamurosa que se encierra en la cocina e inventa recetas y procedimientos a cuál más inverosímil.

A la moda no le preocupa si planchamos el fenómeno gastronómico hasta reducirlo a una sola capa, un solo espacio: la cocina. Lo que pasa allende las fronteras de esta sala alquímica no le atañe. Los ingredientes sencillamente están ahí, sin necesidad de pensar demasiado en ellos, bien ordenaditos en un trozo de papel que llamamos receta, y en una despensa perpetuamente bien abastecida. Seguir leyendo