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Al son de: Jami Sieber, The Moon Inside
{Tercera y última entrega sobre el olíbano; las dos primeras pueden leerse aquí (I. Olíbano en frasco), y aquí (II. Olíbano en cuchara)}
He encendido un bastoncillo de incienso hace un minuto; no tiene ni gota de olíbano* en su composición.
*Franquincienso, Boswellia sacra Flueck.
(No sé si lo habréis buscado alguna vez, pero en mi experiencia suele encontrarse más fácilmente jazmín y pachulí, que los perfumes que los antiguos usaban como incienso en el área mediterránea).
Contemplo los velos de humo que se derraman en el aire. Se retuercen, se agitan, tan elegantes y gráciles como bailarinas de ballet. Juego con el bastoncillo, agitándolo por la habitación como si fuese una batuta, o una varita mágica de cuya punta no brotan hechizos ni patronus, sino ondas de perfume.
Ya puedes intentar detenerlas —con los dedos, con una cucharilla—, que de poco sirve: te abrazan con su caricia de río impalpable, y te dejan a un lado. Tienen otros planes.