Sus corimbos blancos de fino encaje ruborizado le valieron el nombre de milenrama.
Sus poderes vulnerarios, el apodo de “hierba del soldado”, o del carpintero —o de Aquiles, héroe inmortalizado en el género científico de la planta: Achillea.
Presente en todo el hemisferio norte, la milenrama ha sido ampliamente usada por sus propiedades medicinales —que son muchas y variadas—, pero también es planta comestible (y, en cierto modo, “potable” también…).
Y ha tenido fama de mágica, de protectora, fama de planta oracular que revela el porvenir en sueños —o en hexagramas, según la civilización que consideres.
Tras esos corimbos ruborizados se esconden historias tan inesperadas como fascinantes… ¿me acompañas a explorarlas?
Érase una vez un grupo de árboles que amaban el agua y el viento, que refrescaban plazas con su sombra y saciaban el hambre del ganado.
Érase una vez un pionero prehistórico tras la última glaciación, un árbol de proporciones míticas (e impresionantes alturas reales), un árbol que proporciona madera sumergible y fibras para hilar, tejer o trenzar canastos o chaquetas bordadas con sueños en tierras lejanas.
Érase una vez un gigante con pies de barro, un árbol tan imponente como vulnerable ante sus enemigos, que han decimado sus poblaciones y amenazan con borrarlo de nuestros paisajes y nuestra imaginación.
Érase una vez… los olmos.
En el podcast de hoy, historias de Ulmus… ¿te animas?
¡Canta, oh ninfa, la tristeza del árbol de bronce, que antaño protagonizó innumerables gestas, que fue amado y temido, y que ahora ve cómo el mundo lo olvida!
Fresnos, habitantes del género Fraxinus.
Legendarios por su dureza —madera de lanza, de nave, de bastón—, han sido árboles tan útiles como mágicos para las civilizaciones que los han conocido.
Sin embargo, y a pesar de este glorioso pasado, la modernidad los está dejando a un lado.
Por eso hoy te contaré historias de fresnos, desde la antigua Grecia hasta las tierras heladas del norte europeo; recorreremos mitos escandinavos y leyendas griegas, exploraremos la relación entre los fresnos, el rayo y las serpientes, e incluso nos tropezaremos con personajes salidos de la Tierra Media (… ¿o quizás salieron de alguna otra parte?).
En las orlas del bosque, donde alcanzan las caricias del sol y los suelos son frescos y profundos, viven los saúcos.
Demasiado desgarbado en su exuberancia de hoja y rama para describirlo como elegante, sus ansias arbustivas y modesta estatura hacen que a veces ni siquiera pueda llamarse “árbol”. Sin embargo, que no te engañe su porte humilde: algunos de los pueblos que han convivido con Sambucus nigrale han otorgado una gran importancia, y de eso quiero hablarte hoy en el podcast.
De su papel en el botiquín casero tradicional, capaz de mantener a raya enfermedades naturales (y sobrenaturales, según a quién le preguntes); de sus sabrosos empleos en la cocina y la despensa; de los misteriosos espíritus que se dice moran entre sus frágiles ramas.
Y, por supuesto, del saúco en la varitología harrypotteriana y las Reliquias de la muerte (no he podido resistirme…).
¿Te apuntas a conocer(algunos de)los secretos del saúco?
{This article first appeared on The Planthunter#35 and may be read in English here| Este artículo se publicó en inglés en el núm.#35 WOMAN de la revistaThe Planthunter, y puede leerse aquí.}
Nueve granos de trigo; un poco de sal; agua.
No son el tipo de ingredientes que uno se esperaría encontrar en una fórmula mágica, ¿no?
Y cierto es que estos humildes elementos no tienen poderes en sí mismos. Poco harán por ti sin haber sido previamente animados mediante oraciones rituales, pronunciadas por la mujer adecuada.
Rituales. Siete años después de mi llegada a la isla, tengo dudas sobre si llamarlos magia, ni siquiera superstición; para quienes creen en ello, es cuestión nada más que de fe —el factor más importante al determinar si te curarás (o no). Y yo, curiosa estudiante de la naturaleza humana que busca entender más que juzgar, callo, escucho, y observo.
En esta tierra, ideas que rozan lo mágico alean* a flor de piel, y creencias tan viejas como el suelo mismo se aferran al modo en que la gente interpreta el mundo. Para ciertas cosas, no se traza una división neta entre natural y sobrenatural; como si de un campo de jaras se tratase, nadie duda de que el perfume invisible que impregna el aire sea menos real que los arbustos requemados por el sol que lo desprende.
*alear, significando «mover las alas». Preciosa e infrautilizada palabra, en mi opinión.
En esta isla se teme que una mirada pueda matarte —o, como mínimo, hacerte enfermar seriamente— si te pilla sin un saquito de milenrama e hipérico al cuello, o si se deja sin diagnosis ni tratamiento por parte de la ‘curandera’ del pueblo, que entiende de medicina contra aojamientos: sa mexina de s’ogu.
Otras versiones del ritual emplean aceite, sal y agua. El diagnóstico dependerá de cómo se disponga el aceite sobre el agua. En el caso del trigo, el elemento a tener en cuenta es la cantidad (y, a veces, disposición) de burbujas de aire que se quedan ‘pegadas’ al grano cuando se hunde.
Pero lo que me parece más fascinante de estos rituales es lo comunes que son para muchos isleños. Seguir leyendo →