El jardín en la ciudad de los ginkgos

Una visita al Koishikawa botanical garden, Tokyo

[~ 10 minutos de lectura]

Al son de: Marika Takeuchi,  Roots

Ironías de la fortuna, este artículo se ha fraguado entre dos confinamientos: uno menor y muy localizado (en un hotel de Tokyo; duración de 1 día, por alerta meteorológica), y otro mayor y global (en casa; duración aún por determinar, por alerta pandemia).

Empecé a escribir las siguientes líneas en Tokyo, mientras esperábamos a que el tifón Hagibis dejase el área metropolitana atrás. Las he terminado al cabo de cinco meses, esperando a que la situación de alarma por el COVID-19 arrecie. Viajes cumplidos, viajes abortados. Extrañas simetrías.

A veces, el destino tiene un sentido del humor perverso.

Más de 20 años esperando el momento de viajar al país del sol naciente, y a los dos días de aterrizar en Tokyo, salta la alarma tifón. Efectivamente, la ciudad está encapotada desde antes, gris y lluviosa y pesada, lo cual obliga a la cámara de fotos a vivir de forma casi perenne en valores de ISO de 200+, y hace que las imágenes salgan algo tristes y deslucidas.

Me he llevado grandes sorpresas en Japón. Para empezar, adoro al ministerio del ambiente japonés* —no sé si al presente o a alguno de los pasados, pero lo cierto es que cualquier ministerio que cuide el verde de su capital con tanto esmero, y que encima ME PONGA CARTELES CON LOS NOMBRES CIENTÍFICOS de las plantas por la calle… es que me derrito. LO ADORO, así, en mayúsculas.

*Bueno, o alcalde… pero es algo generalizado en varias partes de Japón, así que quizás sí sea un ministerio.

Si lo comparo con mi fugaz visita al jardín botánico de Bangalore, la experiencia en Tokyo está en sus antípodas para muchísimas cosas… y se parece en otras (sorprendente pero cierto). Seguir leyendo

Lal Bagh, o El jardín en la ciudad de los jardines

o también Un remanso de paz en el infierno sobre ruedas

[~ 8 minutos de lectura]

Al son de: Nee Koppulona OST, Bala Krishna

Estaba todo planeado.

Aterrizaríamos más o menos destrozadas en el aeropuerto de Bengaluru (Bangalore, Karnataka: India) hacia las nueve de la mañana, hora local. Dejaríamos los trastos en el hotel, y desde allí nos desplazaríamos hasta el jardín botánico de Bangalore:

Lal Bagh, que significa “el Jardín Rojo”.

Mapa situando Bangalore
La flecha verde indica la ubicación de Bangalore (que no ha cambiado de sitio, ni Lal Bagh tampoco, aunque el mapa sea de principios del s. XX).

En un principio me había preparado para ir yo solita, sin arrastrar a nadie más a la tortura vegetófila que supone la visita a un jardín botánico conmigo; cuando una amiga me recomendó encarecidamente que ni se me ocurriese pasear sola por ninguna parte, por muy jardín botánico que fuese, preparé un plan de contingencia («¿no tendrán en el hotel a alguien que pueda muy amablemente acompañarme y seguirme de acá para allá en el jardín, mientras yo saco fotos y me encanto con las plantas? ¿Sí? Muy amables, fenomenal»).

Pero al final, y pese a mis advertencias, mis compañeras de aventura se apuntaron a la visita. Cinco personas apretujadas ilegalmente en un coche —aunque, visto el estado del tráfico en la India, creo que a nadie le importaría un pimiento— para un trayecto que se hizo francamente eterno.

Acompañamientos divinos en coche, India
Menos mal que tienen 33 millones de dioses, y supongo que velando todos por los conductores, porque de lo contrario no me explico cómo no hay más accidentes.

Una eternidad muy ruidosa, y plagada de socavones y badenes que parecían cadenas montañosas.

Treinta kilómetros convertidos en casi hora y media de un infierno hecho de calor y una maraña de rickshaws, motos, coches, camiones, autobuses… una cantidad apabullante de vehículos que se echaban los unos encima de los otros.

Cuando por fin enfilamos la puerta de Lal Bagh, creo que ninguna de nosotras estaba en plena posesión de sus facultades. Entramos en coche, y nos pidieron en la puerta mismo que pagásemos los billetes de entrada. Ni recuerdo cuánto fue. ¿10 rupias? Al cambio, 12 céntimos de euro. Un extra si queremos sacar fotos con las cámaras.

Parejas bajo los árboles de mango en Lal Bagh
Pagamos por mi cámara. Los móviles se emplearon de estranjis. En la foto, parejas a la sombra de enormes árboles de mango.

Nos derramamos fuera del vehículo con una sensación extraña. Guru, nuestro conductor y salvador con nivel de inglés T1 (Tarzán-1), nos esperaría en el coche. Aunque el plan inicial era movernos por Bangalore a pie después de visitar Lal Bagh, murió de infarto fulminante a los pocos minutos de ver cómo es el tráfico en la ciudad que llaman la Silicon Valley de la India.

Lal Bagh resultó ser… una experiencia curiosa. Seguir leyendo

Primavera en el Real Jardín Botánico de Córdoba

Visita al Jardín Botánico de Córdona en abril de 2018

[~ 6 minutos de lectura]

Al son de: Loreena McKennitt, Spanish Guitars and Night Plazas

No se te ocurrirá visitar el jardín botánico en Córdoba, pero no ir a la mezquita…”

La de mi madre era una pregunta-amenaza retórica: sabía perfectamente que sí se me había ocurrido, porque es consciente de que mis prioridades no suelen coincidir con las del resto de turistas (la Torre de Pisa también sabe algo al respecto…).

Al final organizamos el viaje de forma que hubiese tiempo para todo, siguiendo un estricto orden de preferencia: primero, pasar una tarde con Jacobo Muñiz (genial ilustrador de Cuéntame, Sésamo) en un entorno y una compañía privilegiados (maravilloso Antonio de Culturhaza).

Aloysia gratissima
Pariente de la hierbaluisa que conocí paseando por el Arboretum del jardín, Aloysia gratissima.

Segundo, mañana en el Real Jardín Botánico de Córdoba. Tercero, visita a Mezquita-Catedral (bajo amenaza de que se me retirase la palabra materna), y agradable callejeo antes de reemprender el descenso más al Sur.

El jardín botánico de Córdoba había entrado en mi radar gracias a un artículo en Los Árboles Invisibles que hacía referencia a un curso de plantas tintóreas —un viejo sueño mío que aún no he logrado cumplir— celebrado allí. Por fin, el pasado abril (entre presentación y presentación de Cuéntame, Sésamo: unas cuantas en Madrid y aledaños, otra en Málaga) logramos visitarlo…

Impresiona un poco pensar que este jardín de 7,5 ha es más joven que yo. Se fundó en 1987 (merced a los esfuerzos del Instituto Municipal de Gestión Medioambiental, IMGEMA) cordobés, y en 2012 nada más se le concedió el título de Real. Seguir leyendo

Viaje al origen de todos los jardines botánicos del mundo: Padua

Un largo paseo por el Orto Botanico di Padova

[~ 8 minutos de lectura]

Al son de: Deproducers, Radici

“El Jardín Botánico de Padua está en el origen de todos los jardines botánicos del mundo y representa la cuna de la ciencia, de los intercambios científicos y de la comprensión de las relaciones entre la naturaleza y la cultura.”

Motivación para la inscripción del Orto Botanico di Padova
en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, 1997

Al principio hubo un jardín.

Sus tierras eran un cuadrado dividido en cuatro partes, como en los claustros medievales y los jardines persas. Representación perfecta del mundo, circunscrita por un muro con cuatro puertas: una al norte y otra al sur, una por donde se cuela el sol de levante y otra por donde languidecen los rayos de poniente.

El muro fue construido por culpa de los humanos.

Siete años aguantó el jardín, inicialmente abierto y desprotegido frente a la codicia, antes de que la situación se volviese insostenible. Se levantó entonces un círculo de piedra para salvaguardar las plantas y, así, salvar también a la humanidad de su propia inconsciencia.

Una persona inconsciente quizás se escandalice al ver que la entrada al Orto Botanico di Padova cuesta 10€. Incluso yo, que cuando se trata de jardines botánicos tengo cierta experiencia, tuve que hacer un poco de tripas corazón al despedirme de un bonito billete azul.

Entrada al Orto Botanico di Padova

Pero seis horas después, tras haber agotado tanto la tarjeta de memoria como la batería de la cámara de fotos, mi corazón estaba más feliz que una perdiz (y mis tripas se habían adormecido tan panchamente que se me pasó la hora de comer sin darme cuenta). Seguir leyendo

[Hojeando libros] The Plant Messiah (El mesías de las plantas)

(Magdalena. Viking, 2017)

Al son de: Goo Goo Dolls, So Alive

NOVEDAD: Este libro ha sido traducido al español y publicado por Debate como El mesías de las plantas  (Marzo de 2018).

Las extinciones me ponen de mal humor.

Por desgracia, cualquier repaso al estado de la naturaleza en los últimos milenios brinda incontables oportunidades para deprimirse, tanto en el reino animal como en el vegetal.

Azufaifo y gato
Como me digas que sólo ves un gato, te doy. Que te he enfocado bien a propósito a un hermoso azufaifo (Ziziphus jujuba).

Las extinciones animales son más vistosas, bien lo sabes —y bien lo saben también los programas de protección, con sus linces y lobos y pandas que tan bonitos quedan en los logos, las chapas y las llamadas a apadrinar a tal o cual especie.

Pero de las plantas, ay, pocos se acuerdan. Dichosa Ceguera Verde, o Clorofílica, o Vegetal, o como quieras llamarla. Plant Blindness, en inglés. Una fortísima tendencia evolutiva a no prestar la menor atención a todo lo (aparentemente) inmóvil y verde —y, por tanto, a no hacer ni caso a las plantas.

Carlos Magdalena, apodado “el mesías de las plantas”, no sólo las ve perfectamente, sino que está empeñado en que los demás también las vean.

El Mesías hizo milagros, como devolver la vista a los ciegos. Yo quiero curarnos de la ceguera vegetal.Seguir leyendo

El jardín escondido en el corazón de Bolonia (Italia)

Otoño en el Orto Botanico di Bologna

[~ 4 minutos de lectura]

Al son de: Sonohra feat. Hevia, Si chiama libertà

No me esperaba gran cosa, la verdad.

Sabía que era pequeño, y que no se pagaba entrada. Mala señal para un jardín botánico —y más aún teniendo en cuenta los precios en la ciudad, donde un café no es barato ni siquiera en zona universitaria.

Para empeorar las cosas, Bologna en día de mercad(ill)o es un estrés absoluto, tanto para peatones alérgic*s a las aglomeraciones como para conductores (prohibido prohibidísimo entrar en coche en el casco histórico si no eres residente; y, si por un milagro consigues aparcar en los alrededores, la ORA se paga a 2,40€… cada hora). No llegábamos a las puertas del orto botanico tranquilos y relajados precisamente, así que disminuí mis expectativas a su mínima expresión.

Un jardín gratis estaba destinado a ser un churro…

… y resultó serlo.

Vista del Jardín botánico de Bolonia

Pero fue un encantador churro artesano con chocolate caliente: para chuparse los dedos. Seguir leyendo

El jardín de todos los mediterráneos del mundo

Paseos en el Jardí Botànic de Barcelona

[~ 6 minutos de lectura]

Al son de: Conjure One, Miscreant

Mientras sudábamos a mares por las cuestas de Montjuïc bajo un sol de justicia, recordé que las peregrinaciones no siempre te lo ponen fácil.

A veces, llegar al paraíso es un infierno. Sobre todo en verano.

Era mi tercera visita al Jardí Botànic de Barcelona, y por un momento fugaz temí que venir a principios de julio hubiese sido una estupidez. Incluso su página web lo dice:

“En verano ofrece una imagen general de aridez y sequedad.”

Echinops spinosissimus: el sueño del lepidóptero nectarófilo.

Y es que el Jardí Botànic de Barcelona es un jardín mediterráneo al cuadrado —o al cubo.

Por una parte, es mediterráneo en el sentido geográfico de la palabra: no sólo está en la cuenca del Mar Mediterráneo sino emplazado prácticamente a orillas del mismo, a pocos quilómetros de la costa.

Pero es también y sobre todo un jardín de flora mediterránea.

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Elogio al jardín botánico: un microcosmos de conocimiento

[~ 4 minutos de lectura]

Al son de: Enya, The Memory of Trees

Los jardines botánicos son fragmentos del Paraíso.

No me refiero al paraíso en sentido histórico, aquel pairidaeza que se remonta a Mesopotamia, a Persia y a sus vergeles ceñidos con vallas y muros. No.

Hablo de Paraíso en el sentido mítico y trascendente de la palabra. En el jardín imaginario que un día soñamos como representación microcósmica de la naturaleza entera, y cuyo árbol más icónico y ambivalente concedía el conocimiento a quien comía de sus frutos.

Quien sabe si tal vez su savia nos hubiese regalado algo más raro y precioso: la sabiduría.

Jan Brueghel el Viejo, El Jardín del Edén
A este, vamos (versión imaginada por Jan Brueghel el Viejo, pero hay muchas otras igualmente hermosas, faltaría más). Imagen cortesía de Wikipedia.

Pero fue ese fruto lleno de conocimiento lo que puso en marcha la gran aventura. Un fruto con muchas semillas, que cayeron a tierra sin aspavientos y esperaron, dormidas, a que llegasen hortelanos con ansias de ordenar el mundo; de recomponer ese Edén perdido, esa quimera donde había un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio, y así comprender. Conocer.

Son quimeras, claro. El Orden de la naturaleza, en mayúscula, no es el del Paraíso de los mitos. Pero estas semillas imaginarias, llenas de conocimiento, han germinado y se han encarnado en el mundo. Se llaman jardines botánicos. Seguir leyendo