Cuando el tiempo olía a incienso

Relojes aromáticos en el Lejano Oriente

[~ 5 minutos de lectura]

Al son de: Himekami 姬神, 千年の祈り

{This article first appeared on The Planthunter #40 and may be read in English here ||| Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #40 EPHEMERAL de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí}

Hace unas veinte primaveras que se publicó una novela titulada Memorias de una geisha.

Por aquel entonces yo era una adolescente con una enorme curiosidad hacia la cultura japonesa, así que huelga decir que devoré la novela tan pronto como me hice con un ejemplar.

Conservo buenos recuerdos de su lectura, si bien un poco, ajem, vagos (veinte años son muchos años, y no me acuerdo bien de la trama —ay, ni siquiera del nombre de la protagonista). Sin embargo, un diminuto detalle se me quedó grabado en la memoria: bastones de incienso para medir el tiempo.

“Antiguamente (…) cada vez que una geisha llegaba a una fiesta para divertir al anfitrión y sus invitados, la dueña de la casa de té encendía un palito de incienso de una hora de duración —que se llama ohana o “flor”—. Los honorarios de las geishas estaban basados en cuántos palitos de incienso se habían quemado para cuando se marchaban.”

Me pareció sublime, una forma deliciosamente poética de medir el tiempo que pasa.

Años más tarde descubrí que la novela se había equivocado en una cosa: los bastoncillos de incienso que se empleaban en las okiya (casas de geisha) ardían durante media hora. Se colocaban en un dispositivo especial, a menudo hecho en madera de sugi, con dos filas de agujeros en su parte superior para sostener los bastoncillos, y con un cajón donde se guardaba el incienso.

Cryptomeria japonica (sugi)
Conos de Cryptomeria japonica, o sugi; su madera resinosa es fragante, y muy apreciada para trabajos de ebanistería y carpintería.

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Del agáloco: palos, águilas y aloes (1)

[~ 15 minutos de lectura]

Al son de: Irfan, Simurg

 

Según cuentan las leyendas, los pájaros mitológicos son muy selectos al construirse el nido: no sirve cualquier ramita anónima, sino que, acogiéndose a su sentido del olfato, sólo utilizan maderas fragantes.

Hay quien, como el ave fénix, se acoge a un clásico como la canela.

La poesía persa nos cuenta, en cambio, que el simurg, ave mítica persa de gran sabiduría, se decanta por el agáloco.

El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)
El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)

(lo curioso es que las aves, en realidad, no tienen muy desarrollado el sentido del olfato, así que poco les importaría que fuese madera con olor a rosas, o a rayos…)

En el medioevo, estas preferencias perfumísticas no habrían extrañado a nadie: al fin y al cabo, las especias en general, y el agáloco en particular, nacían en el Paraíso terrenal, ¿y quién mejor para colarse dentro y obtener materiales de construcción, si no aves con poderes sobrenaturales?

Habría existido, sin embargo, un problema de ingeniería: y es que los pedazos de agáloco, que circulaban por las altas esferas de la sociedad europea, eran trozos de madera oscura que más servirían como ‘ladrillos’, que como ramas para trenzar un nido.

Una vez (¿mágicamente?) superado este obstáculo, las aves mitológicas ya podían dormir tranquilas; por suerte para ellas, sus nidos no tenían que flotar en el agua, así que no hacía falta preocuparse de que la madera de agáloco se hundiese cual piedra al echarla en un charco. De ahí, que muchos de sus nombres en lenguas orientales se refieran a él como “perfume que se hunde [en el agua]”.

Una leña de tan curiosas características despertaría la curiosidad de cualquiera—curiosidad que, al menos en parte, está destinada a permanecer insatisfecha. Pues la historia del agáloco está henchida de misterio, igual que su madera lo está de resina perfumada.

Bueno, no, miento.

agarwood (no impregnada)
Madera no impregnada de resina

Pues en condiciones normales, su madera es amarillenta, ligera, y sin apenas olor perceptible: en resumen, nada que llame la atención—ni a humanos, ni a pájaros legendarios.

Es sólo bajo determinadas circunstancias, y con la colaboración de infecciones fúngicas, que sucede un pequeño milagro de la perfumería botánica: la madera antaño pálida y liviana se impregna de oleoresinas, y va tornándose oscura, dura, densa y aromática.

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