Del agáloco: palos, águilas y aloes (1)

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Al son de: Irfan, Simurg

 

Según cuentan las leyendas, los pájaros mitológicos son muy selectos al construirse el nido: no sirve cualquier ramita anónima, sino que, acogiéndose a su sentido del olfato, sólo utilizan maderas fragantes.

Hay quien, como el ave fénix, se acoge a un clásico como la canela.

La poesía persa nos cuenta, en cambio, que el simurg, ave mítica persa de gran sabiduría, se decanta por el agáloco.

El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)
El Vuelo del Simurgh (sin nido de agáloco, pero nos lo imaginamos)

(lo curioso es que las aves, en realidad, no tienen muy desarrollado el sentido del olfato, así que poco les importaría que fuese madera con olor a rosas, o a rayos…)

En el medioevo, estas preferencias perfumísticas no habrían extrañado a nadie: al fin y al cabo, las especias en general, y el agáloco en particular, nacían en el Paraíso terrenal, ¿y quién mejor para colarse dentro y obtener materiales de construcción, si no aves con poderes sobrenaturales?

Habría existido, sin embargo, un problema de ingeniería: y es que los pedazos de agáloco, que circulaban por las altas esferas de la sociedad europea, eran trozos de madera oscura que más servirían como ‘ladrillos’, que como ramas para trenzar un nido.

Una vez (¿mágicamente?) superado este obstáculo, las aves mitológicas ya podían dormir tranquilas; por suerte para ellas, sus nidos no tenían que flotar en el agua, así que no hacía falta preocuparse de que la madera de agáloco se hundiese cual piedra al echarla en un charco. De ahí, que muchos de sus nombres en lenguas orientales se refieran a él como “perfume que se hunde [en el agua]”.

Una leña de tan curiosas características despertaría la curiosidad de cualquiera—curiosidad que, al menos en parte, está destinada a permanecer insatisfecha. Pues la historia del agáloco está henchida de misterio, igual que su madera lo está de resina perfumada.

Bueno, no, miento.

agarwood (no impregnada)
Madera no impregnada de resina

Pues en condiciones normales, su madera es amarillenta, ligera, y sin apenas olor perceptible: en resumen, nada que llame la atención—ni a humanos, ni a pájaros legendarios.

Es sólo bajo determinadas circunstancias, y con la colaboración de infecciones fúngicas, que sucede un pequeño milagro de la perfumería botánica: la madera antaño pálida y liviana se impregna de oleoresinas, y va tornándose oscura, dura, densa y aromática.

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Quien dice “orquídea”, no dice (casi) nada

[~ 6 minutos de lectura]

Al son de: Rosi Golan & William Fitzsimmons, Hazy

¿Cuántas veces nos hemos topado con alguna referencia glamurosa a las orquídeas?

Que, en general, suelen ser apelaciones a una especie de orquídea platónica indefinida, como en los champús o geles de ducha con “extracto de orquídea”, o perfumes y tratamientos cosméticos cuyo ingrediente secreto es una “orquídea”. Es el caso, por ejemplo, de la línea Orchidée Impériale de Guerlain:

(…)“tres variedades de esta planta—gold orchid, vanda teres y vanda coerulea– fueron la base sobre la que se elaboró (…)”, además del perfume, un tratamiento de peeling “ultratecnológico que promete la tersura de esta flor, el ser más evolucionado y diverso del mundo vegetal”.

orchideemilagrosa

Ay, ay, ay.

Cuánto inculto botánico hay suelto por el mundo. Bien, ataquemos estas lagunas de desconocimiento aclarando lo siguiente:

LA ORQUÍDEA NO EXISTE.

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