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Al son de: Ana Alcaide & Gotrasawala Ensemble, Aguaribay

{{This article first appeared on The Planthunter #32 and may be read in English here ||| Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #32 COMMUNITY de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí}}

Tras la muerte de mi abuelo, mi padre (y mi tía) heredaron la mayoría de sus posesiones mundanas: un armario de trajes y zapatos, una pequeña casa en el pueblo, y media docena de higueras.

Mi abuelo nunca cultivó la tierra heredada de sus antepasados; en una familia de raíces campesinas, fue el primero que pudo alzarse por encima de los afanes de la vida agrícola y licenciarse en Derecho. Animó a sus propios hijos a perseguir carreras intelectuales, así que mi padre tampoco se dedicó al campo… lo cual significa que la tierra de la familia ha sido dejada a su aire durante las últimas décadas.

Sin embargo, los árboles no parecen haber notado demasiado este “descuido”; ellos se dedican a sus cosas —sacar hoja, flor, y fruto— sin requerir ni una pizca de ayuda humana. Como si de postes vivientes se tratara, los encontraba siempre igual cada vez que mi madre me arrastraba con ella para ayudarla a recoger los frutos de las ramas bajas.

Fig branch (Ficus carica)

Nunca fui una fan de coger higos. Tanta zarza, tanto insecto —y total, tampoco me gustaban mucho esos frutos pringosos de látex blanco. Sin embargo, cada verano nos armábamos de cubos azules e íbamos a visitar los árboles de la familia —antaño de mi abuelo, hoy de mi padre, y se supone que con el tiempo, serán míos.

Cualquiera que lea el documento de propiedad de esa parcela verá que no se mencionan higueras por ninguna parte. Pese a ser el único motivo por el que visitamos esa finca cada año, las pobres no cuentan para nada; si mi familia decidiese arrancarlas y construir una casa en su lugar, a nadie se le ocurriría protestar. Poco importan su asombrosa resiliencia, o los dulces frutos que nos recuerdan nuestras raíces agrícolas.

Y es que es algo bien sabido por todos:

los árboles no son una propiedad; la tierra en la que crecen, sí.

Siempre había supuesto que esta era una verdad universal… hasta que un buen día descubrí que estaba equivocada.

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Nunca he estado en Indonesia. Es una geografía desconocida que asocio a plantaciones de palma de aceite, una desastrosa gestión forestal, y un complejo pasado colonial bajo dominio neerlandés.

Tampoco he probado nunca un durián. Algo me habían contado sobre ellos —cómo no conocerlos al menos de oídas, siendo su olor al madurar tan famosamente, ehm, intenso, que puede rozar lo desagradable (lo que explicaría su prohibición en varias líneas aéreas… y hoteles; y metros; y…).

Durians in Indonesia
Durián, nuestro fruto estrella. (Ah. La estrellita en el mapa marca el punto aproximado donde viven los pueblos sobre los que leí…)

Sin embargo, empezó a picarme la curiosidad tras leer un artículo sobre árboles de durián, lazos familiares, y derechos de propiedad en pueblos indonesios (… sí, soy consciente de tener gustos raros), donde descubrí que para aquellas comunidades, la tierra no tiene mucha importancia.

Lo importante son los árboles, y sus frutos.

De haber nacido en aquella sociedad (y haber tenido herman*s), me habría tocado ser co-heredera de mis fiables higueras; los únicos árboles sobre los que podría reclamar derechos exclusivos serían aquellos que hubiese plantado yo misma. Estos los dejaría a mis hijos, y ellos a su vez harían lo propio con su descendencia, y así todos y cada uno de mis hipotéticos nietos tendrían los mismos derechos sobre los árboles que yo planté.

Y todo esto, sin una sola referencia a la tierra en la que crecen.

Al parecer, los árboles de durián son fantásticamente longevos; pueden fructificar a lo largo de cinco, o hasta siete generaciones. Eso significa, claro está, que a medida que pasa el tiempo, la cantidad de gente que ha heredado algún derecho sobre un árbol es cada vez mayor. Los árboles reciben nombres que a menudo hacen referencia a quien lo plantó, o a alguna característica particular de la fruta, o incluso algún evento especial en la comunidad relacionado con el árbol.

Así, la historia social del pueblo se entreteje en los árboles de durián y, a través de ellos, enraíza en el paisaje.

Este era un concepto arbori-social totalmente nuevo para mí, que no puedo comparar con ninguna de mis experiencias o conocimientos pasados.

Sí, sabía de árboles que de algún modo habían actuado como símbolos de comunidades enteras (p. ej. el olivo de los atenienses), o bien servían como lugares de encuentro donde tomar decisiones que afectasen a la comunidad. Quizás mejor que cualquier otra forma de vida vegetal, los árboles longevos son poderosos recordatorios de nuestro pasado en relación con la tierra.

Pero los árboles de durián no sólo son testigos de la historia del pueblo, o de la sociedad entera: son los enlaces vivientes y heredables que mantienen vivo el sentimiento de pertenencia a la familia, uniendo a sus miembros a lo largo de generaciones.

Estos sí que eran, me dije a mí misma, árboles familiares de verdad.

Quizás, incluso… ¿los primeros árboles familiares?

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Si buscas el significado de árbol genealógico, no hallarás rastro de hojas o savia en su definición. Es un cuadro descriptivo, te informará el diccionario, de los parentescos de una familia, “dispuestos gráficamente en forma de árbol”.

Los árboles tienen una distinguida carrera en la arena metafórica —y cuando se trata de pensar en relaciones familiares, son los campeones absolutos. Incluso en biología, pese a la tendencia actual hacia diagramas abstractos de líneas rectas, hace un siglo aún dibujábamos árboles reales para representar visualmente cómo están conectados los seres vivos entre sí. El árbol genealógico por excelencia, de hecho.

Siempre había pensado que esta era una metáfora maravillosa basada en… ehm, ¿evidentes parecidos entre diagramas familiares y árboles?

Pero entonces llegó otro artículo que me desbarató los esquemas, otra vez.

(Sí, me doy cuenta de que se está convirtiendo en un mal hábito —o, mejor dicho, en un buen hábito. El mejor de ellos.)

¿Y si, decía el artículo, los árboles genealógicos al principio fueron árboles de verdad?

¿Y si, en nuestros días como cazadores-recolectores nómadas, empezamos a relacionarnos con los árboles frutales a nuestro alrededor de forma distinta?

¿Y si los árboles fueron la primera propiedad histórica con raíces? Algo que no podíamos llevarnos a cuestas, que estaba ligado a la tierra y que podía requerir una inversión de trabajo para convertirlo en (o mantenerlo) productivo… trabajo que creaba una relación entre la persona y el árbol: como yo me he currado que este árbol produzca, adquiero el derecho a (toda?) su fruta.

Mediterranean Olive trees
Olivos (Olea europaea), uno de los árboles «frutales» de cultivo más antiguo en el Mediterraneo.

Bien; supongamos que te has ocupado de un árbol, y se ha convertido en tuyo. Enhorabuena.  Pero… la vida de un árbol es, por definición, mucho más larga que la de una persona; así que, una vez que te has convertido en el/la orgullos* propietari* de un árbol frutal a través del sudor de tu frente, ¿qué le pasará después de tu muerte?

Se me ocurren tres posibilidades:

1) La comunidad deja de ocuparse de él, lo abandona, o lo tala (algo bastante estúpido, me parece a mí);

2) Se convierte en “propiedad” de la comunidad entera, o

3) Tus hijos se convierten en los nuevos propietarios, con lo cual heredarán literalmente los frutos de tu trabajo (pues sí: ¡como pasa con los durianes!).

Si permanecen en producción durante muchas generaciones y son heredados a través de líneas familiares, ahí tenemos cómo árboles reales pueden terminar ligando a los distintos miembros de un árbol familiar.

… ¿nadie ve una conexión?

Es tentador sacar de ahí la conclusión de que la propiedad de los árboles está en la raíz de la metáfora del árbol genealógico, y que ambas cosas están ligadas a la transición de caza-recolección nómada, a agricultura sedentaria.

Sin embargo, no he hallado ningún estudio transcultural que intente confirmarlo; y, aunque puedo verlo plausible para la arboricultura tropical, no estoy tan segura de si sucedería lo mismo en lugares más áridos, como el Mediterráneo donde viven las higueras de mi familia.

Con todo, me resulta sugerente que diez años atrás, investigadores trabajando en el Valle del Jordán hallasen restos de higueras domesticadas en un pueblo neolítico. Nada sorprendente en sí mismo, si no fuese por el hecho de que los restos son unos mil años anteriores a los primeros restos de domesticación de cereales.

Fig-trees (Ficus carica, Moraceae)

Ello podría significar que las higueras fueron las primeras plantas domesticadas en Oriente próximo… ¿plantando, quizás, las semillas metafóricas que nos enseñaron a pensar la familia en términos arbóreos?

Quizás nunca lo sepamos, pero me parece una posibilidad fascinante por explorar.

anecdotariobutton-ES

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Referencias

El artículo que lo empezó todo fue el de Russell, C. 1979. The Tree as a Kinship Symbol. Folklore 90 (2): 217-233.

Donde más aprendí sobre durianes y herencias en Indonesia fue leyendo Lee Peluso, N. 1996. Fruit Trees and Family Trees in an Anthropogenic Forest: Ethics of Access, Property Zones, and Environmental Change in Indonesia. Comparative Studies in Society and History 38 (3): 510-548.

El carrerón metafórico del árbol en diagramas genealógicos se explora un poco en Bouquet, M. 1996. Family Trees and Their Affinities: The Visual Imperative of the Genealogical Diagram. The Journal of the Royal Anthropological Institute 2 (1): 43-66.

La referencia a los hallazgos de higos domesticados en Oriente Próximo está en Kislev, M. E.; Hartmann, A. and Bar-Yosef, O. 2006. Early Domesticated Fig in the Jordan Valley. Science 312: 1372-1374.

Ilustraciones

Todas las fotos son de una servidora. La ilustración del durián junto al mapa está sacada del libro ilustrado por Berthe Hoola van Nooten, Fleurs, fruits et feuillages choisis de l’ille de Java: peints d’après nature (Brussels, 1880), libremente disponible vía Biodiversity Heritage Library.

2 comentarios en “De raíces, árboles & familias

  1. Me ha encantado todo lo que explicas, pero especialmente lo de la herencia en Indonesia. Es una manera muy diferente de ver la vida, tanto que nunca se me habría ocurrido. Si ya decía yo, que a través de las plantas puedes conocer muchísimas cosas.
    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Hola Carla, y muchas gracias! ¿Verdad que es sorprendente como forma de ver el mundo?

      Otra cosa que descubrí leyendo sobre árboles de durián por aquellos lares, y que no tuve oportunidad de meter en el artículo pero que me pareció precioso, fue la experiencia de una comunidad indígena (te tendría que buscar el país exacto… en la península malaya, si mal no recuerdo) que, además, «cantan» el paisaje, lo recuerdan y transmiten a través de canciones.
      No encajaba con los árboles familiares, claro, pero me parece un concepto maravilloso…

      Un abrazo para ti y disfruta de los últimos higos del verano (si te gustan, claro; yo ya les que cogido cariño… será la edad, que ha hecho que me vuelva más sabia, jeje) ;)

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