Los límites de la arbol-empatía

[~ 11 minutos de lectura]

Al son de: Secret Garden, Fields of Fortune

{Basado en el original en inglés Humanising trees: how much is too much? publicado en 2016, aquí}

Somos pastores de árboles, nosotros los viejos ents. (…) Algunos de los nuestros son ahora exactamente como árboles y se necesita mucho para despertarlos y hablan sólo en susurros. Pero otros son de miembros flexibles y muchos pueden hablarme. Fueron los elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendiendo el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos elfos.

J. R. R. Tolkien, Las Dos Torres

No me consta que existan ents en Nueva Zelanda. Sin embargo, sí existe un árbol impregnado de pensamiento mítico maorí, llamado Tāne Mahuta. El árbol en cuestión es un kauri (Agathis australis); el Tāne Mahuta del mito era hijo de los dioses de la tierra y del cielo, y el único que consiguió romper el abrazo asfixiante entre sus padres, separándolos por la fuerza y abriendo así el espacio necesario para que el mundo pudiese aparecer. Considerado el señor del bosque y creador de la humanidad, suele ser representado como un hombre alto que actúa como puente (y, de hecho, sustento físico) entre la bóveda celeste y la tierra, con los pies firmemente plantados en el suelo (o enraizados en el cielo).

¿Es correcto humanizar a los árboles?

Últimamente he estado pensando mucho en árboles. Todo empezó por culpa de un libro que, paradójicamente, aún no he leído: el volumen de Peter Wohlleben La vida secreta de los árboles.

Quizás te parezca que un libro escrito por un guarda forestal alemán y enmarcado en la sección Ciencia, poco tenga que ver con ents, árboles parlantes o deidades maoríes— y hasta hace relativamente poco, te habría dado la razón. Pero entonces leí una reseña en el New York Times, y cambié de opinión.

Además de hablar de los argumentos tratados en el libro, el artículo mencionaba que algunos biólogos están, digamos, preocupados por las palabras que Wohlleben emplea, pues humaniza a los árboles abiertamente —y lo hace a conciencia, empleando un lenguaje muy antropomórfico para que quien lo lea se imagine qué siente un árbol.

En aquellos párrafos de la reseña vislumbré dos visiones opuestas, que podría caricaturizar como «la perspectiva de los científicos estirados con su jerga incomprensible y su insistente precisión lingüística que roza lo tiquismiquis», versus «la del guarda forestal curtido y apasionado que cuenta cómo los árboles gritan interiormente cuando se les rompe la corteza, o que hablan entre ellos (porque “así es más fácil que l*s lector*s empaticen con las plantas”)».

El choque entre estas dos visiones va mucho más allá del libro de Wohlleben, y podría resumirse en una única pregunta:

¿debemos, o no debemos humanizar a los árboles?

Pero antes de abordarla, deja que subraye un pequeño detalle que me parece bastante revelador: todo va sobre árboles. Ni arbustos, ni hierbas, ni vegetales acuáticos, ni otras formas de vida clorofílica que no sean árboles.Campo de gramíneas

¿Por qué? Personalmente, estoy bastante convencida de que es porque los árboles son las formas vegetales que podemos “humanizar” con mayor facilidad.

Humanizar la realidad está en nuestro ADN… pero no es científicamente correcto

Nos encanta pensar en los entes que conforman la realidad como si fuesen humanos, ya sean estrellas, árboles, bichos o coches. En nuestra defensa, diré que no es del todo culpa nuestra… es que nuestra mente está hecha así. Venimos con un único “sistema operativo” incorporado, y es humano, sin alternativas ni posibilidad de escape; no podemos instalar el sistema operativo de una lombriz en nuestro cerebro* y sentir qué significa ser un gusanillo de tierra.

*… algo más bien complicado, dado que las lombrices no tienen cerebro centralizado (sino un sistema nervioso en escalera).

Estamos condenados a ser y a experimentar el mundo únicamente como humanos, igual que una medusa tiene que conformarse con su modalidad de sentir y existir en el mundo.

Las plantas presentan una complicación extra, algo que resulta evidente cuando echas un vistazo a las relaciones de parentesco evolutivo entre el reino vegetal y nosotros:

Árbol de la vida indicando posiciones de plantas y vertebrados

Teniendo en cuenta que nuestro último ancestro común fue un organismo unicelular y vivió en tiempos en los que todas las formas de vida aún nadaban tan felices en el caldico oceánico… qué te voy a contar: que igual de bien puedes intentar empatizar con una ameba.

Y que, por mucho que nos encante hablar tanto a animales como a plantas, a diferencia de lo que pasa en la Tierra Media de Tolkien, nuestros árboles no son humanoides adormilados con un sentido del tiempo lentísimo y un par de extravagancias fotosintéticas.

Las plantas son como seres de otro planeta; es imposible concebir su existencia empleando categorías humanas.

Probando la arbol-empatía
«… ehm, pues… va a ser que no funciona.»

La distancia evolutiva que nos separa del reino vegetal implica que somos biológicamente incapaces de imaginar o entender qué siente un árbol, y que siempre lo seremos. Y hablar de ellos en términos humanos no va a cambiar nada.

(De hecho, me parece bastante cómico que admitamos abiertamente lo difícil que es empatizar con miembros del sexo opuesto de nuestra misma especie, pero en cambio nos creamos capaces de imaginar qué siente un abedul.)

Ser incapaces de sentir como las plantas no implica, por supuesto, que no podamos describir o entender los mecanismos que emplean para vivir: cómo se comunican, se alimentan, crecen, se defienden de sus depredadores… Podemos aprender mucho sobre cómo viven los árboles, aun sin tener la más remota idea de lo que es ser un árbol.

Para mí, la clave está en ser conscientes de los límites de nuestra empatía emocional y sensorial, y por ello creo que los textos científicos deberían evitar humanizar a los árboles: porque no respeta la modalidad propia que tiene un árbol de estar vivo.

Por qué la ciencia abandonó las metáforas entre animales y vegetales

Ahora quizás estés pensando: … ¿pero no es un poco radical como sentencia? Si humanizar a los árboles consigue que empaticemos con ellos y lleguemos a quererlos, ¿no es un éxito? ¿No son l*s científic*s una panda de exagerad*s, y todo esto un caso de mucho ruido y pocas nueces?

A lo que contestaría: quizás en parte, sí. La ciencia se ha vuelto alérgica a ciertas analogías y metáforas, y a veces tal vez exagere al rechazarlas de pleno.

¿Por qué ha pasado esto? Pues sospecho que, al menos en parte, se deba a la forma en que clasificamos a los seres vivos desde tiempos de Aristóteles: la scala naturae, la gran cadena del ser donde las rocas se situaban en el escalón más bajo, luego las plantas, luego los animales, luego los humanos (… y luego los ángeles y Dios). Este esquema lineal que consideraba un único modelo para la escalera entera (los organismos únicamente se volvían “más vivos” al subir escalones) incitaba a establecer analogías, p. ej. entre la savia vegetal y la sangre animal, e incluso a suponer que los vegetales escondían una especie de corazón camuflado entre sus hojas.

Esta sale directa de un libro del s. XVIII, Theologia Rationalis Ad Hominem, & ex Homine…, libremente accesible vía GoogleBooks.

Nada de aquello era cierto, claro. Y cuantas más diferencias descubríamos entre animales y plantas, los filósofos naturales y luego l*s científic*s se volvieron más y más recelos*s respecto a las analogías entre estos grupos de seres vivos.

La idea imperante considera(ba) que aplicar categorías animales a procesos vegetales es hacer un flaco favor a ambos reinos, que debemos entender según sus propios parámetros.

(Curiosamente, este es un motivo por el que el campo de la neurobiología vegetal ha sido tan duramente criticado por miembros de la comunidad científica: porque consideran que su nombre insinúa, de algún modo, una falacia—a saber, la existencia en las plantas de neuronas, cerebros y un sistema nervioso parecido al animal. Sólo ahora está penetrando en los círculos científicos y extra-científicos la idea de que las plantas son seres increíblemente sofisticados y, , inteligentes también, si por inteligentes entendemos ‘altamente capaces de resolver problemas’, por mucho que carezcan de sistema nervioso animal. Al final, todo se reduce a un problema de terminología: cómo definimos la inteligencia, el aprendizaje, la memoria, etc.).

Resumiendo mucho: la ciencia llegó a la conclusión de que no podían existir analogías válidas entre plantas y animales, y por ello las eliminaron del discurso científico vegetófilo.

Por qué las metáforas son útiles… y a veces peligrosas

Sin embargo, nos olvidamos de un detalle de enorme importancia—y es que aprendemos a través de analogías y metáforas. Éstas son algunas de las herramientas más básicas y poderosas de que disponemos para dar sentido y comprender el mundo a nuestro alrededor.

Nunca subestimes el poder de una buena analogía.

Nos ayudan a comprender lo desconocido comparándolo con procesos familiares que sí entendemos. Y si nuestros cerebros están especialmente dotados para tal actividad, ¿no resulta absurdo negarse a emplear una habilidad tan útil incluida en nuestra caja de herramientas cognitivas?

tall-warriors

Algun*s científic*s, sin embargo, avisan de que existe un proceso algo peligroso que merodea en nuestras tendencias metafóricas. Barber&Barber lo definen como el Principio de Realidad Metafórica, en el que “la distinción entre la representación y el referente—y entre la apariencia y la realidad— tiende a desdibujarse».

Oséase: que podemos terminar confundiendo los términos que estamos comparando/ yuxtaponiendo. Un día los árboles son altos y rectos como los valientes guerreros del pueblo, y al cabo de siete generaciones se han convertido en los altos guerreros del pueblo, y ya nadie está del todo seguro si es sólo un modo de hablar, o si realmente los guerreros se volvieron árboles siglos atrás.

Esto, claro está, no supone problema alguno para los mitos, la imaginación, la poesía. Pero aquí estamos hablando de ciencia. Y la ciencia no huye de las metáforas exactamente, pero las tantea con mucho cuidado—sobre todo, aquellas antropomórficas y su lento (o rápido) deslizarse hacia la realidad metafórica. Y con razón.

La metáfora se convierte en un proceso ambiguo apostado en el confín que divide la confusión de la claridad… y la claridad de la confusión. A veces ayuda a iluminar la verdadera naturaleza de las cosas, pero otras veces embarra y oscurece la realidad.

Establecer ciertas analogías entre seres humanos y árboles, aplicarles categorías humanas… no es real. No describe y no encapsula lo que el árbol está sintiendo o experimentando.

Cierto, puede ayudarnos a “empatizar” con el árbol; conectamos mucho más deprisa con expresiones como “los árboles hablan(en lugar de “los árboles se comunican”, términos más correctos a nivel científico). Y analogías que apelan a la ternura, como “los árboles amamantan a sus hijos”, nos tocan la fibra sensible y hasta pueden despertar en nosotros el cariño desenfrenado del verdólatra*.

*Término que acabo de inventarme, y que describiría a individuos que idolatran sin criterio todo lo que suene a clorofílico y green.

Claro que creo que sentir afecto por las plantas es algo maravilloso y hermoso, y que animar y nutrir sentimientos de ese tipo es una labor encomiable. También estoy muy interesada en el tema de los derechos vegetales, un asunto fascinante— y, muy probablemente, un paso que deberemos dar en un futuro no muy lejano.

Pero.

La última marcha de los ents
Sí. Una parte de mí querría que los ents pudiesen atacar los Isengard del mundo con toda la caball-digoo, arbol-ería. Pero las cosas no funcionan así…

No veo cómo pensar en los árboles igual que si viviésemos en la Tierra Media de Tolkien, y fuesen seres humanos disfrazados que sienten del mismo modo en que sentimos nosotros, va a ayudar a nadie. ¿Es realmente útil o beneficioso que haya quien piense que las plantas sienten el dolor igual que los animales?

(… la respuesta, por cierto, es que no, no sienten el dolor como nosotros—lo cual es lógico, si lo piensas bien. ¿Qué sentido evolutivo tendría para las plantas, al fin y al cabo? Para ellas, sufrir ataques —hojas mordisqueadas o pisoteadas, ramas arrancadas, raíces roídas…— es el pan nuestro de cada día: han evolucionado para sobrevivir a (en ocasiones, incluso para sacar provecho de) este tipo de agresiones constantes, y yo no creo que existan plantas masoquistas. El dolor así como nosotros lo conocemos es para individuos cuya existencia se ve seriamente amenazada por las heridas. Pero las plantas no son individuos: ¡su existencia es más parecida a la de una colonia de clones!* Más abajo explico un poco qué sabemos del dolor y los vegetales a día de hoy…).

*… con lo que uno podría referirse a problemas con plantas invasoras especialmente ‘agresivas’ como “El ataque de los clones” xD

Caer presa de tales ilusiones es un peligro real, especialmente agudo cuando las metáforas se emplean en textos considerados científicos. Personas arboloides y árboles humanoides viven en los aledaños del mito, de la literatura, de la poesía, pero no tienen un lugar en la ciencia, a menos que avises claramente que es una metáfora, y no una descripción precisa de la experiencia de un vegetal.

Si el precio de una “arbol-empatía” facilona implica ignorar la modalidad real que un árbol tiene de ser árbol, ¿acaso no estamos basando nuestro cariño en mentiras?

¿No estaremos auto-engañándonos al creernos capaces de empatizar con los árboles, cuando son precisamente los árboles quienes demuestran la imposibilidad total de que exista verdadera empatía entre humanos y plantas?

Repito: no he leído el libro del Sr. Wohlleben aún, así que no voy a opinar sobre él, ni sobre si sus metáforas enfilan el caminito que lleva a los Mundos Imaginarios de la Arbol-empatía, o si las construye con un estilo más preciso y cuidadoso. Al fin y al cabo, yo soy la primera que emplea montones de metáforas con un estilo más poético que científico (p. ej. la resina de olíbano como sangre de árbol)… pero me esfuerzo para evitar usarlas de forma que induzcan a pensar que los árboles son como las personas, porque no lo son.

Y, al menos hasta que conozca a un ent (o a un árbol parlante discípulo de los elfos), ya sea en Nueva Zelanda o en otra parte, intentaré no describir la existencia de un árbol como una versión más verde, silenciosa y lenta de la experiencia humana.

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Una nota sobre el dolor y el reino vegetal

El dolor tal y como lo conocemos los animales está relacionado con una serie de células nerviosas que llamamos nociceptores; hay varios tipos de nociceptores (térmicos, mecánicos, químicos…), y cada uno de ellos responde a tipologías distintas de estímulos.

Las plantas no tienen células nerviosas (recordemos que su inteligencia no está ligada a un sistema nervioso), y por ello no tienen nociceptores. Eso no significa que no tengan sentidos (pues los tienen, y muchos por cierto), pero han desarrollado sus propios tipos de células sensoriales y señalización. Por supuesto, no tenemos la menor idea de cómo un organismo sin cerebro experimenta “en primera persona” aquello que está sintiendo. Y no tenemos la menor prueba de que la “experiencia subjetiva sensorial” de una planta ante algo que un animal sentiría como dolor, sea sentido de la misma forma.

El hecho de que sean, sin lugar a dudas, seres sintientes, y capaces de percibir su entorno (incluso de ser “anestesiados”!), sin duda va totalmente en contra de considerarlos como cosas verdes inertes que podemos maltratar sin escrúpulos. Pero eso no se traduce automáticamente en que tengamos que tratarlas al igual que haríamos con un animal.

No he encontrado mucha cosa sobre “dolor vegetófilo” en las publicaciones científicas. El artículo más completo y reciente que he localizado sobre el tema puede consultarse libremente en línea, así que, si entiendes inglés y te interesa la cuestión, puedes echarle un vistazo:

Grémiaux, A.; Yokawa, K.; Mancuso, S. y Baluška, F. Plant anesthesia supports similarities between animals and plants: Claude Bernard’s forgotten studies. Plant Signal Behav. 2014; 9: e27886.

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Referencias&Recursos

Una breve reseña del libro de Wohlleben, junto con más información sobre las «redes sociales de los árboles«, puede leerse en el blog Los Árboles Invisibles.

La cita de Tolkien está sacada del capítulo Bárbol; para referencias sobre Tāne Mahuta, puedes echar un vistazo a la versión digitalizada de The Coming of the Maori (1949); una representación visual de esta divinidad con los pies enraizados en el cielo puede verse aquí.

El hecho de que los árboles gocen de una consideración especial entre todos los integrantes del reino vegetal puede comprobarse de muchas formas. Si hablamos de mitos y religiones, un buen ejemplo puede ser el capítulo que Mircea Eliade dedica a las plantas en su Tratado de la Historia de las Religiones (vol. 2), donde habla sobre todo (si bien no exclusivamente) de árboles: árboles sagrados, árboles cósmicos, árboles micro-cósmicos, árboles invertidos, árboles del conocimiento, matrimonios entre árboles, etc. Un texto totalmente distinto que analiza las relaciones cambiantes entre los humanos y el mundo natural, y que dedica un capítulo entero a los árboles, separados del resto de plantas (y más fácilmente «humanizables» en nuestra imaginación» es el libro de Keith Thomas, Man and the Natural World: Changing Attitudes in England 1500-1800 (Penguin Books, 1984).

Sobre la importancia de las analogías/metáforas, voy a citar (traduciendo a mi manera) unos cuantos fragmentos del libro de Gregory Feist, The Psychology of Science and the Origins of the Scientific Mind (Yale University Press, 2006):

«La analogía es una de las formas más comunes mediante las cuales el cerebro asigna significados a las experiencias sensoriales. De hecho, en la historia de la ciencia cognitiva los conceptos de analogía y metáfora han sido uno de los principales mecanismos para responder a la (…) pregunta sobre cómo es posible crear nuevos conocimientos. (…)»

«La metáfora está íntimamente ligada a la analogía dado que también implica la aplicación de similitud entre una realidad previamente conocida y una realidad nueva; en este sentido, muchas metáforas son analogías. La esencia de la metáfora es una comparación «como si»—voy a pensar en X como si fuese Y. Hay quien sostiene, de hecho, que el concepto de metáfora es el más amplio de los dos (…). Al aplicar una frase o idea a otra distinta, que no es literalmente idéntica, convertimos una vez más lo desconocido en conocido. (…)»

«Steven Mithen (…) sugiere que la metáfora es una cualidad esencial y única de la mente humana moderna, y que resulta más y más frecuente a medida que la complejidad cognitiva aumenta.»

(cursivas y negritas son mías)

También puedes ir a escuchar la charla TED de James Geary, Metaphorically speaking («Hablando metafóricamente»).

El Principio de la Realidad Metafórica se presenta en Wayland Barber, E. and Barber, P. T. When They Severed Earth From Sky: How the Human Mind Shapes Myth (Princeton University Press, 2006), un libro que establece paralelismos entre nuestra mente lingüística, y nuestras tendencias mitopoéticas (es decir, creadoras de mitos).

Sobre analogías en las ciencias botánicas&vegetófilas, y la scala naturae, se me ocurren dos fuentes: el libro de Susannah Gibson, Animal, Vegetable, Mineral? How eighteenth century science disrupted the natural order (OUP, 2015) que ya reseñé el año pasado aquí ; y un artículo de M. Barker (2002), Putting Thought in Accordance with Things: The Demise of Animal-Based Analogies for Plant Functions. Science & Education 11: 293–304.

Sobre la imposibilidad de que exista empatía entre humanos y plantas, véase Michael Marder (2012). The Life of Plants and the Limits of Empathy. Dialogue, 51, pp 259-273 doi:10.1017/S0012217312000431 (libremente accesible en la web del autor). Por cierto, trabaja en la Universidad del País Vasco, y también tiene artículos sobre los derechos de las plantas («Should Plants Have RightsThe Philosopher’s Magazine, 62, 2013, pp. 46-50).

Es cierto que no he definido qué entiendo por empatía en este caso, un concepto que puede amalgamar fenómenos muy distintos (como bien explica p. ej. Stephen Pinker en su obra The Better Angels of Our Nature). Como definición pantuflera de andar por casa, aquí entiendo empatía como «la capacidad de ponerse en el lugar del otro ser, adoptando su propio marco de referencia experiencial y subjetivo».

Sobre la inteligencia vegetal y la descripción de las plantas como «extraterrestres», no hace falta decir que los libros de Stefano Mancuso son una gran inspiración. En castellano está traducido su primer libro, Sensibilidad e Inteligencia en el Mundo Vegetal (Galaxia Gutenberg, 2015), así como su diálogo con Carlo Petrini sobre la biodiversidad, Biodiversos (reseñado aquí y aquí por una servidora).

Ilustraciones

La imagen del árbol de la vida (que he adaptado para mis propósitos, claro) está sacada de la web Tree of Life Web Project.

La imagen de la scala naturae sale de un libro publicado en 1703 por un tal «A. R. P. Juvenalem Annaniensem», Theologia Rationalis Ad Hominem, & ex Homine (…). Está libremente accesible en GoogleBooks.

La imagen de los ents marchando sobre Isengard es, cómo no, un fotograma de la peli Las Dos Torres, inspirada en la obra de Tolkien El Señor de los Anillos.

Todas las otras imágenes son de una servidora; si quieres usarlas, basta que me mandes un correo : )

6 comentarios en “¿Hasta qué punto debemos humanizar a los árboles?

  1. ¡Buenas!
    Primero, quiero decirte que me encanta tu blog, que te sigo desde hace un tiempo y todavía no había tenido oportunidad de decírtelo.
    Segundo: ¡yo me estoy leyendo ese libro!
    Sí, es verdad que usa términos con rasgos antropológicos, pero a mi parecer se puede entender que separa lo objetivo de lo subjetivo. No sé si tendrá que ver que mi formación me permite discernir qué es una cosa y qué es la otra, pero esa es mi opinión.
    Y también creo eso: que hay que encontrar el término medio entre lo rigurosamente científico y lo metfórico.
    Un saludo.

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    1. ¡Muy buenas!
      (oye, ¿prefieres Clara, o Berenjena? Ya sé que la pregunta suena a cachondeo, pero lo pregunto con toda seriedad. Los alter-egos me los tomo muy en serio).
      Gracias por partida doble :D por leer y apreciar, y por darme la opinión de primera mano como lectora del libro de Wohlleben! A mí se me acumulan los libros más deprisa de lo que logro leerlos, y voy con retraso literario crónico. ¿Lo estás disfrutando?
      Personalmente yo soy muy fan de las metáforas bien empleadas…
      Un saludo y feliz viernes ;)

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