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Al son de: Above & Beyond, Miracle

La primera vez que los vi, me enamoré.

(Además, se ve que me enamoro ruidosamente: creo que escucharon mis chillidos emocionados desde la entrada del jardín botánico).

Lotos. En flor.

Preciosos, magníficos lotos. Que han inspirado la cerámica más mala que he hecho en mi vida (pero, para compensar, también un apoya-bolsitas de té que tiene su encanto…).

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Por los que duden, este es el apoya-bolsitas con encanto. El otro, mejor dejarlo estar…

Fue hace seis años, y no he logrado volver a verlos en flor… aún. Este año espero repetir. Y, aunque estoy segura de que había leído sobre ellos, no recuerdo absolutamente nada de lo que sabía sobre lotos antes del día en que los vi. Es como si el momento cero de mi historia lotofílica, el instante en que el cronómetro le puso fecha de inicio a este enamoramiento vegetófilo, fuese aquel segundo en que atisbé el estanque de lotos en flor.

(Ya puede intuirse que, de todas las plantas que menciono en La Invención del Reino Vegetal, puede que esta sea una de mis preferidas…)

Los he buscado por viveros, pero no hay manera. Sólo tienen a sus lejanísimos parientes los nenúfares, esos que pintaba Claude Monet en su jardín de Giverny:

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Pero yo busco lotos de verdad de la buena, Nelumbo nucifera Gaertn., que son tan parecidos a los nenúfares (Nymphaea, Victoria, Nuphar…), como las ballenas a los lenguados.

Entonces, ¿por qué se han llamado lotos (p. ej. loto egipcio) a las Nymphaea & Cía?

El problema, como de costumbre, es nuestra tendencia a dar nombres similares a cosas que, a nuestro juicio de botánicos de andar por casa, se parecen.

¿Es acuático? ¿Hojas redondeadas? ¿Flor vistosa con muchos pétalos?

Pues ale, al mismo saco léxico… y eso, pese a que cualquiera que las vea juntas, será inmediatamente capaz de detectar las claras diferencias entre ambas plantas.

¿Que qué diferencias son esas?

Veamos.

Para empezar, los nenúfares son ninfas tímidas; por muy grandes que se hagan (como p. ej. la imponente Victoria amazonica), permanecerán muy cerquita del agua.

En un estanque ninfeo, lo que en invierno podía ser superficie líquida, al llegar la primavera se convierte en una obra puntillista de pseudo-topos verdes y sólidos, con la espalda en remojo y la panza al aire.

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Pseudo-topos muy grandes, eso sí. Y “pseudo”, porque suelen tener una hendidura, como si fuesen un queso (muy, muy enmohecido) al que alguien ha cortado una fina fracción de clorofila remojada.

Los lotos, en cambio… ah, ellos no.

Aunque podría pensarse que hay parecidos al ver aparecer sus primeras hojas en primavera, se percibe de inmediato una diferencia notable: las hojas nelumbíferas son círculos (casi) perfectos. El ombligo central, más pálido que el resto, delata el punto de enganche del tallo-pecíolo que, cual cordón umbilical hueco, conecta la oronda lámina foliar con el rizoma que chapotea en el fangoso fondo del estanque.

Hojas jóvenes de loto (Nelumbo nucifera)
Círculos perfectos… bueno, o casi-perfectos.

Entonces empiezan a emerger más hojas, con sus dos mitades semicirculares bien enrolladas, y se terminaron los parecidos.

Porque los lotos forman bosques… o lo más parecido a un bosque que puede formar una planta anfibia. Y sí, insisto: digo bosque, porque dan sombra. Con hojas de hasta 80 cm de diámetro, cómo no hacerlo, si son más grandes que algunos paraguas que tenía yo de niña…

Allá donde los nenúfares se quedan ahí, obedientes y pegadizos al agua, los lotos rompen la horizontal líquida y suben, suben, se encaraman por el aire con sus grandes hojas redondas, que se tambalean como platos encima del palo de un equilibrista quieto.

Hojas de loto (Nelumbo nucifera)

Platos hondos, eso sí; abombados, como si fuesen embudos de pendiente suave y bordes ondulados (un toque coquetón encantador).

Vistas desde arriba, parecen círculos verdes dibujados por alguien con pulso un poco vacilante. Vistas de lado, un cuenco de anchos rebordes.

Con venas que fluyen como rayos de sol desde su omphalos, ese ombligo pálido central, discurriendo en todas direcciones, bifurcándose en dos, luego cuatro, a medida que se acercan peligrosamente a los bordes del pequeño mundo plano contenido en cada hoja.

Y entre estos parasoles y el agua de la que salieron, puede haber hasta 2 metros de distancia. Si pudiésemos caminar sobre las aguas, los bosques nelumbíferos más altos nos cubrirían por completo (a no ser que juegues en la NBA; entonces, es posible que asomase un cachito de pescuezo).

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(… buena sombra le cobija!)

Si uno corta una hoja de loto, y agujerea con cuidado el ombligo central, se abre el conducto secreto que permite proezas como arrimarse el pecíolo a la boca abierta, echar un chorrito de agua en el centro de la hoja, y esperar a que el líquido resbale por el tubo vegetal hasta refrescarnos el paladar: el análogo vegetal a una pajita (¿o pajota?), con un embudo pegado arriba.

Además, no sólo tiene que ser tremendamente divertido: según cuentan algunos en Japón, llenar una hoja madura de vino y sorberlo por el tallo (cortado a una longitud de unos 30-45 cm) permite absorber ‘jugos vitales’ nelumbíferos, ¡“vivificantes”! Rumores parecidos suenan en China, y en la antigua India. Si alguien se anima, ya me contará a ver qué tal sienta.

Quienquiera que se asome a esta “copa” mientras vierte el líquido dentro, observará un hecho curioso, que diferencia claramente a las hojas ninfeas de las nelumbíferas:

el agua no moja la hoja.

El chorro líquido va en volandas, se descompone en gotas como perlas saltarinas encima de la lámina foliar; cada una, una esfera perfecta.

The Lotus effect (Efecto Loto, debido a la superhidrofobicidad)

Allá donde el impacto de la lluvia sobre hojas de nenúfar deja a las gotas chafadas, y a las láminas empapadas, todo es distinto con el loto, incólume y seco bajo la más torrencial de las tormentas. Las gotas de agua permanecen enteras, rodando por encima de la superficie hasta que se evaporan o resbalan, como canicas transparentes, de vuelta al estanque.

La ciencia lo llama superhidrofobicidad.

Suena poco poético (pero creo que a los micro&nanotecnólogos les toca un pié lo poco eufónico que sea el término, ay). Sin embargo, también se conoce a este fenómeno por otro nombre, con el que quizás ya te hayas tropezado antes:

el Efecto Loto*.

*Así llamado porque N. nucifera es la planta más paradigmática, de mayor peso poético, con esta característica (porque no sé tú, pero a mí «Efecto Col» no me suena igual de bien, ejem).

El secreto del efecto es doble, y sólo puede descifrarse arrimando el ojo a un microscopio (con muchos, muchos aumentos…) y observando la estructura de las hojas nelumbíferas:

Por un lado, están cubiertas por una capa de ceras —y las ceras, ya se sabe, son enemigas acérrimas del agua—.

Pero si echamos un vistazo a lo que se esconde bajo esta alfombra encerada, vemos que la misma microestructura de la hoja es curiosa: es verrugosa. El tamaño y densidad de estas protuberancias, unido a las ceras que las recubren, son responsables de mantener la integridad de esas gotas de agua que admirábamos antes.

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(a) Hoja de loto, vista a más aumentos (c) y aún más aumentos (b)
(vía http://www.yourformula.eu/internalposts/its-not-scifi-its-the-lotus-effect/)

¿Por qué podría interesarle al loto no mojarse?

Pues… si la única consecuencia de esta superhidrofobicidad fuese la impermeabilidad, quizás le importase un pimiento. Lo que sucede es que uno de los principales resultados del Efecto Loto es un efecto auto-lavado impresionante: el agua arrastra consigo las partículas de suciedad que podían haberse depositado en la hoja. Las hipótesis más aceptadas quieren que, al igual que con las personas, una buena higiene foliar sea sinónimo de “menos patógenos incordiando” (y menos problemas para los estomas, temperaturas menores…). Menos bacterias, menos hongos tocanarices*… ergo, mejor estado de salud.

*Microorganismos que requieren cierta humedad para que sus esporas o conidios germinen… algo que, evidentemente, el loto & Cía no les proporcionan.

Todo ello tiene relevancia no sólo para nuestro Nelumbo; en tiempos de biomimética, la humanidad ha empezado a buscar en la naturaleza soluciones que resuelvan problemas relevantes para nuestra(s) cultura(s). Y, claro, conseguir superficies que nunca se mojan ni se ensucian, es un sueño hecho realidad…

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Superficie manchada de hollín «con Efecto Loto» (derecha), y sin él, antes y después de una ducha… (© W. Barthlott, lotus-salvinia.de)

Sin embargo, creo que nos equivocaríamos pensando que la superhidrofobicidad del loto es relevante sólo ahora, cuando tenemos una palabreja técnica para darle estatus en el mundo científico-técnico, junto con la tecnología para diseñar microestructuras que imiten esta solución vegetal.

Nuestras hojas nelumbíferas nos han servido a lo largo de los milenios en un sinfín de modos distintos, desde parasoles y recipientes para transportar agua, hasta material para envolver comida.

(De hecho, lo máximo que he logrado acercarme en los últimos tiempos a ver Nelumbos ha sido comer un arroz buenísimo en un restaurante chino, bien envuelto en hoja de loto. Parece que en China, así como en otros países del sureste asiático, las hojas se secan, se remojan en agua hirviendo y se escurren, dejándolas listas para envolver la comida que se desee cocinar al vapor. Este verde envoltorio prestaría su sutil fragancia y sabor a la comida…)

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La verdad es que no sé cómo sabría este arroz sin el loto; lo que sí diré es que, envuelto en esa enorme hoja, está de muerte celestial…

Pero los vegetales, así como el resto del mundo natural, no son sólo importantes en tanto que recursos utilitarios de los que obtener beneficios, directos o indirectos.

Yo estoy firmemente convencida de que son recursos para pensar.

¿Qué quiero decir con eso?

Pues que los vegetales nos sirven como trampolín material para reflexionar sobre… sobre cualquier (?) cosa, la verdad. Nos inspiran en un sinfín de modos distintos.

Incluso más allá de la inspiración, nos ayudan a pensar.

Se convierten en metáforas vivientes a la espera de que les descubramos un significado nuevo, interesante… algo que, en el caso del loto, me parece más claro que el agua.

Antes de que lo llamásemos superhidrofobicidad, y nos inspirásemos en él para diseñar superficies con las mismas características, este rasgo nelumbífero ha sido una metáfora de vida para un sinfín de creyentes en Oriente. El loto es el vegetal que encarna la pureza radiante de quien, aun creciendo y viviendo en agua, con los pies en el fango, se yergue hacia lo alto sin mácula. La suciedad mundana no puede tocarlo.

La superhidrofobicidad era, y es aún hoy, supercorruptifobicidad*.

(… Olé. Otra nueva para el diccionario.)

*Sí, es corruptifobicidad, no anti-corruptifobicidad. Es fobia a la corrupción, ¡no a la anticorrupción!

Y si a un vegetal con esta característica ya de por sí fascinante, encima le añadimos una flor despampanante como la que tiene… carretón metafórico asegurado.

Porque el loto en concreto, y los vegetales en general, son metafóforos, otro palabro que acabo de inventarme y que suena fatal, lo sé, pero que vendría a significar “portadoras de metáforas”(… a este paso, la RAE me va a multar, ya lo estoy viendo venir.)

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Creo que esta función del reino vegetal se tiene poco en cuenta en los manifiestos que enarbolan lanzas a su favor. Pues, si las plantas son, como estoy convencida, verdaderos recursos para pensar… al perder más y más retales de este mundo verde, no sólo desaparecen posibles moléculas útiles para la humanidad.

Desaparecen también, quizás, trampolines hacia ideas nuevas, quizás brillantes, que no podremos pensar de la misma manera.

Y nuestra imaginación, nuestra cultura, será un poco más pobre.

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Referencias&Recursos

De usos varios dados a las hojas de loto, nada mejor que

Kintaert, T. ‘On the Cultural Significance of the Leaf of the Indian Lotus: Introduction and Uses’, en Eli Franco & Monika Zin (eds.), From Turfan to Ajanta. Festschrift for Dieter Schlingloff on the Occasion of his Eightieth Birthday. Lumbini: Lumbini International Research Institute 2010, 481-512.

Puede consultarse y descargarse (para inscrit*s; ¡es gratis!) en su página de Academia.edu.

El artículo científico que lo formalizó todo en cuestiones de superhidrofobicidad (tanto es así, que sus autores ostentan patentes y una marca registrada, Lotus-Effect(R)…), es:

Barthlott, W. y Neinhuis, C. 1997. Purity of the sacred lotus, or escape from contamination in biological surfaces. Planta 202: 1–8.

Hay mucha literatura posterior, pero un resumen accesible realizado por el mismo grupo de trabajo, que incluye una historia de aplicaciones técnicas e industriales de este efecto, es

Solga, A.; Cerman, Z.; Striffler, B. F.; Spaeth, M. y Barthlott, W. 2007. The dream of staying clean: Lotus and biomimetic surfaces. Bioinsp. Biomim. 2, S126–S134, doi:10.1088/1748-3182/2/4/S02

Tienen una web con montoooones de recursos, entre ellos fotografías y publicaciones (algunas de ellas, por lo que veo, descargables, aunque aún no he cotilleado mucho…), llamada http://www.lotus-salvinia.de/ (la Salvinia es otro género de vegetales con propiedades superhidrofóbicas… otro día, otro día).

Y, aunque prácticamente no he citado nada de él, no puedo resistirme a incluirlo en la bibliografía, como recurso magnífico para cualquier interesado en el loto sagrado: el libro de Mark Griffiths, The Lotus Quest: In Search of the Sacred Flower (Vintage Books, 2010). No me convence al 100% en alguna de sus afirmaciones más lotofílicas (me parece que ve lotos un poco por todas partes…), pero es una obra excelente para quienes hablen la lengua de Shakespeare y sientan curiosidad por este vegetal y su historia cultural. Un magnífico libro.

En próximos artículos nelumbíferos, ya tocaremos estas, y otras fuentes…

Ilustraciones

Exceptuando la imagen con la estructura microscópica de las hojas nelumbíferas, sacada de yourformula.eu; y la de la superficie autolavable ( © W. Barthlott, sacada de lotus-salvinia.de) el resto son de una servidora.

4 comentarios en “A la sombra de los lotos se piensa mejor

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