Gloria y declive de los árboles de leche y sombra: Ulmus spp.

Capítulo #16 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 14 minutos de lectura]

[Emitido el 30.01.20] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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Érase una vez un grupo de árboles que amaban el agua y el viento, que refrescaban plazas con su sombra y saciaban el hambre del ganado.

Érase una vez un pionero prehistórico tras la última glaciación, un árbol de proporciones míticas (e impresionantes alturas reales), un árbol que proporciona madera sumergible y fibras para hilar, tejer o trenzar canastos o chaquetas bordadas con sueños en tierras lejanas.

Érase una vez un gigante con pies de barro, un árbol tan imponente como vulnerable ante sus enemigos, que han decimado sus poblaciones y amenazan con borrarlo de nuestros paisajes y nuestra imaginación.

Érase una vez… los olmos.

En el podcast de hoy, historias de Ulmus… ¿te animas?

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El árbol que se hizo lanza, bronce y rayo: Fraxinus spp.

Capítulo #15 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 14 minutos de lectura]

[Emitido el 16.01.20] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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¡Canta, oh ninfa, la tristeza del árbol de bronce, que antaño protagonizó innumerables gestas, que fue amado y temido, y que ahora ve cómo el mundo lo olvida!

Fresnos, habitantes del género Fraxinus.

Legendarios por su dureza —madera de lanza, de nave, de bastón—, han sido árboles tan útiles como mágicos para las civilizaciones que los han conocido.

Sin embargo, y a pesar de este glorioso pasado, la modernidad los está dejando a un lado.

Por eso hoy te contaré historias de fresnos, desde la antigua Grecia hasta las tierras heladas del norte europeo; recorreremos mitos escandinavos y leyendas griegas, exploraremos la relación entre los fresnos, el rayo y las serpientes, e incluso nos tropezaremos con personajes salidos de la Tierra Media (… ¿o quizás salieron de alguna otra parte?).

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La corona del verdor eterno: Myrtus communis

Capítulo #14 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 12 minutos de lectura]


[Emitido el 02.01.20] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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Si las plantas abriesen perfumerías, en la entrada de la tienda de Myrtus communis quizás pondría “Arrayán: engalanando diosas mediterráneas desde el 500 aC (¡como mínimo!)”.

La senda de las plantas perdidas, capítulo 14: Myrtus communis

Sería una perfumería discreta pero elegante, decorada al estilo más clásico pero con montones de influencias orientales, con una línea de fragancias unisex (especialmente usadas p. ej. para celebrar matrimonios), otra para divinidades con buen gusto, y otra incluso para difuntos!

Sin embargo, el mirto no es únicamente perfume: sus ásperas bayas y sus hojas tienen propiedades medicinales, curtientes e incluso tintóreas; sus hojas de un verde sempiterno se han empleado en ritos varios a lo largo y ancho de las tierras donde crece, desde el Mediterráneo hasta Oriente medio.

Todo esto (y más) te cuento en el capítulo de hoy del podcast… ¿te apuntas? ;)

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El árbol que sacaba ramas sin corazón: Sambucus nigra

Capítulo #13 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 15 minutos de lectura]

[Emitido el 12.12.19] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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En las orlas del bosque, donde alcanzan las caricias del sol y los suelos son frescos y profundos, viven los saúcos.

Demasiado desgarbado en su exuberancia de hoja y rama para describirlo como elegante, sus ansias arbustivas y modesta estatura hacen que a veces ni siquiera pueda llamarse “árbol”. Sin embargo, que no te engañe su porte humilde: algunos de los pueblos que han convivido con Sambucus nigra le han otorgado una gran importancia, y de eso quiero hablarte hoy en el podcast.

De su papel en el botiquín casero tradicional, capaz de mantener a raya enfermedades naturales (y sobrenaturales, según a quién le preguntes); de sus sabrosos empleos en la cocina y la despensa; de los misteriosos espíritus que se dice moran entre sus frágiles ramas.

Y, por supuesto, del saúco en la varitología harrypotteriana y las Reliquias de la muerte (no he podido resistirme…).

¿Te apuntas a conocer (algunos de) los secretos del saúco?

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Fibras de agua, alimento ancestral: Typha spp.

Capítulo #12 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 11 minutos de lectura]

[Emitido el 28.11.19] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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Ciñen las aguas en su abrazo de hoja y tallo subterráneo; chapotean en el lodo, lanzando al aire mareas de oro y algodón.

Logo capítuloLas eneas (espadañas, tules) enriquecen la orilla que tocan, creando ecosistemas anfibios que rebosan actividad. Pero esta riqueza no afecta sólo al medio natural, sino también a la imaginación humana que se relaciona con ellas.

Sus fibras se han convertido en esteras, espuertas, techumbres, sillas —y prácticamente todo lo que no podíamos convertir en fibra, resultó ser alimento, desde los rizomas que crecen en el fango hasta el polen que rezuman sus inflorescencias.

Las chicas del género Typha nos han prestado apoyo material, pero también nos han regalado mitos de origen, inspiración y sustancia ritual, protección y bendición…

Todo esto y más te cuento en el capítulo de hoy (y aprovecho para disculparme por mi pronunciación de cualquier palabra en náhuatl u otros idiomas distintos al castellano, pueees probablemente sea incorrecta).

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Tú dame calabazas, y conquistaré el mundo: Lagenaria siceraria

Capítulo #01 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas

[~ 11 minutos de lectura]


[Emitido el 04.04.19] | Abrir el podcast en una ventana nueva o Descargar

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¿Quién sabe qué es una calabaza?

Sí, lo sé: seguro que tú lo sabes… o, al menos, crees saberlo.

Pero la palabra calabaza no siempre designó a una hortaliza grande, redonda y anaranjada oriunda de las Américas.La senda de las plantas perdidas, capítulo 01: Lagenaria siceraria

Durante mucho tiempo, este vocablo se refería a una pariente más discreta, una habitante más antigua de nuestros huertos (de hecho, lleva con nosotros incluso desde antes de que inventásemos los huertos): Lagenaria siceraria, la calabaza de beber o calabaza vinatera.

Hoy nos vamos de viaje siguiendo sus aventuras por el mundo entero… literalmente: esta chica ha llegado a todas partes, desde el corazón de África hasta las alturas andinas, y vale la pena escuchar las historias que tiene que contar. Seguir leyendo

Los Reales bambúes del Jardín Botánico de Madrid

Los (discretos) reyes del invierno

[~ 6 minutos de lectura]

Al son de: Bonnie Pink, It’s gonna rain!

Los descubrí por casualidad, casi por necesidad.

Era diciembre, y los parterres del real paraíso que enraíza en Madrid no se prodigaban en flores. Algún Iris asomando entre la hojarasca, un puñado de rosas valientes, y pare usted de contar.

Aquel diciembre era el reino de las hojas.

Anda que te anda entre los arriates, cámara en mano y en busca de sujetos para fotografiar, llegué a la sección de los bambúes.

Dónde están los bambúes en el RJBM
Ahí los tienes bien señaladitos sobre el mapa del Real Jardín Botánico de Madrid (sacado de su web).

Estas enormes hierbas* nunca me habían llamado mucho la atención; sí, bonitas y tal, pero me parecían todas iguales (o casi). Vista una, vistas todas.

*pues son de la misma familia que los cereales y la cizaña, las gramíneas (Poaceae); constituyen una subfamília, Bambusoideae, que incluye tanto a los bambúes herbáceos (tribu Olyreae) como a los leñosos (tribu Bambuseae).

Sin embargo, estaba yo escribiendo La Invención del Reino Vegetal, y había leído un libro sobre las plantas en el arte, que me había fascinado. Tenía un capítulo enteramente dedicado a la pintura en tinta, en China y Japón… y el bambú era el protagonista absoluto.

Pájaro y Bambú, atribuido a Sesshū Tōyō (periodo Muromachi)
Bambú, sí, claro. Pero ¿qué especie de bambú dirías que retrató el autor de «Pájaro y Bambú«? (atribuido a Sesshū Tōyō, 1420–1506; periodo Muromachi, Japón)

Por eso, aquel diciembre me acerqué a los bambúes con curiosidad artística, pensando en los incontables eruditos chinos que habían convertido a estas plantas en el súmmum del arte vegetófilo en tinta (pues en el lejano Oriente, la literatura y la pintura están íntimamente relacionados). Y me di cuenta de algo muy evidente, pero que a menudo olvidamos por culpa de categorías lingüísticas tan amplias como pueda ser “bambú”: Seguir leyendo

Cuando el tiempo olía a incienso

Relojes aromáticos en el Lejano Oriente

[~ 5 minutos de lectura]

Al son de: Himekami 姬神, 千年の祈り

{This article first appeared on The Planthunter #40 and may be read in English here ||| Este artículo apareció publicado en inglés por primera vez en el núm. #40 EPHEMERAL de la revista The Planthunter, y puede leerse aquí}

Hace unas veinte primaveras que se publicó una novela titulada Memorias de una geisha.

Por aquel entonces yo era una adolescente con una enorme curiosidad hacia la cultura japonesa, así que huelga decir que devoré la novela tan pronto como me hice con un ejemplar.

Conservo buenos recuerdos de su lectura, si bien un poco, ajem, vagos (veinte años son muchos años, y no me acuerdo bien de la trama —ay, ni siquiera del nombre de la protagonista). Sin embargo, un diminuto detalle se me quedó grabado en la memoria: bastones de incienso para medir el tiempo.

“Antiguamente (…) cada vez que una geisha llegaba a una fiesta para divertir al anfitrión y sus invitados, la dueña de la casa de té encendía un palito de incienso de una hora de duración —que se llama ohana o “flor”—. Los honorarios de las geishas estaban basados en cuántos palitos de incienso se habían quemado para cuando se marchaban.”

Me pareció sublime, una forma deliciosamente poética de medir el tiempo que pasa.

Años más tarde descubrí que la novela se había equivocado en una cosa: los bastoncillos de incienso que se empleaban en las okiya (casas de geisha) ardían durante media hora. Se colocaban en un dispositivo especial, a menudo hecho en madera de sugi, con dos filas de agujeros en su parte superior para sostener los bastoncillos, y con un cajón donde se guardaba el incienso.

Cryptomeria japonica (sugi)
Conos de Cryptomeria japonica, o sugi; su madera resinosa es fragante, y muy apreciada para trabajos de ebanistería y carpintería.

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Las plantas de la luz

Aceites vegetales para encender lámparas

[~ 14 minutos de lectura]

Al son de: Anoushka Shankar con Alev Lenz, Land of Gold

Acudí por las palabras, y por la luz.

Me recibió un árbol,

“(…) un árbol bendito, un olivo que no es de Oriente ni de Occidente, y cuyo aceite casi alumbra aun sin haber sido tocado por el fuego.”

Antes de que la vegetofilia se convirtiese en mi profesión de facto, cuando aún seguía clases de botánica farmacéutica y prácticas de lectura para aprender a pronunciar bien zumo de naranja en árabe, me encontré con el árbol de la luz en una galería de arte.

El artista había escogido el famoso verso coránico de la luz, āyat an-nūr, y había creado una evocadora serie de obras en dorados y blancos, combinando caligrafía, geometría y color. Era la primera vez que me encontraba con el āyat an-nūr, y me maravilló reconocer a su protagonista vegetal: el olivo (Olea europaea).

Olivos (con extracto del Verso de la Luz coránico)
Primeros versos del āyat an-nūr con su protagonista vegetal : )

Ocho años más tarde, un infinito en vertical, vuelvo a tropezarme con él en el nicho donde lo dejé —bueno, o casi: entre las páginas de las Mil & una Noches, en mi cuento preferido.

Pues este año cumplo un pequeño sueño: escribir un libro infantil sobre cuentos de hadas vegetófilos, que saldrá publicado el año que viene con la editorial A Fin de Cuentos. Y ¡no iba a dejar fuera a mi querido Alí Babá y los Cuarenta Ladrones!

(Aunque en realidad debería llamarse Morgiana y los Cuarenta Ladrones: sin ella, los hombres del cuento estarían totaaaalmente perdidos —o más bien muertos, y no habría cuento.) Seguir leyendo

Mil y una lámparas para la diosa: Diwali, fiesta de la luz

Notas sobre antropología & etnobotánica de la luz

[~ 6 minutos de lectura]

Al son de: Ravi Shankar, Asato maa

Asato mā sad gamaya,
tamaso mā jyotir gamaya,
mṛtyor mā amṛtaṃ gamaya.

Guíame de la falsedad a la verdad,
Guíame de la oscuridad a la luz,
Guíame de la muerte a la inmortalidad.

— Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad

Cuentan que la diosa vaga entre los mortales durante la noche más oscura, buscando un lugar de acogida; las moradas donde entre de puntillas serán recompensadas por su invitada divina con fortuna y riquezas. Anhelando el premio prometido, los mortales encienden miles de luces para atraer la mirada de la diosa y gozar de sus bendiciones.

La invitada divina en cuestión es la diosa Lakshmi, y durante muchos siglos las luces han sido lámparas de aceite.

Esta es la versión mítica simplista y “oficial” tras la celebración hindú de Diwali o Dīpāvali, que este año (2017) cae en 17 de octubre.

La luz es el centro de celebraciones religiosas en muchísimas culturas, sobre todo durante los meses más oscuros del año: cerca del equinoccio de otoño (ej. festividades de los muertos, Samhain de impronta celta hacia el 31 de octubre), o del solsticio de invierno (Santa Lucía el 13 de diciembre), a caballo entre ambos (como el Janucá hebreo, entre noviembre y diciembre del calendario gregoriano), o a principios de febrero (Imbolc celta, la Candelaria cristiana, entre el 1 y el 3 de febrero).

Como es lógico, para celebrar la luz debemos crear luz; y hasta hace muy poco, el único modo seguro para lograrlo era conjurar una llama inofensiva —un fuego manso, dócil, controlado (nada de incendiar casas o bosques, por favor). Crear luz significaba quemar algo, y ese algo solía ser animal… o vegetal. Seguir leyendo