Capítulo #15 del podcast La Senda de las Plantas Perdidas
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¡Canta, oh ninfa, la tristeza del árbol de bronce, que antaño protagonizó innumerables gestas, que fue amado y temido, y que ahora ve cómo el mundo lo olvida!
Fresnos, habitantes del género Fraxinus.
Legendarios por su dureza —madera de lanza, de nave, de bastón—, han sido árboles tan útiles como mágicos para las civilizaciones que los han conocido.
Sin embargo, y a pesar de este glorioso pasado, la modernidad los está dejando a un lado.
Por eso hoy te contaré historias de fresnos, desde la antigua Grecia hasta las tierras heladas del norte europeo; recorreremos mitos escandinavos y leyendas griegas, exploraremos la relación entre los fresnos, el rayo y las serpientes, e incluso nos tropezaremos con personajes salidos de la Tierra Media (… ¿o quizás salieron de alguna otra parte?).
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Sé que existe un fresno llamado Yggdrasil, cuya copa es humedecida con las aguas de la límpida fuente, de su ramaje desciende el rocío que cae en los valles, este fresno, eternamente verde, sombrea la fuente de Urd. Vírgenes sapientísimas se acercan, salen en número de tres, de la sala construida bajo la copa de Yggdrasil —dan leyes, deciden sobre la vida, y hacen saber al mundo los decretos del destino.
Muy buenas, y muchas gracias por acompañarme en La Senda de las Plantas Perdidas, un podcast etnobotánico donde dar voz a nuestras historias de amor (y desamor) con un reino tan fascinante como esencial: el reino vegetal.
Soy Aina S. Erice, bióloga y escritora, y hoy nos acercaremos a la sombra de un grupo de árboles de los que se habla relativamente poco, árboles de raíz potente, generalmente amantes de los suelos frescos y profundos, donde el agua yace a flor de piel (pero sin pasarse, pues las inundaciones no suelen entusiasmarles). Eso quiere decir que en el Mediterráneo a menudo los encontrarás cerca de cursos de agua, en el fondo de valles frescos —y, más en general, en lugares donde no padezcan muchas estrecheces hídricas, donde pueden juntarse unos cuantos y formar bosquecillos que conocemos como fresnedas.
Hoy te hablaré de los fresnos.
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Fresno es aquel cuyo nombre científico empieza por Fraxinus; a este género, extendido por todo el hemisferio norte, pertenecen entre 40 y 60 especies de árboles y arbustos, generalmente con hojas compuestas y frutos secos en forma de sámara (eso es, que cada semilla está rodeada por un ala que ayuda a su dispersión por el viento).
En el caso de los fresnos, estas sámaras están dispuestas en manojos colgantes y tienen alas largas y estrechas, aspecto que les ha valido nombres como “llaves de fresno” (ash keys), o incluso “lenguas de pájaro” en varios idiomas.
Históricamente parece que en ciertos lugares estas sámaras se han comido encurtidas, recogidas aún verdes y hervidas para quitarles el amargor, y luego maceradas en salmuera y vinagre. Con todo, leyendo el escaso entusiasmo de algunas personas que los han probado, creo que prefiero admirarlas en el árbol, o jugar con ellas como hacen los niños, llamándolas “helicópteros» al verlas rotar en caída a cámara lenta.
Quienes sí aprecian a los fresnos como un manjar exquisito son animales domésticos, (p. ej. cerdos o vacas), o así lo cuentan las tradiciones europeas, que apreciaban mucho el follaje de este árbol como forraje de invierno.
En Europa tenemos tres especies principales de Fraxinus, hermanos que, pese a compartir parecidos, también tienen diferencias importantes…
1 | El primero es el hermano alto: Fraxinus excelsior, que vive en toda Europa. Si escarbas en las historias de fresnos en tierras germanas, francesas, británicas, irlandesas… ten presente que su protagonista es excelsior.
2 | El segundo es el fresno de hoja estrecha, F. angustifolia, el que más a menudo he visto en mis paseos por el bosque; este es el más común en muchos ambientes mediterráneos, de aspecto parecido a su hermano mayor, aunque no alcance tamaños tan elevados.
3 | El tercer hermano es el perfumado: el fresno de olor, Fraxinus ornus, el único de los tres que tiene flores vistosas, blancas y fragantes, polinizadas por insectos, mientras que los otros dos fresnos tienen flores desnudas de pétalo y perfume.
Hay quien defiende que los fresnos que aparecen en los mitos griegos corresponden a este tercer hermano, muy común en la Hélade, y cuyo nombre (melìa) lo relaciona justamente con la sustancia dulce por excelencia en la antigüedad: la miel.

La dulzura no es una característica típica del género Fraxinus, sino una ocurrencia rara que aparece en unas pocas especies (al menos que yo haya conseguido averiguar) y la más importante de ellas es F. ornus, árbol del que se extrae una sustancia dulce como la miel: el maná.
Para obtenerlo hay que realizar una serie de incisiones en el tronco de los fresnos durante el periodo veraniego, y la savia dulce sale lentamente y se solidifica hasta formar estalactitas blanquecinas de maná (el de mayor calidad). Éste no solo tiene efectos medicinales (como laxativo blando), sino que contiene manitol*, un alcohol dulce con índice glicémico más bajo que la sacarosa, y que por ello suele emplearse para personas con diabetes, o como edulcorante (p. ej. en chicles).
*en general, las palabras que terminan en -OL como manitol, xilitol, sorbitol, y así, son alcoholes.
En Sicilia, en la región alrededor de Palermo, tenemos plantaciones dedicadas al cultivo y extracción de maná, tanto a partir de F. ornus como del otro fresno mediterráneo por excelencia, el de hoja estrecha. Del resto de Fraxinus que existen, sólo una especie del Himalaya, F. floribunda, parece haberse empleado para obtener exudados parecidos.
No tenemos noticias de que los antiguos griegos supiesen cómo extraer este maná de Fraxinus; sin embargo, los fresnos están muy presentes en varios mitos y obras griegas, como símbolo del cuidado o, sobre todo, de la dureza extrema…
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Y Zeus creó una tercera estirpe de hombres mortales —de bronce, en nada parecida a aquella de plata— a partir de los fresnos, terrible y violenta.
Para Hesíodo, esta tercera estirpe humana, que no se alimentaba de pan y amaba “los crímenes de Ares”, dios de la guerra, es la dureza cruda hecha persona —y una humanidad así no podía sino estar asociada al metal duro por excelencia, el bronce; y descender del árbol de madera dura por antonomasia: los fresnos.
Algunos han interpretado este pasaje de forma ligeramente distinta, sugiriendo que esta humanidad salvaje no descendía de fresnos, sino de las ninfas de los fresnos, las melíades, que son las primeras ninfas de los árboles que aparecen mencionadas en la literatura griega, más concretamente en la Teogonía de Hesíodo.
Hesíodo fue un poeta que suele considerarse contemporáneo de Homero, allá en el lejano 700 aC o así, cuyas obras narran (entre otras cosas) el origen del mundo y de los dioses. Entre los primeros personajes que aparecen en la Teogonía destacan Gaia o Gea, la Tierra; y su consorte Urano, la bóveda celeste. Uno de los hijos de ambos, Kronos, en otro de esos casos de familias bien avenidas, castra a su padre, y de la sangre vertida que cae sobre Gaia nacen tres grupos de seres relacionados, de una forma u otra, con los fresnos: las fuertes Erinias, los Gigantes ataviados con armaduras relucientes y largas lanzas en sus manos, y las ninfas melíades.

De estos tres partos, está claro que las melíades moraban y protegían los fresnos; pero las aladas Erinias (o Furias en su versión romana) eran las personificaciones femeninas de la venganza, encargadas de perseguir y atormentar a los culpables… y se dice llevaban bastones de fresno.
¿Y esos Gigantes armados hasta los dientes? Hesíodo los describe llevando lanzas en sus manos —y en el mundo antiguo, todos lo sabían, las mejores lanzas estaban hechas de madera de fresno, hasta el punto de que las palabras para hablar del árbol y del arma se confundían, y eran la misma.
Y la lanza del héroe griego más famoso, Aquiles el de los pies ligeros, cuyas gestas se cantan en la Ilíada homérica… era de fresno.
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Se acercaba el solsticio de verano del anno domini 793 cuando la abadía de Lindisfarne, situada en una pequeña isla en la costa noreste de Inglaterra, fue saqueada por gentes violentas montadas en barcos de fresno. Con el paso del tiempo, llamaron a estos piratas navegantes aeschere, o aeskman: hordas vikingas —o, literalmente, “hombre de fresno”.
Aquella primera incursión en Lindisfarne suele considerarse como el inicio de la Era Vikinga en Inglaterra —y aun hoy el apellido Ashman pervive como derivado de la palabra que se daba antaño a aquellos apodados Aescman, que venía a significar marino, navegante, pirata.
Entre los pueblos nórdicos, la palabra askr significaba fresno, pero también lanza, barco, u otro objeto hecho a partir de madera de fresno. En el poema más conocido de la Edda poética*, la Völuspá, una vidente narra la creación del mundo (así como profetiza su final cercano), y en ella aparecen los fresnos en varias ocasiones (además de los nombres de montoooones de personajes del mundo tolkiniano, pero esa es otra historia…).
*Colección de poemas en nórdico antiguo, conservada en un manuscrito islandés del s. XIII.
En las estrofas 17 y 18 se narra cómo los Aesir, principales dioses del panteón nórdico, infunden vida, habla y emociones a los dos primeros seres humanos, que fueron creados a partir de madera y aún llevan nombre de árbol: Askr, el primer hombre, y Embla, la primera mujer.

Como habrás notado, Askr es el fresno belicoso, que si en Grecia se considera demasiado duro y violento para haber originado la actual humanidad, en el norte se ve como digno antepasado arbóreo de la raza humana.
Pero quizás el fresno mítico más famoso de todos nos lo presenta la vidente de la Völuspá en la estrofa siguiente, que has escuchado al principio de este capítulo: se trata del árbol cósmico Yggdrasil, que sostiene los nueve mundos creados y que será el único superviviente cuando llegue el Ragnarok, el fin de los tiempos en la mitología nórdica.
Hay varias teorías sobre la supuesta identidad botánica de este árbol, que algunos dudan fuese un fresno —por aquello de que Yggdrasil es un fresno «eternamente verde» (mientras que todos los Fraxinus son de hoja caduca)… y, bueno, teniendo en cuenta que se supone que Yggdrasil sostiene NUEVE mundos entre raíces y ramas, el detalle más o menos poético de su verdor eterno me parece algo relativamente poco importante para descartar al fresno (que en este caso sería un Fraxinus excelsior, el hermano alto, el único nativo en Escandinavia —que no en Islandia). No solo es un árbol que puede alcanzar los 50 metros, sino que las asociaciones identitarias que se le adivinan (lanzas, vikingos, guerra, navegación… y esas cosas) juegan a favor suyo, y más aún teniendo en cuenta que la divinidad con la que está más íntimamente asociada, Odín, es dios guerrero y viril, hombre de fresno por excelencia.
Hay una asociación más que me resulta curiosa, y es que los fresnos se conocen como árboles con una relación especial con el rayo, y con el fuego…
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Dicen que «el fresno, naciendo y ardiendo»: así como las maderas de otros árboles deben dejarse secar antes de darlas como pasto a las llamas, la de Fraxinus arde bien incluso cuando está verde.
El fresno, sobre todo Fraxinus excelsior, posee además una especial relación con el rayo. Lo que resulta curioso es que estas asociaciones puede ser absolutamente contradictorias si te mudas a una región distinta. Por ejemplo, en el norte de la península ibérica existe la creencia de que los fresnos son árboles que protegen del rayo, mientras que en culturas eslavas o en Inglaterra se dice todo lo contrario.

La ciencia, en este caso concreto, parece darles la razón a los ingleses (y a los eslavos); a día de hoy sabemos que distintas especies arbóreas son más o menos sensibles a que les parta un rayo, y los fresnos se cuentan entre los sensibles (aunque aún desconocemos exactamente el porqué de este poder de atracción variable).
Si lo piensas, desde un punto de vista mítico-poético tiene sentido que el árbol-lanza por excelencia tenga una relación especial con los rayos pues, al fin y al cabo, ¿qué es el rayo, sino la lanza incendiaria de una divinidad celeste?
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Los fresnos que moran (o moraban) en nuestra imaginación colectiva aparecen a menudo como lanzas, como árboles del rayo, pero también como árboles que ahuyentan a uno de los animales más temidos (que ya habrás notado es un clásico en la tradición popular)… las serpientes.
Desde la antigüedad el fresno tiene fama de espantar serpientes, hasta extremos insospechados; si hacemos caso a Plinio, en su Historia natural nos cuenta que “si colocas a una serpiente junto a una hoguera encendida, ambos rodeados por un círculo de hojas de fresno, “el reptil preferirá arrojarse al fuego antes que tocar las hojas del árbol” —y teóricamente todo esto lo afirma “habiéndolo visto con sus propios ojos”.
Añade, además, un detalle gracioso sobre la fenología del fresno, que tiene fama de ser el último árbol que saca hoja, anunciando así el fin del invierno —y Plinio comenta que florece antes de que las serpientes dejen sus madrigueras, y que no pierde la hoja hasta que estos reptiles se han retirado a hibernar.

Lo curioso de toda esta cuestión es que, si cruzamos el Atlántico y echamos un vistazo a los usos de los fresnos americanos entre los pueblos indígenas de Norteamérica, reaparece esta relación con las serpientes: entre los Meskwaki y los iroqueses, se tomaba una decocción de fresno blanco (F. americana) como antídoto para mordeduras de serpiente, y los Ohlone de la costa de California llevaban hojas de Fraxinus latifolia en las sandalias como repelente de serpientes.
Estas hojas, compuestas e imparipinnadas* tienen reconocidas propiedades medicinales, pero no he leído ninguna verificación científica sobre estos supuestos poderes. Lo que sí puedo decirte es que, en Cornualles, la suerte no sólo se pondría de tu parte si encontrabas un trébol de cuatro hojas, sino también si encontrabas una hoja de fresno con un número par de folíolos.
*es decir, con un número impar de folíolos.
Y en estos momentos los fresnos necesitan toda la suerte y la ayuda del mundo, dado que se ven amenazados por una enfermedad de difícil gestión, conocida como la enfermedad del decaimiento del fresno (o ash dieback en inglés). Se trata de una dolencia incurable producida por un hongo, Hymenoscyphus fraxineus, que está causando gravísimos estragos en las poblaciones de fresnos europeos y americanos.
En bosques, 69 de cada 100 árboles mueren; en plantaciones, el número asciende a 85 de cada 100.
No todas las especies se ven igualmente afectadas, pero tanto el fresno mayor (F. excelsior) como el de hoja estrecha (F. angustifolia) son muy sensibles a este patógeno.
Ya hay mucha gente trabajando para intentar plantar cara al problema, pero la relativa oscuridad en que han caído los fresnos, el hecho de que en general ya no los tengamos muy presentes como sociedad, no ayuda.

Por eso hoy quería arrojar un poco de luz sobre estos magníficos árboles, invitarte a conocerlos y a reconocerlos, porque si te fijas un poco, verás la marca del fresno por doquier, ya sea dando nombre a pueblos y accidentes geográficos varios, o sirviendo de arma y apoyo a magos surgidos de la fantasía de J. R. R. Tolkien, como Gandalf el Gris —cuyo nombre, por cierto, corresponde a un personaje del poema donde aparece Yggdrasil (la Völuspá), y que significa algo así como “elfo que blande una vara mágica”.
De fresno tenía que ser…
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Y, aunque podría seguir enrollándome otros diez minutos más por esta senda entre fresnos, hoy lo dejamos aquí (aunque si eres uno de mis maravillosos micromecenas, echa un vistazo a la web de Patreon porque ¡te tengo reservada alguna que otra sorpresa extra!).
Te recuerdo que voy colgando las transcripciones de los capítulos anteriores en el blog (a día de hoy, enero de 2020, he llegado a los primeros seis!), y los encontrarás en podcast.imaginandovegetales.com, o, si te resulta más sencillo (que ya sé que deletrear esa palabreja de podcast no siempre es fácil) también en la dirección senda.imaginandovegetales.com.
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La luz que se filtra a través de las copas de los árboles, pronto empezará a menguar, y deberemos apretar el paso para regresar antes de que caiga la noche. Por suerte, para llegar junto a nuestros próximos invitados tendremos que movernos muy poco, unos cuantos pasos en dirección al río nada más; pues a menudo encontraremos a estos árboles creciendo cerca de los fresnos —tanto en el mundo real, como en algunos mitos imaginados.
¿Más pistas para desentrañar su identidad? Creo que con estas dos podrás adivinar de quién se trata…
La primera es: ramoneo.
Y la última… Declive.
Ya sabes que si blah blah blah
Y dicho esto, no me queda más que dar las gracias a los fresnos por su dulzura y dureza flexible, agradecerte a ti la compañía, desearte un feliz día…
¡y que la clorofila te acompañe!
{Agradecimientos especiales a: Cristina Llabrés y Evaristo Pons por la música, y a Mabel Moreno por el diseño del logo <3}
2 comentarios en “El árbol que se hizo lanza, bronce y rayo: Fraxinus spp.”