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Al son de: Irfan, In the Gardens of Armida

{Primera entrega de tres sobre el olíbano; las dos siguientes pueden leerse aquí (II. Olíbano en cuchara), y aquí (III. Olíbano en arena)}

El fuego nos fascina desde la noche de los tiempos.

Las metamorfosis se cuecen a fuego lento, las ideas arden como llamaradas en la oscuridad, el amor abrasa como tizón encendido. Los dioses alean sobre la llama.

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En general, las plantas tienen poca relación con el fuego. Allá donde los súbditos del ‘reino mineral’ suelen sobrevivir a la hoguera, los vegetales —como toda entidad viva— no resisten demasiado el embate de las llamas: son demasiado extremas, demasiado violentas. Su abrazo consume en un suspiro humeante.

Sin embargo, en algunos casos se produce una rara alquimia que no aniquila, sino que libera el alma vegetal que pulsaba dentro. El fuego se convierte en el portal que transmuta la sustancia que a él se entrega—de materia, a espíritu—. Todo se vuelve humo. La esencia latente se revela imbuida de poderes misteriosos, divinos… perfumados.

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Diciembre es mes de perfumes. Es el mes de la conspiración internacional para que no puedas entrar en unos grandes almacenes sin que alguien te asalte con tiras de papel y pulverizadores de frascos a cuál más caro, con nombres que casi siempre suenan medio franceses.

Es también el mes de las carreras locas en busca de regalos que dejar bajo el árbol. Cuando yo era pequeña, había que esperar pacientemente hasta la Epifanía (6 de enero), pues el transporte aéreo vía trineo no había aún usurpado la vieja tradición de los camellos venidos del Lejano Oriente.

¿Y qué podía llegar desde Oriente, si no sustancias preciosas y aromáticas? Pues, salvando esos dos mil y pico años de distancia, y la delicada línea que separa mito de realidad, el perfume ha sido siempre un regalo digno de reyes investidos de divinidad.

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Llevo cuatro horas olisqueándome la muñeca.

No es que haya perdido la cabeza, no. Asisto al lento desenvolverse de un perfume sobre la piel.

Es un perfume caro. No lo he escogido por su precio, sino por su historia.

Busco entre las notas aromáticas que van desprendiéndose y elevándose desde la piel, intentando en vano identificar la que quiero aislar, conocer y reconocer en un futuro.

Olíbano.

O, si lo preferís, franquincienso.

Es un aroma muy de Rey Mago, lo sé. Una de las sustancias vegetófilas que tiene un cierto protagonismo bíblico en las fiestas navideñas. Para colmo, el perfume de mis desvelos tiene nombre mineral que también suena a Rey Mago: Gold. Oro. Y, para terminarlo de arreglar, esconde también notas de mirra entre sus pliegues aromáticos (entre otras 140 sustancias que componen su fórmula. A ver quién se aclara…).
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Yo no sé cómo describirlo. Puedo decir que la eclosión inicial me ha recordado a los perfumes de mi abuela; pero, a partir de las dos horas, he empezado a entreoler un halo cálido que me apetece husmear una y otra vez. Como si, desempolvando el baúl de los recuerdos más enmohecidos, fuese descubriendo una nota lejana, seductora, que se remonta a un pasado exótico y cuajado de historias que pulsan desde la otra orilla del tiempo. Olas de aroma.

El nombre de la marca  es precisamente ese: Amouage (transliteración al francés de la palabra árabe amwaj, que significaría ola).

Hace siete horas que salí de la perfumería, y el embrujo aún se aferra dulcemente a mi muñeca.

oman-2Lo he buscado a propósito, por el olíbano. ¿Por qué? Pues porque Amouage es una casa que, además de realizar perfumes carillos (unos 250€ el frasco…), se fundó en 1983 en el Sultanato de Omán.

Y quiere la leyenda que, cuando llamaron al maestro perfumista francés Guy Robert para que crease su perfume Gold, le dieron carta blanca para que compusiese a su gusto, con una sola condición: el uso del franquincienso omaní, joya vegetófila de la corona.

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A juzgar por las fotografías, Wadi Dawkah es un erial de roca y arena.

De la tierra atormentada por el calor despuntan únicamente las siluetas de árboles que parece quisiesen ser arbustos: muchos troncos que nacen en un único punto, multiplicidad en la unidad. Tienen un aire de criatura mitológica vieja, como si fuesen las reencarnaciones vegetales de antiguos dragones, saurios salidos de un bestiario imaginado por Borges.

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(Fotografía cortesía de la autora del blog wanderingquilter. Thanks, Kathy!)

Los árabes lo llaman al lubān. La raíz semítica de su nombre (adoptada por los griegos, quienes lo llamaron líbanos) hace referencia a la blancura, a la pureza. Los árboles no son blancos, en absoluto. Pero si los hieres, si levantas la corteza hasta dejar al descubierto la madera sonrojada que se oculta debajo, verás que su sangre sí es blanca.

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(Fotografía cortesía de la autora del blog wanderingquilter. Thanks, Kathy!)

Estas lágrimas coaguladas encierran en su interior el secreto para tener contentos a los dioses —o algo parecido creían muchas civilizaciones en el mundo antiguo (y un poco menos antiguo)—. Era una sustancia íntimamente conectada con lo sagrado, e incluso su nombre científico lo refleja: es Boswellia sacra.

No es la única especie de Boswellia que existe; tampoco la única cuya oleo-gomorresina se rinde perfumadamente en las brasas. No es patrimonio exclusivo de este valle, hoy patrimonio de la humanidad; ni siquiera de la región en que se encuentra, Dhofar; ni tampoco de la nación que lo alberga, el Sultanato de Omán.

Sin embargo, sí está en la raíz de las Rutas del Incienso, esas que rayaban la península arábiga a paso de camello, hasta derramarse en algún puerto donde montarse a lomos de navíos sin clavos ni remaches.

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Las rutas no eran únicas sino múltiples, tanto por mar como por tierra; la importancia relativa de unas y otras seguramente cambió a lo largo de los milenios, al compás de los relevos políticos y económicos en la zona. En general, todas intentaban evitar las áreas de desierto más arduas; y había puertos ‘especializados’ en ciertas mercancías, como el de Muza (apostado sobre el Mar Rojo, esquina inferior izquierda de la península arábiga) para la mirra, o el de Qana’ (actual Bi’r Ali, en Yemen) para el olíbano. Desde allí las naves mercantes, árabes y extranjeras, llevarían las lágrimas perfumadas hasta los confines del mundo conocido, atravesando el Índico hacia el este, o remontando el Mar Rojo al oeste.

Ha llovido mucho en las costas de la Arabia Felix (al menos, para estándares climáticos árabes*) desde aquel entonces. Hoy la ‘felicidad’ económica de Dhofar está a unos cuantos quilómetros de Wadi Dawkah, y se llama Salalah: capital de la región, y uno de los principales puertos de mercancías en la península. Situado en la encrucijada perfecta entre Oriente Medio, África y Asia, todos los barcos que atraviesan el Mar Rojo hacen un alto en Salalah para el transbordo de mercancías. Si vistes la película Capitán Phillips (2013), ese puerto es donde empieza la cinta.

*Lo curioso es que, efectivamente, Dhofar es una región que se beneficia de una estación lluviosa, gracias al influjo de los monzones índicos; ello dota a ciertas áreas del sultanato omaní de un clima lo bastante benévolo como para cultivar vegetales de gustos más húmedos, como… ¡plátanos!

Si nos remontásemos tres mil años atrás, no habríamos visto grúas ni contenedores; y posiblemente habríamos tenido que desplazarnos un poco a lo largo de la costa para encontrar signos de actividad. Sin embargo, una vez hallados, seguramente habríamos sido capaces de reconocer la constante que, ahora como entonces, permanece: el comercio.

El comercio que se reinventa, adopta máscaras y costumbres distintas. Cambia la sangre que circula por sus venas hechas de caminos sobre mares de agua y arena… y ya no es sangre blanca de árbol.

Lejos quedan las caravanas en el desierto y las naves cosidas a mano, los tributos pagados en Shawba (¡ver mapa! en el actual Yemen) a la casta sacerdotal para ser ofrecido “en honor a su dios, al que llaman Sabis”; lejos quedan los miles de quilómetros cubiertos (más de 3000 desde Dhofar hasta Gaza; más de 6000 para llegar a Roma), el riesgo y la aventura que entrañaban los viajes con un cargamento tan precioso y deseado.

Quizás aquí comercio y perfume nacieron de la misma lágrima de resina, pero sus senderos han divergido desde el ocaso de las rutas del incienso. Hoy avanzan en paralelo, sobreviviendo a base de enhebrar y re-imaginar los privilegios de su geografía y su historia.

Al igual que la preciosa esencia de olíbano en frasco de oro, todo debe cambiar, para que nada cambie.

(Vídeo promocional de una colección de perfume de Amouage; obsérvese la aparición del franquincienso sobre papel…)

Hubo un tiempo en el que el olíbano, y no sólo los perfumes de lujo que lo emplean, era un bien precioso. Quizás no pudiese adquirirse en cualquier tienducha de barrio, pero sin duda no debía ser complicado de encontrar.

Hoy en día no nos vamos tropezando con oleo-gomorresinas perfumadas a diario.

De hecho, la primera vez que me topé con ellas, por casualidad, fue el año pasado, en una feria en Madrid. En uno de los puestos se amontonaban resinas y sustancias difícilmente identificables a simple vista. Bastó leer sus identidades para que se produjese el flechazo, pues sus nombres e historias me habían seducido tiempo atrás, cuando indagaba para redactar La Invención del Reino Vegetal.

(Era una seducción teórica, debo admitirlo. Soy de las que puede caer presa de un enamoramiento vegetófilo hecho de papel y palabras bonitas; y las descripciones de los perfumes, la historia de sus ingredientes están tan cargadas de lirismo y poesía, que su olor real casi es algo secundario.)

Confieso que, a primera vista, las resinas me parecieron todas iguales.

Bueno, iguales, no exactamente. Pero lo suficientemente parecidas como para que me entrase un vago resquemor de timo potencial: ¿y si me venden gato por liebre? ¿Y si le han vendido gato por liebre a la vendedora misma, y termino pagando el pato sin comerlo ni beberlo?

En ese instante, entendí a la perfección cómo debían sentirse los naturalistas ingleses del Raj al ir a buscar remedios medicinales en los mercados de la India. Esa sensación de desconocimiento total y absoluto, de saberte una presa fácil si quieren engañarte. Y poder hacer bien poco al respecto.

Claro que, con ganas y habilidad, pueden timarte en muchas otras áreas vegetófilas (el azafrán, por ejemplo, se presta mucho a este tipo de engaños). Pero hasta aquel momento no me había sentido así: indefensa, totalmente incapaz de detectar un fraude.

No compré nada. Me moría de ganas, pero la desconfianza me pudo.

Si hubiese sabido cómo reconocer las resinas, cómo evaluarlas, otro gallo nos hubiese cantado. El saber me habría dado un cierto grado de confianza en mi criterio; el conocimiento me habría hecho libre.

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A juzgar por lo que nos dejó escrito, Plinio el Viejo se sentía muy libre en cuestiones resinosas.

Además de contarnos detalles interesantes (aunque no sé hasta qué punto eran ciertos) sobre el olíbano en su Historia Natural, nos informa de las varias calidades que llegaban al mercado romano (de calidad superior, o carfiathum, y de calidad inferior, o dathiathum), así como de las sustancias que podían usarse para adulterarlo: “gotas de resina blanca” (resinae candidae). Sin embargo, estaba convencido de que era sencillo detectar el fraude al evaluar su blancura, su tamaño, su fragilidad, y la velocidad a la que arde cuando se coloca entre brasas encendidas.olibanum-2

El franquincienso es, junto con la mirra, una de las sustancias de origen arbóreo a las que más espacio les dedica en su obra. Se explaya a gusto hablando de puertos, ciudades, pueblos mercantes, tradiciones de recolección en Arabia, y un sinfín de detalles más que no vienen a cuento aquí.

Profundamente deseado, era la sustancia divina por excelencia.

Los ungüentos, bien; las mantecas perfumadas, pase. Pero lo que los dioses de verdad querían, sólo las llamas podían revelarlo, y era esencia aromática.

Era humo…

{La siguiente entrega puede leerse aquí (II. Olíbano en cuchara)}

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Referencias&Recursos

~ Del olíbano en frasco ~

Curios*s sobre Gold, su descripción en la web de Amouage es la siguiente: “Gold es una fragancia oriental clásica, rica en esplendor y sofisticación, creada para las noches más especiales y lujosas”.

La primera vez que me tropecé con esta creación fue gracias a la crítica leída en Olibanum – Cuaderno de Perfumes.

Quienes tengan curiosidad por saber más de estas fragancias, con su clara conexión al franquincienso, pueden leer el artículo (viejo, pero no anticuado) dedicado a ello en SaudiAramcoWorld, o esta noticia sobre la compañía y sus perfumes (ambos en inglés, sorry…).

~ Del olíbano en tierra ~

Wadi Dawkah en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad (desde el 2000!), aquí; la primera vez que leí sobre este lugar fue en Coppi, A; Cecchi, L.; Selvi, F. y Raffaelli, M. 2010. The Frankincense tree (Boswellia sacra, Burseraceae) from Oman: ITS and ISSR analyses of genetic diversity and implications for conservation. Genet Resour Crop Evol 57:1041–1052.

Al parecer, y según consta en el artículo, pese a la protección del parque, no es precisamente el lugar en que la diversidad genética de Boswellia sacra es mayor (y, por tanto, los esfuerzos de conservación de su diversidad genética debería recurrir a árboles mucho más al este…).

La taxonomía del género Boswellia (fam. Burseraceae) ha bailado varios tangos en los últimos decenios. En artículos del siglo pasado aparecen especies varias como productoras de franquincienso, entre ellas Boswellia carteri, B. frereana, B. papyrifera, B. serrata y varios otros. A día de hoy, The Plant List incluye B. carteri como sinónimo de Boswellia sacra Flueck., considerándose una variedad que difiere únicamente en el hábito de crecimiento.

Las otras especies que propocionan (u han proporcionado) resinas fragantes son, según mi querido Langenheim (Plant Resins – Chemistry, Evolution, Ecology, and Ethnobotany. Timber Press, 2003):

  • Boswellia frereana (sobre todo en Somalia);
  • Boswellia papyrifera (el pariente más próximo a B. sacra; al parecer, se la llama ‘árbol de elefantes’, por el uso que de ella hace este animal en Etiopía, Sudán y el este de África. Se considera la fuente principal de franquincienso en la antigüedad, mientras que B. sacra lo sería en tiempos clásicos);
  • B. serrata (originaria de la India);
  • B. ameero, B. socotrana (de la isla de Socotra).

¿Por qué llamo al franquincienso una oleo-gomoresina? Pues porque eso me dice su composición, que según Tucker, A. O. 1986. Frankincense and Myrrh. Economic Botany 40 (4): 425-433, es de:

5-8% de aceite esencial   |||   65-68% resina (soluble en alcohol)   |||   % restante, gomas (solubles en agua)

La referencia a las distancias relativas a las rutas del Incienso está, entre otros, en Langenheim (2003).

La relativa a tributos pagados en Shabwa (Sabota) al «dios Sabis», están sacados de nuestro amigo Plinio el Viejo, HN 12.32; en los libros 30 al 32 habla del incienso, con las referencias a sus grados de calidad, sus precios (hasta 6 denarios la libra en el caso del mejor olíbano), etc.

Ilustraciones

La imagen de las llamas está sacada de Wikipedia.

Las fotografías de Wadi Dawkah son cortesía de la amabilísima Kathy, sacadas de su Blog Wandering Quilter: más concretamente, de su artículo Wadi Dawkah: The Frankincense Park near Salalah. También tiene otro describiendo una visita a la fábrica de Amouage en Muscat, muy interesante.

El mapa de las rutas del incienso está basado en el que aparece en el cap. 6 de Langenheim, J. 2003. Plant Resins – Chemistry, Evolution, Ecology, and Ethnobotany. Timber Press. Los bordes ornamentales están sacados de alguna ilustración de la edición inglesa del 1847 de Las Mil y Una Noches (vol. 2), libremente disponible en Google Books.

La foto inicial es de una servidora :)

6 comentarios en “De Perfumes&Dioses (I): Olíbano en frasco

  1. El inicio de tu artículo me ha recordado a un tratado de alquimia: sugerente, lleno de metáforas preciosas. He de decir que soy un gran aficionado a los perfumes, pero jamás escogería uno por moda. Mi favorito es el de Allure Homme de Chanel (no, no te estoy colando una trola, lo uso a diario). Al principio te embiste con un aroma a jengibre, bergamota y cítricos; luego ya notas un eco como de anís, cedro, pimienta y flores. También lleva algo de sándalo, ámbar, musgo de roble y vainilla. Nunca he estudiado perfumería, casi todo lo que sé de la composición de estas sustancias lo sé por la novela “El perfume”, de Patrick Süskind. Del mismo modo, todos mis conocimientos sobre el olíbano y las resinas provienen de tu magnífica entrada al blog.

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    1. Yo me apuntaría de mil amores a un cursillo de introducción a la perfumería, la verdad… me encantan las descripciones de los perfumes, con sus notas y sus adjetivos sugerentes, que parece que hablan de sinfonías más que de olores. Veré si puedo olisquear Allure Homme y si me gusta la nota de bergamota (confieso que no me gusta nada en el té… Earl Grey: no way!).

      Gracias por el piropo alquímico (¡me encanta!): es un verdadero placer compartir palabras con otros connoisseurs de la artesanía literaria ^__~

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