Simbología y cultivo de la rosa en Occidente: una introducción

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Al son de: Ludovico Einaudi, Bye Bye, Mon Amour

“Eh bien! mon cher père, lui dit-elle, puisque vous me l’ordonnez,
je vous supplie de m’apporter une Rose. J’aime cette fleur avec passion:

depuis que je suis dans cette solitude,
je n’ai pas eu la satisfaction d’en voir une seule.

— Belle, en   La Belle et la Bête (Contes de Madame de Villeneuve, 1765)

I. Sub Rosa

Las rosas han florecido en mi vida hace poco, muy poco.

Si hace dos años me hubieses dicho que acumularía la improbable cifra de 1462 fotografías de rosas en mi ordenador, te habría lanzado una mirada de profundo e incrédulo escepticismo.

¿rosas? Bah.

Demasiado común para interesarme.

Como amante de los espacios poco concurridos y de los caminos no trillados, los afectos corrientes no me atraen. A mí me llama lo raro, lo que queda en los bordes de la memoria, lo que ha empezado a caer en el olvido. A mí dame olíbano, dame alheña, dame relojes de incienso, dame jícaras de peregrino.

Sobre la rosa del principito y las de San Valentín… oiga, ya hay tropecientas mil personas hablando del tema; yo no tengo nada que decir.

… pero son bellas, ¿no? 

Pues sí, lo son. Pero no más que otras muchas flores.

No fueron sus encantos visuales los que hicieron por fin nacer el romance entre las chicas del género Rosa y yo. Primero, fue su historia cultural (de ello he hablado un poquito aquí).

Y luego fue su perfume… o, mejor dicho: suS perfumeS.

Es una experiencia embriagadora: pasear por una rosaleda donde viven variedades de rosa perfumadas.

Algunas pocas son antiguas, cuyo origen se remonta al siglo XIX o antes*. Son rosas a las que nadie ha exigido nunca que sean elegantes viajeras de larga distancia; nadie las imaginó envueltas en papel de celofán en los escaparates de las floristerías. No han tenido que demostrar su valor con tallos largos y esbeltos coronados por capullos prietos, de fotogénica desenvoltura.

*Suele darse la fecha de 1867 como línea divisoria entre las rosas antiguas, y las modernas. Otro día, los detalles.

No

Rosa 'Sally Holmes' y Rosa 'Escapade', si mal no recuerdo.
Encantadoramente despendoladas, sobre todo Rosa ‘Sally Holmes’. Un encanto de flor, sí señor.

Estas son rosas un poco desordenadas, exuberantes. Algunas se encaraman a pérgolas con abrazo de titán verde; otras se deshacen en cascadas de flores tan despreocupadamente, que diríanse silvestres.

Las hay arbustivas, formando muros cuajados de flor y espina. Sus tallos a veces son endebles, se doblan con el peso de la flor que sostienen; a veces están tan cubiertos de espinas, que harían trizas los guantes (y las manos) del más valiente florista.

Existen miles y miles de variedades de rosas cultivadas, fruto de hibridaciones muy complejas —y, a veces, antiguas— entre rosas silvestres (que también son unas cuantas).

Lo que me fascina de ellas es que prácticamente todas huelen… y no huelen exactamente igual: cada una declina la receta magistral aromática de Rosa sp. a su manera.

Este descubrimiento sensorial fue acompañado de lecturas sobre ellas, y una creciente desesperación al darme cuenta de que jamás conseguiría conocerlas a todas, ni por asomo.

Rosa x damascena, ilustrada por Jacobo Muñiz para 'Cuéntame, Sésamo'
Y ahí está una de las rosas de la Bestia ilustrada por Jacobo…

Pocos meses después, empecé a escribir Cuéntame, Sésamo, donde las rosas protagonizan prácticamente ellas solitas un capítulo entero: el de La Bella y la Bestia.

Y, si bien les tengo cariño a todos los cuentos que aparecen en el libro, a éste le profeso un afecto especial, por las etiquetas botánicas que en él figuran… y sé que no hubiese disfrutado tanto escribiéndolas, de no haberme sumergido antes en un jardín de rosas, y haberlas vivido de cerca con los cinco sentidos*.

*El más chocante es el oído, pero está presente… No es que las flores me hablen, no: es que se escucha el ajetreado zumbido de las abejas pecoreando entre sus pétalos.

Pues las rosas no sólo se contemplan: también se acarician (o no), se comen (con fines medicinales, o puramente gastronómicos), pero sobre todo se huelen

… o se olían, cuando aún recordábamos que la belleza no se limita a la apariencia, sino que “está en el interior.

II. Historias de Rosarios y Rosaledas

“Helas! (…) Pouvois-je prévoir que le désir d’avoir une Rose au milieu de l’Eté,
devoit être punie par un tel supplice.”

— Belle, en   La Belle et la Bête (Contes de Madame de Villeneuve, 1765)

Rosa sp. (cf. 'Guinée')En todas las culturas (con la posible salvedad de las subsaharianas) se han producido enamoramientos florales más o menos severos. Todos tenemos presentes los casos más extremos, p. ej. las manías protagonizadas por tulipanes (pero también por orquídeas, por helechos, por jacintos…), pero la popularidad de toda planta está más o menos sujeta a los caprichos del zeitgeist vegetófilo de cada momento.

No obstante, hay algunas que han trascendido estos ciclos mundanos, logrando clavarse cual espina en tantos ámbitos culturales, que difícilmente podrán desaparecer. Quizás el mejor ejemplo de ello sea la flor que nos ocupa, pues la rosa ha resistido los vaivenes de las modas a base de reinvenciones, adoptando nuevos significados metafóricos y aumentando su carga simbólica desde hace milenios.

En Occidente, sus méritos culturales empiezan a despuntar sobre todo en la antigüedad grecorromana; flor ligada a la diosa del amor, en La Ilíada (canto XXIII) Homero describe a Afrodita protegiendo el cuerpo del héroe troyano caído, Héctor, perfumándolo con aceite de rosa y ambrosía.

En Roma la rosa se convierte en La Flor preferida, que se importa a la capital desde plantaciones en Egipto y el sur de la península itálica. Agasajo y ofrenda para dioses, vivos y muertos, las rosas son también signo de opulencia. Con sus pétalos se riega el camino triunfal de los vencedores, o a los invitados que asisten a los banquetes imperiales del extravagante Nerón, o del joven —y no menos extravagante— Heliogábalo.

Las Rosas de Heliogabalo, de Sir Lawrence Alma-Tadema (1888)
Las malas lenguas contaban que los invitados a uno de sus banquetes murieron asfixiados bajo una marea de pétalos de rosa, momento que Sir Lawrence Alma-Tadema inmortaliza en su obra «Las rosas de Heliogábalo» (1888). Tengo serias dudas sobre si esto es físicamente posible… pero hay que admitir que las calumnias que algunos romanos lanzaban contra sus emperadores tenían mucha clase.

Con tales connotaciones mundanas, no es extraño que las rosas fuesen miradas con gran desconfianza por la Iglesia primitiva; sin embargo, ésta también terminó rindiéndose a los pies de esta flor, que se reviste de significados cristianos (se identifica primero con Cristo, y luego con la virgen María). Así se convierte en la más perfecta de las flores, símbolo del amor divino… y, cómo no, del amor terreno también, más o menos cortés.

En el medievo, las colecciones de canciones amorosas, himnos devotos y oraciones empezaron a ser llamadas jardines de flores*, o más comúnmente, rosarios: jardines de rosas.

*De donde proviene nuestra palabra antología, de anthos (flor) y –logia (colección, selección).

Sin embargo, las variedades de rosa de que disponía un jardinero para adornar jardines reales, y no únicamente metafóricos, eran más bien pocas.

Madonna del Rosetto (~1510), de Bernardino Luini
Y con mucha hoja, por cierto, como muestra Bernardino Luini en su obra (aprox. 1510) ‘Madonna del Rosetto‘; nota que son rosas de tipo centifoliesco, que empiezan a aparecer sobre todo a partir de 1500.

Pues por sorprendente que parezca, las rosaledas son un desarrollo relativamente tardío en la historia de la jardinería. Claro que las rosas estaban presentes en los jardines desde antiguo, llegando a ser (según la época y el lugar) una de las flores ornamentales más apreciadas, pero no eran precisamente exóticas… y, sobre todo, no eran suficientes.

Cuando la Society of London Gardeners publicó su catálogo en 1730, no incluyeron más de 43* rosas, “recomendadas para ser mezcladas con árboles y arbustos de flor” en lo que llaman wilderness quarters (áreas del jardín que se reservaban para especies más rústicas, “silvestres”, que le diesen un aire agreste). Entre estas 43 rosas se recomendaba, por ejemplo, la Rosa rubiginosa: la rosa mosqueta que protagoniza el cuento de la Bestia en Cuéntame, Sésamo (puedes leer el inicio del relato aquí, por cierto).

*Compáralo con la cantidad de variedades ‘bautizadas’ de tulipanes que se estima existieron en Holanda durante la década de 1720, que rondaban las 800… Si lo que buscabas era impresionar a alguien, plantar un jardín de tulipanes hubiese tenido mucho más sentido que una rosaleda.

Existen alrededor de 200-300 especies silvestres del género Rosa, esparcidas por el hemisferio norte (Asia, Norteamérica, Europa y el noroeste de África). Como ya te comenté en su momento, sus flores tienen sólo cinco pétalos, y su período de floración suele ser efímero, una vez al año nada más. Esa fugacidad lleva siglos cautivando la imaginación metafórica de los poetas, y frustrando los designios más pragmáticos de los jardineros.

Con el paso del tiempo surgieron híbridos naturales, como las rosas de Damasco de delicioso perfume (Rosa x damascena; también ilustrada en Cuéntame, Sésamo, ilustración que has visto más arriba ; ) ), o las rosas centifolias de abigarrada copa.

Y pasó más tiempo. Pasó que el comercio se lió con las plantas ornamentales; pasó que se descubrieron las rosas chinas de floración (¿casi?) perenne.

'Rosa chinensis 'Mutabilis'
He aquí a una ‘hija’ de estas rosas chinas, y una de mis preferidas: Rosa chinensis ‘Mutabilis’ (de la que he hablado en Instagram, por cierto).

Rosa chinensis llevaba siglos cultivándose en China, y existían numerosas variedades, la mayoría de tonalidades rosas o rojas, y perfumadas. Al parecer, esta rosa llegó a Occidente en el s. XV, posiblemente vía Irán*, pero no fue hasta el s. XVIII cuando las cosas empezaron a ponerse interesantes. Los viveristas descubrieron cómo cruzar distintas especies y cultivares, y empezó la época que vio nacer la explosión del cultivo y desarrollo de nuevas rosas híbridas, capaces de combinar las floraciones prolongadas de las rosas chinas con otras características interesantes.

*Otro país rodófilo, por cierto (rodófilo: palabro improvisado a partir de la raíz griega para referirse a las rosas, <rhodon>).

Se aplicaron a la tarea con tantas ganas, de hecho, que en pocas décadas la cantidad de rosas existentes pasó de cuarenta, a cientos de variedades —suficientes para colmar, o incluso desbordar los confines de muchos jardines.

Para 1814, la primera esposa de Napoleón y gran amante de las rosas, Josephine de Beauharnais, podía presumir de una rosaleda con más de mil variedades en Malmaison.

Muchas fueron exquisitamente retratadas por el llamado “Rafael de las flores”, el belga Pierre-Joseph Redouté (quien había sido, por cierto, el pintor de Maria Antonieta antes de la Revolución, y que después se convirtió en el pintor oficial de Josephine).

III. Los cien significados de las rosas

Fue precisamente en el s. XIX cuando surgieron los primeros diccionarios de floriografía, y apareció “El Lenguaje de las Flores” (del que ya he hablado en otras ocasiones…). Estos textos otorgaban a las rosas una amplia variedad de significados.

El más genérico y común veía a “las rosas», en general (Rosa spp.)asociadas a los conceptos de Belleza y Amor, conexión clásica que se mantiene prácticamente intacta desde hace miles de años.

Sin embargo, recordemos que en aquellos tiempos se produjo un alud de rosas nuevas, entre las que se incluían tanto especies silvestres venidas de lejos, como cultivares desarrollados por los viveristas. Los sentidos podían regodearse en una infinidad de colores, sí, pero también y sobre todo, aromas: desde olor a manzana (p. ej… exaaacto: las hojas de la rosa mosqueta de la Bestia) hasta aromas de té (las rosas de té chinas, descendientes de cruces entre R. gigantea y R. chinensis).

Rosa rugosa 'Agnes'
«Oye, pues será el único, pero… qué encanto, oiga.» (Rosa rugosa ‘Agnes’, uno de los pocos cultivares de R. rugosa de color vainilla. Y huele… ahhhh. Divinamente no, lo siguiente.

Como es lógico, también el rango de significados asociados a ellas podía aumentar notablemente.

Algunas veces podías expresar tus más íntimos deseos empleando distintas especies de rosa: las rosas de Carolina (Rosa carolina) transmitían que “El amor es peligroso”; la rosa mosqueta significaba “Poesía”, o “Hiero para sanar”; la rosa centifolia (R. centifolia) era un “Embajador de Amor”, la rosa china (R. chinensis) expresaba una “Belleza siempre nueva”, y la rosa japonesa (R. rugosa), ay, significaba que “La belleza es tu único encanto”.

Incluso si no apreciabas tanta sutileza botánica, podías componer mensajes según el color y la etapa de madurez de la rosa. Las rosas amarillas significaban “Infidelidad”, las rojas “Amor” —aunque un rojo profundo significaba “Vergüenza”—, y los capullos de rosa blanca significaban “Juventud” (femenina, se entiende).

Estas listas de diccionario mundano no llegan a rozar siquiera la superficie del mar poético y simbólico de estas flores polisémicas, que aúnan amor y dolor, sangre y pureza, revelación y secreto. Los místicos y religiosos pudieron ver en su forma la rueda del tiempo, de los ciclos de vida-muerte, y en su centro dorado, el sol, la luz, el conocimiento, la divinidad.

No hay rosa sin espinas” se convierte en la metáfora perfecta de la —ay, indisoluble— conexión entre vida y sufrimiento que todos hemos experimentado en algún momento.

Por todo ello las rosas fueron (y son, en cierto sentido) las flores del Todo, una asociación mística que se da tanto en Oriente como en Occidente, y que puede verse reflejada en los versos del gran poeta persa Jalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī:

Cada rosa de intenso perfume en su interior—
Esa rosa cuenta los secretos del Todo.
Su perfume, para desconcierto de los escépticos,
Se esparce alrededor del mundo, rasgando el velo
.

Leyendo líneas así, me asalta la convicción de que la hemos banalizado.

Las rosas de San Valentín y de El Principito, los diccionarios floriográficos de salón cortés… por bonitos que puedan ser los ideales que encarnan, no se acercan ni de lejos a esa rosa mística, secreta, paradójica, universal.

Y me pregunto si esa profusión de rosas de jardín, si la multiplicación ad infinitum de variedades y cultivares cuya belleza se venda sola (sobre todo durante el s. XX), no ha tenido algo que ver con su anquilosamiento metafórico.

Me pregunto si tal vez empezamos a banalizarla cuando nos olvidamos de olerla, y olvidamos que es su perfume, como dice Rūmī, el que rasga el velo que nos separa de los secretos del Todo.

{Este artículo está parcialmente basado en el texto inglés publicado aquí.}

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Referencias & Recursos

Historias de rosas se cuentan en el libro de Allen Paterson, History of the Fragrant Rose; interesante información sobre hibridaciones y orígenes de algunos caracteres en las rosas modernas, pero por desgracia lo cerré sintiéndome iguaal de perdida en la rosaleda que cuando lo abrí. Suspiro.

Historia antigua de las rosas: información en el maravilloso libro de Jack Goody The Culture of Flowers (y en el de Paterson también, sí), así como en el enorme Theatrum Rosarium: Le Rose Antiche, editado por Elena Accati y Elena Acosta. Sobre la simbología expandida de la rosa con la llegada del cristianismo y su eventual adopción tras un período de cuarentena (¡igual que le pasó al olíbano!), consulté el tomo de Teresa MacLean Medieval English Gardens, donde dedica una sección entera al simbolismo de la rosa en Occidente.

+ La cantidad de variedades de rosa en la Londres de 1730 (y las variedades de Fina en su casita de Malmaison) sale del libro de David Stuart, The plants that shaped our gardens. La estima en cuanto al número de tulipanes sale originalmente de Wright, R. The Story of Gardening: from the Hanging Gardens of Babylon to the Hanging Gardens of New York publicado por Dodd, Mead & Company (NY, 1934). Pero yo no he leído ese libro; me tropecé con la cita en otro texto: Dehgan, B. Public Garden Management: A Global Perspective, publicado en 2014 por Xlibris.

+ Número de rosas silvestres: sale de Vukosavljev et al, 2013. Genetic diversity and differentiation in roses: A garden rose perspective. Scientia Horticulturae 162: 320-332. Además, tiene una tabla resumen estupenda para entender los orígenes genéticos de algunas rosas de jardín.

+ Sobre los múltiples significados de las rosas en los diccionarios floriográficos, consulto el increíble volumen de The RHS Lindley Library (Occasional Papers from the RHS Lindley Library Volume 10 (April 2013), The Victorian Language of Flowers).

+ La profundidad de significados de las rosas se esboza en la sección correspondiente del Florario: Miti, leggende e simboli di fiori e piante, de Alfredo Cattabiani.

+ En cambio, la deliciosa complejidad simbólica de las rosas en la literatura y poesía persas la consulté en el libro de Annemarie Schimmel, A Two-Coloured Brocade: The Imagery of Persian Poetry (UNC Press, 2014).

Los versos de Rumi del final, lo confieso, son una adaptación mía compuesta a partir de tres fuentes: la traducción que aparece en Cattabiani (italiano); la traducción que aparece en Schimmel (inglés); y la que aparece en la única versión del Masnavi en castellano que logré consultar por internet.

Y creo que no me dejo nada importante…

Ilustraciones

La ilustración de mi querida Rosadamascena es autoría de Jacobo Muñiz :)

La imagen de la pintura Las Rosas de Heliogabalo de Alma-Tadema está sacada de Wikipedia, al igual que el cuadro de Bernardino Luini, Madonna del Rosetto.

La Rosa centifolia de Redouté está sacada de su precioso Choix des plus belles fleurs (…), obra libremente consultable en la Biodiversity Heritage Library.

Todas las fotografías son de una servidora :) si las quieres emplear para algo, no hay problema: basta que cites la autoría y añadas un enlace a http://ainaserice.com o a http://imaginandovegetales.com!

3 comentarios en “Elogio de la Rosa

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